La cosa hoy va de ir al gimnasio y de hablar mucho para dormir mejor

María Doallo
Desde el 2019 soy redactora en la sección de Sociedad y Cultura de La Voz de Galicia. Experta en dar noticias buenas (y bonitas). Cuento la historia de personas valientes que hacen cosas

Últimamente duermo fatal. No por los comentarios de los haters que me han ido brotando. Supongo que este diario es muy susceptible a las críticas porque nace de mi más profunda opinión y, por tanto, es lícito y normal que haya muchas, distintas y contrarias a la mía. Por suerte -no creo en la suerte- hay otros muchos que comparten lo que pienso o que simplemente disfrutan y se entretienen con la parte de mi vida que decido mostraros. Una parte muy chiquitita. Pero cuya única intención es sembrar algo bueno en este momento malo. Al diario La vida de los otros una persona me contestó que si me lo rompían -el corazón- era culpa mía por exponerlo tanto y que mejor me iría si lo guardaba. No le contesté. Aquí voy. El amor cada uno lo siente y lo entiende a su manera, pero la conexión es algo insólito y compartido entre dos personas. Cuando esto es así, cuando la complicidad se traduce en una constante de risas y una vorágine de ganas por saber más, por hablar más, por querer más; ya no hay nada que guardar. El amor, en muchas ocasiones, es tan simple como atreverse y agazapando el corazón tan solo conseguiríamos perdernos todo lo bueno que puede darnos. Así que, por supuesto, no. No tengo nada que guardar, gracias.

Os decía que duermo mal y hablándolo con la gente que me rodea, parece que es un patrón común a este nuevo cierre de la ciudad. La valoración del confinamiento confirmó que la mayoría había tenido problemas para conciliar el sueño. Yo me salvé entonces y ahora me ha tocado de pleno. Al final el distanciarnos lleva implícita una parte triste, claro. Que se suma a lo gordo que es la pandemia mundial, por supuesto. Y esa provoca incertidumbre, preocupación y un poco de miedo al futuro, también es verdad. A mí hay dos cosas que me funcionan para mejorar el sueño. La primera y la más importante es hablar. Decir las cosas cuando tocan y no dejarlas dentro. También vomitar palabras, así sin más. La opción más correcta hoy es coger el teléfono, marcar el número de esa persona salvavidas y ale, a desahogar. Es fundamental que todo termine en carcajadas, señal inequívoca de que lo estás haciendo bien. Pruébalo y me dices.

La segunda táctica es cansarse, no tanto mental, que de ese vamos sobrados, sino físicamente. Lo bueno que el deporte puede hacer y hace por nosotros, supera los límites del movimiento fit que arrasa en las redes sociales. Y en este punto se me debería caer la cara de vergüenza. Porque estamos en el día trece de este diario y llevo desde el tres -por lo menos, no lo pienso ni calcular- sin pisar el gimnasio. Hoy vuelvo a 60 minutos y os juro, especialmente a Nico y a Brais, que tengo muchísimas ganas -implorando clemencia-. Ellos hacen que una hora de entrenamiento se pase rápido. Han conseguido que me guste correr -deportista profesional cuanto menos- y que me gaste dinero en ropa deportiva. Que por cierto es innecesariamente cara, ¿no? Son meticulosos y no pueden ocultar que aman lo que hacen. De ahí que me sienta mal cuando no puedo ir y que salga muerta de risa cada vez que sí llego. Aún así, mientras vosotros leéis esto, a mí me duelen hasta los dedos de los pies. Entrenamiento completo, le llaman, y a dormir como un bebé. Ir al gimnasio es una de las pocas cosas que todavía nos están permitidas. Y poniéndola en práctica, además de cuidarnos, estaremos cuidando de esos que a diario se encargan de conseguir que nos sintamos mejor. Porque los profesionales de este sector llevan meses durmiendo regulín. La conclusión es que a veces el cambio está en nuestras propias manos. Y tú, ¿qué tal duermes?