La sala de exposiciones de la Casa da Xuventude (ese edificio de Celso Emilio Ferreiro que ahora se llama Espazo Xove) se va a transformar en oficinas. Es algo así como una metáfora de lo que ocurre con la vida cultural de la ciudad de Ourense. En lugar de cómics, pinturas y fotografías, habrá sillas, mesas y ordenadores. No digo que esté mal. Ni bien. La Casa seguirá contando con un espacio dedicado a las muestras (aunque será la mitad de superficie y, otra metáfora, ocupará un antiguo almacén) pero la reforma da pistas de cómo transcurren las cosas en una ciudad que, dicen, fue la Atenas de Galicia. Pero seamos claros. Que esto ocurra no es una cosa de la administración, a la que no podemos responsabilizar de todos nuestros males. Es probable que si la sala de exposiciones estuviera de bote en bote cada vez que se inaugurara una muestra la Xunta no hubiera tomado esa decisión. Es probable, de hecho, que el cambio pase desapercibido para casi todo el mundo excepto para quienes colgaban sus obras de esas paredes. Otro síntoma.
Lo de la cultura en Ourense es como lo del huevo o la gallina. ¿Qué fue antes? ¿El desinterés de los ciudadanos, la escasa implicación? ¿O la falta de apoyo de las administraciones, la retirada de ayudas y la conversión de una sala de exposiciones en despachos? Cada uno que se analice y que vea realmente cuáles son sus intereses. Y si está en condición de reclamar, de disgustarse, de alegrarse o de sentirse indiferente. Otra cosa es que la Xunta se gaste miles de euros en una obra cuando su presidente asegura que está entre sus planes hacer un edificio administrativo único.
Para lo que sí queda espacio es para la nostalgia. Para recordar la sensación emergente de los años en los que la Casa da Xuventude era un oasis para los jóvenes (también fue un territorio a conquistar por aspirantes a políticos que deturparon su espíritu) y un reducto para la fotografía, el cómic o el teatro.
Foron tempos.