Ourense, a 2.500 kilómetros, sigue conectado con el Sáhara

Pablo Varela Varela
pablo varela OURENSE / LA VOZ

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Pablo Varela

Los niños que acudían en verano a la ciudad sortean la distancia por videollamada

01 jul 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

A más de 2.500 kilómetros de distancia de Ourense y seguramente a 20 grados de temperatura más que a orillas del Miño, algunos niños saharauis del campo de refugiados de Tinduf siguen con medio corazón en la ciudad de As Burgas, uno de sus múltiples destinos de cada verano en Galicia. En esta ocasión, el coronavirus no solo ha puesto en jaque a la población que sobrevive en el desierto, sino que también ha cortado de cuajo las ilusiones de los pequeños que acudían estos meses desde allí.

«Dicen que hay algunos casos de covid-19, pero no están todavía confirmados porque les han pedido a los habitantes que no salgan de sus jaimas», explica María del Carmen Araujo, una vecina de la ciudad que, por medio del Concello, comenzó hace cuatro años a acoger críos que están en un campamento de corte casi militar al otro lado de la frontera argelina con Marruecos, que entiende el terreno del Sáhara Occidental como suyo tras la Marcha Verde del año 1975.

La semana pasada, Araujo conectaba por videollamada con Hindu, una de las niñas que en años anteriores pasó los meses estivales en Ourense. La conexión se resentía a ratos, pero parecía bastar momentáneamente para que todos pudiesen ponerse al día. En el entorno de Tinduf, donde la vista no alcanza a divisar el final de un mar de casas de adobe y tiendas de campaña, la actividad diaria suele realizarse a primera hora de la mañana y en las últimas de la tarde, cuando baja la temperatura. «A la sombra estamos como a 50 grados. No sabéis lo que es el verano de aquí, porque no se puede salir durante el día», dice Hindu. Así que, el resto del tiempo, muchas de las familias están recluidas en sus hogares con un ojo puesto en los parientes más mayores. «Allí, el tener la oportunidad de cuidar de los padres y ancianos es visto como un privilegio, como pasaba aquí hace un par de generaciones, y en absoluto como una carga. En ese sentido, creo que nos hace mucha falta aprender de ellos cosas como estas», comenta Araujo.

El castellano de Hindu

En la primera estancia de Hindu en Galicia, por el año 2016, María del Carmen se sorprendió con la capacidad de aprendizaje de la niña, que hablaba poco pero escuchaba mucho. «Estaba en una cafetería, con otra amiga que también es madre de acogida, y una chica que estaba en la mesa de al lado se levantó y nos preguntó que cómo era posible que esa niña, que llevaba quince días en España en su primera vez, hablase y dominase el castellano de esa manera», recuerda.

Ahora, al otro lado de la línea, Hindu sonríe mientras explica que la vida sigue su curso en el campamento. «Nos han racionado los alimentos y hacen falta medicinas, porque hace tres meses que no llega mercancía», contaba. María del Carmen, de 54 años, con raíces guipuzcoanas y madre de dos hijas, se lanzó al ruedo con el programa de ayuda hasta el punto de que el año pasado acogió a dos niñas. Y acercarse a los recién llegados exige una etapa de transición para tantear el terreno. Los primeros días, los pequeños pueden llegar descolocados y curiosean con todo lo que hay a su alrededor, pero no todos responden de la misma manera mientras descubren su nueva realidad.

«Lo que no cambia es su gratitud al irse. Es algo que les viene de allí y de su apego a la familia», dice Araujo. El pasado verano, como casi siempre desde que comenzó a abrir las puertas de su casa a los saharauis, los pequeños se despidieron con una buena bolsa de caramelos en el aeropuerto. «Se llevaban un montón de ellos, pero no únicamente para sí mismos, sino para repartirlos después en el campamento», cuenta esta ourensana. Con la ropa, la que podían llevarse de vuelta, tiende a pasar exactamente lo mismo.

La falta de oportunidades

La epidemia del coronavirus cogió a Mayouba, la tía de Hindu, de viaje en el campamento. En España se quedó su marido, también saharaui y que, tras recibir una beca para estudiar Medicina en Cuba, encontró trabajo en nuestro país. Por ahora, ella sigue en el desierto, en un recinto bautizado como Smara en homenaje a uno de los núcleos más poblados de la patria que echan de menos, esa a la que no pueden volver mientras ellos siguen en tierra de nadie.

Ahora, a Hindu solo le queda esperar mientras pasan los días hasta la vuelta al colegio, que suele abrir entre septiembre y octubre. «Aunque no tenemos claro qué pasará, por el coronavirus. Mi madre, por ejemplo, es profesora, aunque no te lo imagines como en España, porque lo que gana aquí no llega para casi nada», comparaba.