
Hijo del inolvidable periodista y promotor musical fallecido en el 2020, alterna el mercadillo de discos de la calle Real con su trabajo en la revista «Mondo Sonoro» y escapadas a la casa familiar de Monterrei
13 jun 2021 . Actualizado a las 05:00 h.Para no perder las buenas costumbres quedamos en el Bocatín. «La familia sigue viniendo aquí todos los viernes», comenta Nonito Pereira Rey. Charlamos en una mesa de la terraza, justo al lado del ventanal donde Yago Carreira, actual responsable del local, dedica unas preciosas palabras a su padre, Nonito Pereira Revuelta, el cliente más fiel del negocio. «Él era más revolucionario y yo más monárquico», apunta sonriente sobre los segundos apellidos. Hace unos días le tocó vacunarse. Coincidió con otra persona vinculada a la música, Rómulo Sanjurjo. Cuando la enfermera que le pinchó la de Janssen vio el nombre dijo: «Eso se avisa». «Nonito Pereira es casi una marca comercial. Yo soy el tercero de la saga y el último», reflexiona este coruñés de 53 años, padre de dos niñas de 19 y 17. Su abuelo, Nonito Pereira Souto, era de una aldea de Monterrei, Ourense, y vino a A Coruña hacer el servicio militar. «Hay una licencia de 1926 de una abacería a su nombre en la esquina de la calle Emilia Pardo Bazán con Marcial del Adalid, donde después estuvo la cafetería Oslo. Luego abrió una empresa de recauchutados en la calle Alameda y empezó con los Transportes Pereira, que hacían la línea con Ourense. Murió el mismo día que Elvis Presley. El siguiente Nonito fue mi padre, que cambió los discos de freno por los de vinilo», relata.
La alegría de vivir
Si quedas con un Nonito es mejor no tener planes para después. Te abrazan con su conversación. «De mi padre heredé la alegría de vivir. El entusiasmo vital por seguir adelante. El querer terminar las cosas que empiezas. No dejar las cosas a medias. Ahora, con la Asociación Musical Nonito Pereira estamos catalogando y digitalizando todo su legado. En la web vamos a tener todos sus trabajos periodísticos, programas de radio, etcétera». Saltamos del presente al pasado sin respiro. Estudió en los Dominicos y era un chaval como todos, con alguna salvedad. «Con 12 años entraba en el camerino de Miguel Ríos o Los Ramones. Mi padre, que en ocasiones era el promotor musical, me llevaba a los conciertos, pero antes me hacía trabajar. Me daba veinte duros para comprar cola con la que pegar carteles de las actuaciones por toda la ciudad», recuerda. Me cuenta una anécdota alucinante. «El alguna ocasión me encargó el tema del cáterin, es decir, conseguir lo que querían los artistas. Los Ramones pidieron una lata de té Twinings, cuando aquí hace 40 años solo había Hornimans. Fui a Casa Claudio y no lo tenían, pero lo consiguieron. Cuando fui al camerino no podía dejar de ver aquella lata que nadie usó. Me la llevé. En el 93 promovimos otro concierto de Los Ramones en el Coliseo, pero ya vinieron con su equipo de cocina», relata.
Dice que jugó al hockey y hasta le dieron alguna medalla. Estudió Diseño Gráfico en la escuela Pablo Picasso y más adelante un curso de Gestión de Actividades Artísticas en Esade. Su primer trabajo fue en la discográfica Polygram. «Acompañaba a artistas como La Frontera o Los Chichos cuando venían de promoción por aquí». Pinchó muchas noches en el Playa Club. «La música me ha servido de gasolina para seguir adelante. Llevo cotizando de autónomo desde 1997», comenta mientras me regala un ejemplar en papel de la revista en la que trabaja, Mondo sonoro, que ahora solo existe en versión digital. Durante casi dos decenios regentó la tienda Discos Noni’s en Pérez Cepeda, y antes estuvo de encargado de la Virgin que hubo en Torreiro. Los fines de semana organiza el mercadillo de discos en la calle Real. Me enseña un cedé empaquetado que va a llevar a Correos en su bicicleta plegable. «Va para la República Checa. Internet jugó a nuestro favor», sentencia. Así es este Nonito que mantiene la misma alegría de vivir que su padre. De vez en cuando sale a disfrutar en una tabla de pádel surf que tiene en Oza y otras veces «me voy a casa de mi abuelo en Monterrei a descubrir lugares», comenta. Le pregunto por una canción. Me habla de Diminuendo and Crescendo in Blue, de Duke Ellington. Del concierto de Newport en 1956.