En estos casi 18 años de oficio he asistido a cientos de plenos (sí, de verdad, sin exagerar). Y me encanta, así de friki soy. Para mí, es reconfortante saber que la democracia funciona casi siempre, confirmar que en ayuntamientos (grandes, medianos, pequeños o muy pequeños) los representantes legítimamente elegidos por los ciudadanos pueden exponer sus propuestas y debatirlas para, de un modo u otro, tratar de mejorar las vidas de sus convecinos. Esa es la parte buena, pero es obvio que en esos 18 años he visto y he oído de todo en los plenos. Y muchas cosas da hasta reparo recordarlas, como aquella vez que un alcalde, que ya no lo es, arremetió contra un concejal de la oposición nacido en Sudamérica al grito de «indio».
Y es que, al fin y al cabo, todo pasa, todo acaba. Del mismo modo que la actual corporación municipal del Concello de Ourense será, dentro de unos años, un mal recuerdo. Me imagino en el año 2029 escribiendo una crónica por el aniversario de aquellas extrañas elecciones del 2019, que dieron inicio al mandato más surrealista de la historia de Ourense. Cuando lo haga, no olvidaré el pleno de la semana pasada, en el que vi algunas de las peores actitudes que recuerdo en estos 18 años de información política.
Los protagonistas del bochorno deberían hacerse a la idea de que, más pronto que tarde, su etapa en el Concello formará parte del pasado. Y solo quedará su recuerdo. En sus manos está que su forma de actuar sea motivo de orgullo o de vergüenza en el futuro. Por ahora no van por buen camino, pero les quedan dos años para redimirse.