El campamento

Ruth Nóvoa de Manuel
Ruth Nóvoa DE REOJO

OURENSE CIUDAD

28 mar 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Mis hijas -que tienen la teoría de que deberían ser los niños los que gobernaran porque creen que resolverían los problemas mucho más rápido que los adultos- están muy pendientes de todas las novedades acerca del futuro parque acuático de Ourense. Saben que lo prometió el señor que estaba con un robot en el Paseo durante la pasada campaña electoral. Y también que lo anunció el que manda en Galicia. A partir de ahí, lo único que les preocupa es que, sea cual sea, esté listo cuanto antes.

La verdad es que, con la pandemia a cuestas, un aquapark en Pereiro de Aguiar suena tan bien como Disneylandia. Pocas cosas pueden generar más sensación de libertad, ahora que no la tenemos, que deslizarse por un tobogán gigante a toda velocidad y zambullirse en el agua para después salir de un salto de la piscina. Y respirar. A respirar íbamos muchas veces a Monterrei cuando era pequeña y allí no había ni vallas ni complejo deportivo, solo piedras, tierra, piñas y muchos palos para jugar. Nunca pregunté por qué en nuestra casa lo llamábamos el campamento. Pero recuerdo a la perfección subirnos al Seat 131 rojo, entusiasmados, cuando mi padre anunciaba el plan: «Vamos al campamento». Aquello significaba correr entre los pinos, escalar rocas que parecían montañas, ponernos un pequeño tronco a los hombros para caminar, recorrer un circuito de tocones de madera... Aquello significaba una mañana (o una tarde) de aventuras.

Ahora que las fotos de aquellos días están amarillas, son mis hijas las que cogen palos y las que se suben a las piedras de Monterrei, que resultaron no ser tan grandes. Y mientras allí mueven tierra para hacer realidad una promesa electoral me doy cuenta de que, a veces, la virtud puede estar en convertir un monte -en mi caso, aquel campamento que años más tarde descubrí que se llamaba Monterrei- en un parque de atracciones. No hace falta más.