Ourense perdió más de 140 misioneros en una década

Fina Ulloa
Fina Ulloa OURENSE / LA VOZ

OURENSE CIUDAD

Familiares y vecinos compartieron la jornada con los misioneros en activo
Familiares y vecinos compartieron la jornada con los misioneros en activo Miguel Villar

Medio centenar de personas se reunieron en el encuentro con ourensanos en las misiones que llevaba dos años sin celebrarse debido a la pandemia

17 oct 2022 . Actualizado a las 16:45 h.

La casa diocesana de ejercicios espirituales que el Obispado de Ourense tiene en el barrio de Vistahermosa de la ciudad de As Burgas vivió este sábado la recuperación de una cita veraniega que, como muchas otras cosas, había dejado de celebrarse por el covid: el encuentro de misioneros. La pandemia hizo imposible que los ourensanos que están repartidos por el mundo trabajando en misiones de los cinco continentes, pudiesen regresar a pasar las vacaciones. Normalmente, dependiendo del destino y la congregación, regresan cada tres o cuatro años para descansar y visitar a sus familias. La delegación de misiones del obispado solía aprovechar precisamente el verano (la época en la que había más misioneros disfrutando de ese tiempo vacacional) para organizar una jornada de convivencia en la que pudieran reencontrarse entre ellos y también con otros miembros de la Iglesia y con fieles. «Los que vienen son personas que le tienen cariño a las misiones y quieren acompañar a los misioneros y trasladarle su cariño», cuenta el actual responsable diocesano, Alberto Diéguez. «Queremos que se sientan valorados y reconocidos, porque ellos son una inyección de optimismo. Son una Iglesia con esperanza, alegre, a pesar de no tener medios», comenta Josefa Ledo, que aunque se ha jubilado del departamento de Misiones, del que fue secretaria, no quiso perderse la cita.

El encuentro, que antaño lograba reunir a decenas de misioneros, contó en esta edición con cuatro de los que están en activo (además de algunos ya retirados, por edad o por problemas de salud, que han regresado a la provincia). Y es que el envejecimiento de este colectivo también se deja notar y son muchos los mayores que ya no se atreven a viajar. Al haber ido desapareciendo también la familia más cercana o las personas con las que mantenían lazos de amistad, han perdido motivación para hacer un desplazamiento que, en ocasiones, supone varios días de viaje. A las escalas y cambios de medios de transporte habituales, hay que sumar que muchas misiones están en zonas remotas y mal comunicadas con las ciudades donde, por ejemplo, se puede coger un avión.

Pero además, las cifras bajan porque también se reduce el número global de misioneros. Si en los años 70 había más de cuatrocientos, el listado actual reduce la cifra a 89. Un descenso que ha sido paulatino y que, según el delegado de misiones, se ha notado especialmente en los últimos años. De hecho, hace una década había 230. Con todo, aún hay motivos para no sentirse pesimista. Al menos eso cree el actual obispo del Alto Solimoes, Adolfo Zon Pereira. «A diócese de Ourense se pode orgullecer que ten aínda moita xente axundando nesa grande tarefa que é a acción misioneira; aínda que é verdade que nos gustaría un reverdecer vocacional», opina este javeriano que lleva cerca de treinta años en Brasil. Él, que reconoce que siempre sentirá un poco de «saudade» por su tierra natal, también asegura que para un misionero es fundamental sentirse integrado en el lugar en el que le toca ejercer. «Non só é a lingua que hai que aprender. Na Igrexa do Brasil hai un centro para axudar aos que chegan a aculturarse. Isto é non só o idioma, senón a cultura, o coñecemento da sociedade, da economía... de todo. E aparte, hai que aprender na rúa, coas xentes. Empaparse da realidade; porque non se pode chegar á alma da xente doutro xeito. A evanxelización non é, como dicía Pablo VI, un barníz; hai que chegar ao núcleo», afirma Zon Pereira.     

Y es que hay que estar hecho de una pasta especial no solo para trabajar intentando mejorar las condiciones sociales de las personas con pocos o muy limitados recursos, sino para afrontar esa tarea en condiciones precarias, como en medio de conflictos bélicos. De esto sabe bastante Carmen Rodríguez Villar, de las Siervas de María, Ministras de los Enfermos, que ejerce en Camerún. «En estos últimos años de guerra ha habido momentos muy duros y complicados. No recibimos agresiones físicas, pero sí verbales, porque nos enfrentábamos a los soldados que pretendían llevarse a los enfermos que nos mandaban los de Médicos sin Fronteras, con los que trabajamos. El Gobierno quería llevárselos porque eran de su facción», narra esta religiosa nacida en Santo Tomé de Cartelle hace 54 años. «Pasamos momentos de mucha tensión. Yo les decía que aquello era inhumano, que esos enfermos tenían sus derechos y que había que respetarlos hasta que se curaran. Pero ellos entraban y se los llevaban a la fuerza», recuerda esta enfermera, responsable desde hace 19 años de un hospital en la parte anglófona del país. Por cierto que las mujeres son mayoría entre las personas ourensanas que están en las misiones. Representan el 66 % del total. Carmen es además la misionera ourensana más joven. El mayor, Jesús Rodríguez Iglesias, tiene 94 años, está en Chile y ya no retorna. 

Al cabo de los años, muchos acaban sintiéndose más identificados con el país que les acogió que con el que les vio nacer. «Eu xa me sinto máis cómodo alá que aquí. É outra Igrexa e é outro mundo; alí está máis metida na vida, na xente», dice Miguel Sotelo. Este verinés que con 28 se fue a su primera misión, también sabe de penurias humanas. Estuvo en Venezuela, en Brasil y en Colombia, aunque es Bolivia, su actual destino, donde lleva más tiempo. Trabaja en una parroquia que, como él mismo dice, es complicada. Lleva cuatro cárceles en el sur del país. Allí atiende a los 1.700 hombres y un centenar de mujeres que componen la población reclusa. «Eu síntome feliz alí, con esta xente, tratando de loitar pola súa dignidade, os seus dereitos e a súa sanación. Son xente que reflexa o que é unha sociedade. Bolivia neste momento é un narcoestado, e o 80 % consumen droga prácticamente, que a meten os policías porque é o seu sobresoldo. É un desastre», lamenta este misionero que vive intensamente la causa de mejorar las condiciones de vida de estos penados, lo que le ha llevado a más de un enfrentamiento con las autoridades locales. Recuerda que tuvieron que echar mano de varios países europeos (entre ellos España) para lograr hacer un lugar digno para que los presos tuvieran. «É un centro onde poder ser escoitados, onde temos unha sala de psicoterapia, unha biblioteca e un salón multifuncional que tamén fai de capela», explica.

Odilo Cougil Gil, un misionero de los Padres Blancos, natural de Cartelle, que ejerce en Jerusalén desde hace seis años, fue otro de los protagonistas del encuentro. «Llevo cinco años sin venir», señalaba este veterano que acumula medio siglo rodando por diversos continentes del mundo. La mayor parte de su servicio lo prestó en África. Llegó a Ruanda con 26 años, en 1971. Después lo enviaron a Mozambique, donde estuvo la mayor parte de los 30 años que pasó en ese continente. «Estuve en dos épocas muy duras: ocho años de la guerra civil y después, durante esa fase de reconstrucción no solo material, sino del tejido social que un conflicto como este deja muy destrozado. Hubo necesidad de hacer muchas iniciativas para rehacer ese tejido, como recoger los huesos en el bosque, de quien fuera, del bando que fuera, para enterrarlos en una ceremonia», relata. También tuvo ocasión de trabajar en Zambia y Malaui antes ser destinado al continente americano, concretamente a Brasil. A pesar de sus 76 años, asegura que continuará mientras le queden fuerzas. Y es que la vocación no tiene edad y la suya fue lo que le acercó a la Iglesia. «Yo siempre tuve claro que quería ser misionero; desde que empecé a estudiar aquí, en el seminario», recuerda. 

En el encuentro de ayer también estuvieron los salesianos Ramón y Samuel Iribertegui. Estos hermanos ourensanos ejercieron durante seis décadas en Venezuela. La mayor parte de ese tiempo trabajaron en los estados ubicados en la cuenca amazónica del país. Aunque ya no están en activo, no quisieron perderse el reencuentro con quienes siguen en la «avanzadilla», como ellos dicen. «Hace año y medio que volvimos porque estábamos muy deteriorados físicamente, sobre todo con muchos problemas en la movilidad. A mí me hicieron la ITV cuando llegamos aquí y me pusieron cadera, rodillas...», narra Ramón que está a punto de cumplir los 80 y es dos años menor que su hermano Samuel.