«Intentaba ser mejor cada día»

María Doallo Freire
María Doallo OURENSE

OURENSE CIUDAD

Santi M. Amil

El ourensano Iván Malvido rememora los grandes momentos de su trayectoria deportiva

01 mar 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

Con solo 7 años se calzó sus primeros patines. En ese momento se trataba de unos con las ruedas en paralelo que se quitaba solo para subirse al monopatín. El ourensano Iván Malvido compaginó estas dos disciplinas hasta que tuvo 12 años y descubrió el que se convertiría en su deporte rey: el patinaje en línea. «En aquel momento íbamos a darle a Salesianos y las tablas del skate hacían tanto ruido que siempre terminaban echándome. Así me subí a unos patines en línea por primera vez, que en aquel momento estaban de moda entre las chicas. Me enganché y hasta hoy», afirma. Con el Jardín Japonés recién construido en el corazón de la ciudad, Iván comenzó a patinar en línea a diario y sin parar, participando en todas las competiciones que se le ponían por delante.

A punto de cumplir los 15 ganó su primera prueba y fue en Ourense. «Fue crucial porque el premio eran unos patines buenos, unos K2, que me permitieron evolucionar. En ese momento tenía unos cutres, que yo mismo reparaba con alambres, y que no estaban preparados para lo que hacíamos», explica. Lo que hacían era concretamente patinaje agresivo. Una modalidad del en línea mucho más libre y directa en la ejecución, que incluye deslizamientos en bordillos y mediotubos, y que engloba las disciplinas de calle y de rampa. «Empezamos a ver vídeos de americanos practicando agresivo, que importaban los chicos de la tienda Radikal. Recuerdo cómo aluciné la primera vez que vi a un tipo grindar -deslizar- una barandilla», cuenta Iván. De esta forma el patinaje en línea y, especialmente, la modalidad de agresivo comenzaron a ganar peso entre jóvenes de la ciudad. «Ourense fue la meca del in line en Galicia, sin ninguna duda, a mediados de los noventa los patines eran un bum», recuerda. Tenía 15 años cuando fundó con dos amigos Wheels Of Fire, una de las primeras escuelas de patinaje que hubo en la ciudad. Compaginaba el colegio con enseñar a otros y con entrenar. Llegaron mejores instalaciones con la creación del skate park del Pabellón de Os Remedios y, con ellas, los frutos de entrenar a diario. «Empezaron a admitirme en campeonatos en distintas ciudades españolas y descubrí que se me daba bien patinar tanto en rampa como en street -calle-», cuenta. Tras esto llegó la Final del Campeonato Nacional en Barcelona, en el 97, donde Iván Malvido quedó tercero.

La final actuó de catapulta y comenzaron a sucederse los patrocinadores y los viajes gratis a distintas competiciones por Europa. «Competíamos siempre los mismos, así que terminamos haciéndonos colegas. El agresivo hacía que viviésemos situaciones muy intensas en muy poco tiempo, por lo que la cercanía entre nosotros era brutal, hasta el punto de costearnos viajes por nuestra cuenta para entrar en nuevos campeonatos. Intentaba ser mejor cada día», recuerda Iván. Campeonatos en Texas, en Montpellier, en Granada... hasta los X Games de Barcelona, donde consiguió su billete para la final del Campeonato del Mundo de Agresivo en Los Ángeles del 2002. «Eran tres rondas. En la primera quería asegurar y me salió bien. En la segunda, caí mal y me quedé inconsciente. Y la tercera, por suerte, fue perfecta», relata. Lo recuerda bien porque ese día se convirtió en subcampeón del mundo del deporte que ha marcado su vida hasta hoy. «Me sentí un dios. Era demasiado esfuerzo recompensado, una felicidad inmensa», rememora. Algo que se tradujo en un título y un poco de visibilidad. Por lo demás su vida siguió como hasta el momento. «Somos un deporte minoritario y por tanto el reconocimiento y la felicidad la viví entre compañeros, pero el dinero no vino con ello», admite. A su vuelta, vivió ocho años en Vitoria, trabajando y entrenando a partes iguales. En aquella época, añadió a su palmarés el título de campeón del mundo de agresivo por equipos. «Ganamos en el 2006 en Essen (Alemania) y fue otro sueño cumplido», dice. Ahora lleva doce años viviendo en Tarragona gracias a compaginar sus dos pasiones: el patinaje y la fotografía de deportes extremos -como el suyo-.

Iván tocó el cielo del patinaje cuando acababa de cumplir 22 años pero mantuvo sus pies bien unidos a las rampas, de ahí que aún hoy en día se ponga nervioso cuando le paran por la calle para pedirle una foto. «Para mí, todos esos que me paran son colegas con los que comparto el amor por este deporte y me alucina que sigan valorando mi trabajo y mis logros. Ese es el mejor premio que he recibido», finaliza. Está camino de superar una lesión que le ha mantenido alejado de los patines casi un año, aunque planea competir en julio: «El patinaje para mí es una forma de vida y desde que me levanto estoy en contacto con él. No dejaré de patinar nunca». Que así sea.

«Soy un yonqui absoluto de la fotografía»

El patinaje ha marcado la vida de Iván Malvido hasta el punto de estar presente en cada uno de los proyectos que ha llevado a cabo desde niño, que no son pocos. Desde lanzar su propia marca de ropa para rollers, Bong Crew; una productora; varios equipos de patinadores; hasta crear la primera revista sobre patinaje agresivo de habla hispana, Abec Roll Fanzine. «Era trimestral y conseguimos mantenerla 13 números, perdiendo dinero muchas veces, pero lo hacíamos para fomentar este deporte y al mismo tiempo para dar visibilidad a los nuevos principiantes», explica. Su otra gran pasión, a la que hoy dedica tiempo completo, como era de esperar también está relacionada. Se trata de la fotografía. «Siempre he hecho fotos, especialmente de deportes extremos, claro. Es una forma de arte que me flipa, tanto que soy un yonqui absoluto de la fotografía», admite. Empezó formando Sentimiento Visual con poco menos de 30 años, cuando se dedicaba a dar un toque especial a cualquier tipo de foto. Poco después nació Malvido Extreme, su sello actual, con el que se dedica íntegramente a la fotografía de deportes extremos.