En las situaciones extremas, cuando vienen mal dadas, tiende a brotar el ingenio. O las zagas de cinco, si hablamos del Dépor. Y en el Ourense confinado, entre karaokes y disc-jockeys de balcón, también han hecho su aparición los sheriffs de ventana. Existe un Clint Eastwood en cada comunidad de vecinos. De los que defienden el porche con su puro en caso de que alguien se haya saltado las normas. No te dejará una multa, pero sí una mirada furtiva. De advertencia si te olvidaste la mascarilla.
En todo barrio hay un western encubierto. Lo hablaba con mi padre estos días, porque lo fácil suele ser ver el delito antes que la intención. En todo caso, a los que caminan por la calle sin rumbo aparente parece perseguirles un sentimiento de culpa, porque para bien o para mal, la epidemia ha cambiado el paisaje de la ciudad. En el Corregidor, donde el vecino por excelencia era el ruido, los demás inquilinos no lo echan de menos. En cierta forma, disfrutan del silencio, como si sospechasen que esa paz puede ser efímera.
Falta por ver qué ocurrirá cuando la sociedad reabra las puertas, porque en la entrada seguirán timbrando los problemas de antes, como la cuestionable inversión estatal en ciencia y salud. Y cambiar esa mentalidad, aunque nos repitamos a diario que tras el coronavirus ya nada será lo mismo, no dependerá de los aplausos de las ocho.