105 años bailando con la vida

María Doallo Freire
María Doallo OURENSE

OURENSE CIUDAD

Esperanza, en su casa de A Ponte
Esperanza, en su casa de A Ponte MIGUEL VILLAR

Esperanza Cortiñas celebra su aniversario llena de vitalidad, de salud y de alegría

03 dic 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Esperanza Cortiñas nació en 1916 en una pequeña aldea del municipio lucense de Carballedo. Esta mujer, nacida en el rural, ha pasado la mayor parte de su vida en Ourense. Concretamente en el barrio de A Ponte, donde todavía vive. Y eso que su historia es larga y está llena de cambios, de superación y de esfuerzo. «La verdad es que he trabajado como una esclava siempre. Pero es que a golpes se aprende todo», admite. Ella, que es fuerte, divertida y muy ingeniosa, cumple hoy 105 años y en el camino ha sobrevivido a muchas cosas, como a su propio pueblo natal, Chouzán, que ahora es una aldea despoblada. De niña ayudaba en las tareas del campo. Luego se mudó a la ciudad de As Burgas, donde sirvió en una casa. «Estaba en la calle Hernán Cortés», apunta. Su memoria está intacta, también su salud, y por eso repasa con esmero y sin despeinarse ni uno de los rizos dorados que brillan en su cabellera, cada una de las etapas de su vida. Su estancia en Ourense; cuando se mudó a servir a unos señores de A Coruña que vivían en la calle Real; cuando conoció a su marido y juntos se mudaron a Os Peares; o el nacimiento de sus tres hijas, Mari, Esperanza y Aurora. También recuerda con exactitud cuando se quedó viuda: «Tenía la mayor 14 años y tuve que hacerme cargo de todo». No se olvida de cómo tomó la decisión de marcharse a París para intentar hacer dinero con el que mantener a sus niñas; ni de ninguno de los 16 años que pasó allí. Luego regresó al barrio de A Ponte y ya se quedó.

No perdona su chupito de licor café cada mediodía, ni la partida de cartas con las amigas en el Centro Sociocomunitario de Ourense, en la calle Concejo. Tampoco el baile los fines de semana —siempre que el covid lo permita—. «A mí nunca me importó la edad, ni la mía ni la de los demás», dice. Puede que por eso Esperanza sea casi eterna. Se arregla cada mañana y en su rutina no falta el pintalabios. Y las uñas siempre bien pintadas. «Bailar me llena de alegría y también comer», cuenta. No cena, a no ser que sea un helado en verano: «Son mi pecado favorito, sobre todo los de turrón». Le pierden el caldo gallego y los callos y los dos se le dan de maravilla en la cocina. «Son muchos años en los fogones, mucha práctica», afirma. De hecho, estas son las comidas que más le reclama su familia, que ahora completan dos nietos y una bisnieta, repartidos entre París, Valencia y Alicante. A este último destino se van todos en unos días a pasar las fiestas. «Después de la Navidad del 2020 este año necesitábamos juntarnos», confiesa. Y que no pare el baile. ¡Felicidades!

Esperanza, junto a su hija Mari
Esperanza, junto a su hija Mari MIGUEL VILLAR