«Eu nacín para a talla; era algo que tiña nas mans e saía de xeito natural»

Fina Ulloa
Fina Ulloa OURENSE / LA VOZ

OURENSE CIUDAD

Julio Mosquera en el parque que visita cada día para reencontrarse con sus vecinos
Julio Mosquera en el parque que visita cada día para reencontrarse con sus vecinos MIGUEL VILLAR

Julio Mosquera Giráldez empezó a trabajar de aprendiz con ocho años, labrando ataúdes en una fábrica

24 oct 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Sus manos han aportado belleza a muebles de todo tipo, desde camas a sillones, pasando por aparadores, armarios, bibliotecas y hasta ataúdes. Esa habilidad le llevó a que prácticamente todos los talleres de muebles de Ourense quisieran hacerle encargos, pero también le sirvió para cruzar fronteras y trabajar en Suiza y en Barcelona. Acabó por tener un negocio propio en el que también asumió otras tareas, incluidos encargos de restauración o elaboración de piezas para iglesias, como la de Tibiás, o la pequeña capilla de A Merteira. Pero además Julio Mosquera Giráldez creaba para su propio placer. Y esa inquietud artística le sirvió para realizar varias exposiciones, entre otras, una en el Fotoclub Vigo y otra en la Casa de Galicia de Madrid.

Pero nada de eso imaginaba Julio cuando se dio cuenta de la habilidad que le brotaba de las manos. Tenía tan solo ocho años y el descubrimiento no fue fruto del juego sino del trabajo. A esa edad comenzó como aprendiz en una fábrica de ataúdes en A Ponte. Su padre había trasladado a toda la familia desde O Ribeiro con intención de encontrar empleo en las obras de la nueva estación de ferrocarril, pero aquel intento no salió bien y el cabeza de familia optó por emplearse en una fábrica abierta en la capital ourensana. «Colléronnos ós tres: a meu pai indo ó monte a cortar madeira para facer as caixas; ó meu irmán de axudante no aserradeiro e a min de aprendiz de tallista, que eran os que adornaban as caixas con escenas relixiosas. Viron que se me daba ben. Eu penso que xa nacín para isto, para a arte, para a talla; era algo que tiña nas mans e saída de xeito natural», afirma. Con 85 años Julio se emociona recordándose en aquella tierna infancia; tanto por la imaginación que derrochaba en el trabajo -«non sei como me daba para tanto, sen ter estudios de nada porque debín de ir un ano a escola»- como por las penurias que pasó.

Recuerda que los sábados, después de trabajar, los aprendices tenían que dejar sus puestos limpios de virutas y su madre les estaba esperando para recoger las 8 pesetas semanales que le correspondían y que unía a las 60 que aportaba su padre y las 50 de su hermano. «Pero había que pagar cen pesetas de casa e non chegaba para nada. Os venres xa sabíamos que non tiñamos cena. Eu non sabía o que era un calzoncillo ou unha camiseta. Case estabamos peor que no pobo, cando a meu pai o chamaron dúas veces á guerra e a miña nai, a pobriña, viuse obrigada a malvender as fincas ós terratenentes dos pazos que había por alí. Total para nada, para pasarmos fame e miseria», reflexiona. Recuerda que el cabeza de familia tubo que trabajar a su regreso esas mismas fincas que habían sido suyas, pero como peón. «A min e ao meu irmán mandábannos a pedir aos pobos da montaña, medio descalciños, pisando por aquela lama que había nos camiños, medio espidos. Volvíamos todos empapadiños co cachiño de bica de millo que nos daban, ou cunhas fabas. Foron anos de moita fame», concluye.

Cuando regresó a la capital ourensana, tras el año que acompañó a sus padres a Mondariz, decidó que quería seguir trabajando la madera y aprovecho la fábrica de muebles de la calle río Miño para ofrecer sus servicios. «Empezamos a vivir un pouco, pero aínda así, cando os fillos da xente que tiñan mellor posición me estaban esperando para convidarme a xogar ó fútbol, eles cos seus abrigos e pantalóns bombachos, e eu medio espido, dicíalles que ía comer algo. Chegaba a porta e preguntaba a nai si había algo de merendar e ela sempre me dicía que si comía nesa hora non tería para a cea; así que facía un pouco de tempo para disimular e volvía para xogar cos outros co estómago baleiro».

Quizá por tantas penurias vividas, otro recuerdo que destaca Julio es cuando su médica de cabecera, tras hacerle una analítica, le dijo que tenía que cuidar la boca y hacer ejercicio. «Díxenlle: ‘vaia, agora que podo comer porque grazas a Deus teño, vaimo quitar'. E ela botouse a rir». Pero disciplinado como siempre, Julio se tomó muy en serio la recomendación de andar. «Eu son un escravo de min mesmo e cando sei que teño que facer algo, se non o fago, non descanso. Lembro que, cando chovía eu andaba por dentro do taller». Cuando volvió a la consulta, mes y medio después, sorprendió a la médica. «Pasei de 260 de colesterol a cento e pico», recuerda. Pero además le pilló el gustillo a eso de caminar y ya no ha parado. Forma parte de su rutina.

Quién es

  • Julio Mosquera Giráldez, nacido en Vieite (Leiro) el 31 de mayo de 1935. 
  • Trabajó tallando madera durante más de seis décadas. 
  • El parque Diego González Blanco, en el barrio de O Vinteún, donde tiene su casa desde hace cuatro décadas, es uno de sus espacios predilectos. Lo asocia al esparcimiento de toda la familia, desde sus hijos a él mismo. Es el punto de reunión con sus amigos.

«Na miña casa cantábase moito, meu pai ate tocaba o acordeón»

Además de la talla, la faceta artística de Julio abarcó también la música, aunque esta fue solo una actividad para el ocio y para su propio disfrute. A pesar de las «fames e penurias», Julio recuerda muchos momentos alegres. «Na miña casa cantábase moito; meu pai tocaba incluso o acordeón. Eu empecei a cantar cando ía ó balneario de Mondariz levando o coche de cabalos nun ano que estivemos de caseiros en Villasobroso», relata. El Orfeón de Ourense fue el primer «coro serio», en el que se animó a participar, y también estuvo en el grupo de la iglesia de Santa Eufemia, del que guarda un recuerdo especial «porque alí fixen moi bos amigos», dice emocionado. Cuenta que inicialmente se unió al grupo como acompañante, ya que era su mujer la que pertenecía a la formación, pero pronto lo convencieron para participar. «Onde había unha romería famosa, alí marchabamos de excursión. Con eles recorrín case toda Europa porque organizábamos un pequeno viaxe cada ano», cuenta. Mucho más reciente es su participación en Os Afiadores, el colectivo nacido en su parroquia de Santa Teresita.