El frío no entumece las calles de la ciudad: «Mucha gente opta por los desayunos para llevar»

Pablo Varela Varela
pablo varela OURENSE / LA VOZ

OURENSE CIUDAD

MIGUEL VILLAR

En el segundo día de restricciones de nivel máximo hubo quien devolvió compras o se quedó junto a las estufas de las terrazas

17 ene 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Si el frío o el aumento desbocado de la curva de incidencia del virus se intuían como dos motivos claros para que los vecinos de la ciudad se quedasen en casa, nada más lejos de la realidad. El segundo día de Ourense bajo restricciones máximas dejó cierto bullicio en el centro, donde los más avispados aprovechaban para encontrar su hueco en las terrazas, a la vera de las estufas. Entre las devoluciones de regalos navideños, compras apresuradas de fin de semana y algún que otro vermú con la copa entre los guantes, la sensación de algunos vecinos era la de estar viviendo su pequeño placer del día al aire libre antes de que la situación empeore. O derive en un segundo confinamiento domiciliario.

Ante La Zapatería del Abuelo, inaugurada este jueves, apuraban su desayuno de mediodía Encarna, Puri y Celia. «El panorama pinta feo», decía la primera de ellas. Y a su vez, echaba un capote a los más jóvenes ante los que señalan a las nuevas generaciones por el aumento de casos. «Por la calle, entre los mayores aún ves a más de uno que lleva la mascarilla por debajo de la nariz», decía Encarna. Y una de sus compañeras agregaba: «O de babero, por debajo del mentón».

En líneas generales, quien bajó a estirar las piernas a la calle lo hizo con la idea de coger un café caliente. Beatriz Alcalá, de La Zapatería del Abuelo, se mostraba contenta con el balance de la mañana de sábado. «Ha venido mucha gente que opta por los desayunos para llevar. Y el viernes, antes del cierre, hubo quien se tomó su último licor café», decía. En la zona de vinos también hubo quien se animó a apurar un quinto de cerveza junto a su tapa de callos. Desangelada por las noches, bares clásicos de siempre recuperan ahora parte de sus pulsaciones al mediodía.

A la ciudad, y sus aglomeraciones, esquivó hace casi un año David Fernández, vecino de Nogueira de Ramuín. Ayer se acercó a Ourense para llevar a una de sus dos hijas a su clase de ballet, y aprovechó para tomarse un café en solitario por la calle Santo Domingo. «Vengo siempre a lugares que conozco, de confianza. Y así, también les echamos una mano», decía. Trabaja como comercial, y el año pasado optó por irse a una casa de la familia en Santa María de Faramontaos, que ahora reacondiciona poco a poco. Fernández parecía satisfecho con el cambio. «Hago más teletrabajo y viajo un 30 % menos», contaba.

También alejada del gentío estaba Ruth, madre de la pequeña Mariña, de tres años. En el parque de San Lázaro, observaba a lo lejos a la pequeña, que se distraía en los columpios. El vocabulario de la niña, en su primer año de colegio, ya comprende palabras como «coronavirus» o «confinamiento perimetral». Es la nueva realidad de quienes han aprendido a hablar cuando la pandemia llegó y no se fue. «Quen nos diría que sería así, e que estas serían das primeiras cousas que aprenderían a dicir...», reflexionaba la madre. La cría, mientras, buscaba la complicidad de los otros niños del parque. «Será unha nenez diferente para moitos, porque pola súa idade non saben o que había antes», decía Ruth.