La familia Conde Rodríguez gestiona la cadena de herboristerías Milhflor, que ha ido creciendo en calidad y cantidad desde hace 35 años
25 mar 2019 . Actualizado a las 14:04 h.Cuando salían del colegio se ponían la mochila y se dirigían a la tienda de sus padres. Marian (Ourense, 1975) y su hermana Cristina (Ourense, 1977) crecieron entre prospectos y productos dietéticos entre mediados de los 80 y principios de los 90. «En uno de nuestros viajes a un laboratorio de Barcelona nos las llevamos y reconocieron varios de los productos en carteles publicitarios. Sabían más de sus componentes y para qué servían que los encargados de enseñarnos las instalaciones que trabajaban allí», recuerda sonriendo su padre, Ángel Conde (Xunqueira de Ambía, 1950), sobre los inicios de Milhflor.
Todo lo impulsó la curiosidad por la medicina natural que sentía Milagros Rodríguez (Celanova, 1952) en 1984. Por aquel entonces la única tienda dietética que existía en la ciudad estaba enfocada a diabéticos o celíacos. «La gente se limitaba a remediar sus males en lugar de a cuidarse», recuerda su marido para resumir cómo supieron entender un hueco que había en el mercado y adentrarse en él. Aunque lo cierto es que confiesa que lo hicieron a ciegas porque los alimentos ecológicos y los veganos se contaban con los dedos de una mano. «La perspectiva era de inquietud porque no sabíamos qué podía suceder y no teníamos pistas de ningún tipo», relata Conde. «La sorpresa fue agradable y cada vez eran más los que pedían una consulta con Mila y se apuntaban a las charlas de adelgazamiento», afirma.
Y la demanda creció tanto que durante los cuatro primeros años abrieron cuatro negocios más en la capital.
En la actualidad cuentan con ocho tiendas y dieciséis empleados -sin contarlos a ellos- formados a conciencia para sus puestos de trabajo. «Cuando alguien se va de vacaciones no lo suplimos con un empleado que no conozca el negocio. Se forman internamente y se les exige que tengan cursos para renovarse», expone Cristina sobre los trabajadores. «Hemos intentado imbuirles la idea de que no estamos aquí para vender, sino para aconsejar a las personas que entran por la puerta. Que escuchen con atención y sepan detectar sus necesidades», añade su padre. «Hace unos años se incorporaron Cristina, como farmacéutica, y Marian, como contable. Esto supone que nuestro crecimiento se amplíe en calidad, aunque con la crisis pasamos a quedarnos en tres nutricionistas para las consultas», continúa sobre los cambios paulatinos del negocio.
Afirman que trabajar en familia es agradable con ellos, porque las parcelas profesionales de cada uno no chocan entre sí. «Es cierto que en ocasiones hablamos de temas de trabajo cuando estamos en casa, pero es inevitable», sonríe Ángel con cierta timidez. «También es bonito ver cómo hemos ido creciendo con los años».
El tipo de clientes también ha cambiado a lo largo de estos 35 años de historia. Ya no se buscan resultados rápidos con dietas de choque, lo que los clientes quieren es un asesoramiento nutricional. «También vienen algunos a preguntarnos cómo se pueden hacer veganos o vegetarianos de un modo correcto. Y también hacemos talleres de cocina o aromaterapia», apunta Cristina en la tienda de la calle Doctor Fleming. «También colaboramos con asociaciones que nos lo piden. Recientemente he dado un curso sobre la alimentación en pacientes de Alzhéimer y colaboramos con la asociación de diabéticos», ejemplifica sobre los campos en los que están innovando. Incluso hay líneas de productos a base de proteínas vegetales para incrementar masa muscular si se está siguiendo una rutina de entrenamiento. «Existen clientes que no solo se cuidan en el gimnasio o a la hora de comer, sino que ya buscan una relación directa entre el ejercicio y la alimentación», valora haciendo balance de cómo se han transformado los horizontes del negocio a lo largo de los últimos años.