Fallece a los 88 años el que fuera obispo de Ourense y Tui-Vigo, José Diéguez Reboredo
18 jul 2022 . Actualizado a las 20:27 h.Con José Diéguez Reboredo se inició en Ourense la programación diocesana de pastoral. Ese fue uno de sus múltiples logros. Fue ordenado obispo de Osma-Soria el 28 de octubre de 1984 y hasta 1987, cuando fue nombrado de Ourense. Formó parte de esa diócesis hasta el año 1996, en el que sucedió a monseñor Cerviño en el obispado de Tui-Vigo. Me enteré de su fallecimiento mientras estaba en el santuario de los Milagros, donde me encuentro junto a un grupo de veinte sacerdotes haciendo ejercicios espirituales. Dolor y consternación. Era un obispo muy querido por la iglesia en Ourense.
Hombre sencillo, humilde y desprendido, José era práctico. Estudiaba los problemas, buscaba posibles soluciones y los proponía al Consejo Presbiteral. Luego, con suavidad, indicaba lo que a él le parecía oportuno y casi siempre era esa la solución válida.
Su episcopado se forjó en el sufrimiento. El día de su ordenación, le fallecieron tres familiares a los que tenía un profundo afecto en un accidente de tráfico. Nunca le oí nombrar tal acontecimiento a lo largo de su vida. Lo sufrió, lo asumió, lo incorporó a su día a día y, con la ayuda del Señor, también a su episcopado. Tengo el honor de haber sido nombrado vicario de Pastoral por José Diéguez en 1994. Una de sus primeras visitas a los arciprestazgos coincidió en los Milagros. Los sacerdotes le esperaban con gozo para saludarle y darle la bienvenida. Al bajarse del coche, antes de saludar a nadie, se dirigió al santuario. Todos nos dimos cuenta de que iba a ser buen ourensano, pues amaba a la virgen. Antes de finalizar su estancia en nuestra diócesis, intentó realizar un sínodo. Se dieron los primeros pasos. Pero todo quedó frustrado por su nombramiento como nuevo obispo de Tui-Vigo. Sucedió en mayo de 1996. Entre otras muchas anécdotas de su sencillez, les recuerdo esta: cuando llegó a una parroquia para la visita pastoral y los feligreses vieron que un sacerdote se bajaba del autobús y preguntaba por el cura. Nadie sabía que era el obispo. Una mitra debajo del brazo lo descubrió.
Una anécdota más. Ocurrió un viernes de cuaresma cuando el cura de la parroquia donde el obispo acababa de presidir la misa, le invitó a comer en el restaurante del pueblo. Sólo había churrasco. José pidió por favor a los propietarios si podrían hacerle cualquier otra cosa. Se negaron. Una señora que contemplaba la situación los esperó en la puerta y les invitó a comer a su casa. Al terminar, el obispo afirmó: «Nunca tan bien me prestó una comida y nunca me he sentido tan bien agasajado».
Cuando por algún motivo especial debía participar en un encuentro con las autoridades, lo hacía con mucha discreción, y se ausentaba sin mucho ruido. A él hay que agradecer las distintas normativas pastorales y canónicas que, debidamente estudiadas por el Consejo de Gobierno y por el Consejo Presbiteral, eran publicadas, y hoy en día conservamos como oro en paño.
Algunos sacerdotes criticaban a don José porque les parecía algo de izquierdas. No era de grandes sermones y cumplía la doctrina social, procurando favorecer a los más pobres y necesitados. En alguna reunión le criticaron por eso. Decían que le pesaba más el hombro izquierdo que el derecho. En alguna ocasión y con total serenidad, el obispo explicó a quienes le criticaban el porqué de su actuación y algunos de aquellos sacerdotes, al despedirse, le llamaron a aparte y le pidieron perdón por su osadía.
Querido José, en el cielo seguirás siendo nuestro pastor bueno y solícito.