José María Gómez será ordenado diácono permanente el domingo por la tarde en la Catedral
26 mar 2019 . Actualizado a las 08:10 h.«Tuve unos abuelos que me inculcaron la fe. No me la impusieron, sino que me la propusieron. Y yo recibí la formación con mucho agrado. Creo que esa es la base fundamental para que cuando llegue el momento de escoger tu camino sepas realmente lo que quieres hacer», cuenta José María Gómez Melón. Nació en Santa Ana de Chaodarcas (Pereiro de Aguiar) en 1954 y entró en contacto con la orden de los servitas desde pequeño. El domingo se convertirá en el primer diácono permanente de la diócesis de Ourense.
Fueron los siervos de María los que le propusieron continuar su formación espiritual en el país católico por antonomasia. «Mi vocación nació en la parroquia de la Inmaculada, observando cómo se entregaban ellos y ayudándoles como monaguillo», recuerda sobre su adolescencia. «En aquel tiempo el noviciado estaba lleno de jóvenes, todo lo contrario a lo que sucede ahora, así que me tuve que marchar a un santuario de Turín, en el que recibí mi formación como religioso. Después me destinaron a Génova y me dediqué a la pastoral de la parroquia», resume sobre su larga estancia en el país mediterráneo.
El siguiente paso a Génova fue Valencia, en donde asistió durante algunos años a pacientes y familiares hospitalarios. «Poder darles palabras de consuelo y hacerlos sonreír es una labor muy gratificante. Es bonito ver cómo se alegran y esperan con ilusión tu visita», afirma el que será el primer diácono permanente tras su ordenación en la Catedral.
Es consciente del problema vocacional que sufre la entidad religiosa y de que los tiempos en los que -como él- muchos tuvieron que hacer las maletas para formarse porque los noviciados estaban llenos han quedado muy atrás. «Últimamente no es que la Iglesia esté dando una buena imagen de lo que pueden llegar a ser los diáconos, obispos o cardenales. Están sucediendo cosas que, como es lógico, no agradan a nadie», lamenta sobre las denuncias que asolan a la entidad de la que lleva formando parte toda la vida.
«Estoy muy ilusionado, a pesar de mi edad, porque tengo bastante experiencia pero esto es una realidad nueva y resulta interesante», responde cuando le preguntan qué sintió al conocer la noticia. A sus 65 años se ríe tímidamente cuando le preguntan si nunca contrajo matrimonio -los diáconos que se ordenan a una edad adulta pueden estar casados- y confiesa que ahora tiene que realizar un juramento de celibato.
«No es que haya dos tipos de diáconos -aclara sobre las funciones que desempeñará tras su ordenamiento del domingo- es que los diáconos transeúntes continuarán su formación para llegar a sacerdotes, mientras que el permanente lo será toda la vida».
No pueden celebrar misa ni consagrar. Tampoco confesar ni dar la unción a los enfermos. «El diácono se dedica a la liturgia y la caridad, fundamentalmente. Y si alguna vez, como ocurre ahora cada vez más a menudo, no hay sacerdotes suficientes para todas las parroquias, nosotros podemos oficiar bautizos, bodas o entierros. Y aunque solo se centrase en la labor caritativa, el diácono puede ofrecer mucho a la sociedad. Por desgracia, la cantidad de gente necesitada va en aumento», finaliza a menos de una semana de ser nombrado por el obispo de Ourense, Leonardo Lemos Montanet.