Irene tenía 19 años cuando se fue con su marido al país fronterizo. Su idea inicial era emigrar unos meses y ganar lo suficiente para volver a O Carballiño, construir una casa y su propia familia. Pero la capital gala los atrajo y reconoce que vivir en la abadía era como un sueño. «Mi marido llegó a la edad de jubilación y nos volvimos. Pero yo seguiría allí. Si mañana me dijeran que tengo que empezar mi vida de cero, repetiría sin pensarlo», afirma con rotundidad. «Podía ir siempre que quería a Notre Dame. A mí madre también le encantaba. Tardarán, como mínimo unos ocho o diez años en restaurarla, calculo yo. Es una lástima que justo pase esto cuando estaban arreglándola porque ya estaba muy dañada, pero hay que pensar en todo lo que se ha conseguido salvar», explica esperanzada ella sobre el monumento más visitado de Francia en el que se beatificó a Juana de Arco, se coronó a Napoleón y se hizo el funeral de Charles de Gaulle, entre otros momentos históricos.
«Yo nunca me atreví a subir al mirador de la catedral, me daba vértigo solo de pensarlo. Igual cuando la recuperen me animo», finaliza José con una sonrisa.