El caleidoscopio utópico

tareixa taboada OURENSE / LA VOZ

OURENSE CIUDAD

Agostiño Iglesias

El artista Javier Ortas expone estos días su trabajo en la Galería de Arte Visol, especializada en arte contemporáneo

07 ene 2019 . Actualizado a las 17:06 h.

«Felicidad no es hacer lo que uno quiere, sino querer lo que uno hace»: Sartre.

El artista Javier Ortas presenta su peculiar caligrafía autobiográfica en la relevante Galería de Arte Visol de Ourense, a través de una veintena de obras que constituyen una magnífica representación de «joie de vivre», mediante una cromática valiente y deslumbrante con un estilo personal fuera de toda contaminación estilística y amaneramientos tradicionales y que sorprende por su impacto expresivo y estético, al que se añade la dificultad técnica en el predominio de la línea, convertida en sistema de zonas o plano de segregación del espacio que contextualiza perspectivas y construye, en el engaño óptico, volúmenes, transparencias, tamaños y distancias, ritmo y movimiento en la pulcritud de la acuarela, un lenguaje que ha interpretado con impronta propia.

Vitalismo en la retórica emocional y empleo de una imaginería costumbrista y amable, visualmente atractiva con algunos ingredientes del Pop Art y del Optical Art, con la cromática incisiva y el movimiento a través de líneas sinuosas o paralelas, contrastes poli o bicromáticos, metamorfosis y patrones. Subraya las pautas expresivas del color y traslada a través del tono, los valores afectivos y de temperatura que subyacen en las gamas cromáticas.

Sus composiciones se caracterizan por el control de un lenguaje propio y calculado como en una composición musical, cada elemento formal y cada color está previamente reflexionado con la intención de activar una reacción en el espectador. Valores cromáticos que desafían a Matisse, Derain o Vlaminck en su experiencia «salvaje» e idéntico «culte de la vie» y un entusiasmo vital, vínculo con la intuición que ejerce a través de una doble articulación en la función plástica y constructiva al mismo tiempo que expresiva.

El artista decodifica la atmósfera que transmite con una admirable capacidad de síntesis. Sincretismo estético en el que encuentra su camino personal sin sumisión a la herencia pictórica. Su discurso plástico se reinventa de un modo característicamente subjetivo. Podemos, sin embargo, encontrar lejanos acordes del bullicioso baile en el «Moulin de la Galette» de Renoir en las formas en movimiento y el encuadre interesado y fotográfico o del «Almuerzo sobre la hierba» de Manet en la contenida lujuria de los personajes y una composición expandida como una gran V abierta que deja el espacio central libre como en «Las Hilanderas» y dirige la mirada hacia el fondo.

La anécdota se desarrolla con claridad expositiva, las formas se presentan bajo un contraste de luces y sombras, desde el cromoluminarismo del fondo, a las sombras nunca negras, generadas por un tono violáceo y un nuevo tramo iluminado que despliega, envolvente, el efecto de atmósfera.

Prescindiendo del modelado tradicional, el artista consigue el efecto de volumen a través de los abruptos contrastes de color y dirección de las líneas, consiguiendo una corporeidad inusual en las anatomías mediante una mancha de origen cubista en la descomposición de las formas en armonías abstractas y geométricas que se hipertrofian a través de los contrastes cromolumínicos, consiguiendo una realidad ilusoria, una atmósfera surrealista en las veladuras y reservas con efecto de trampantojo, de paisaje en movimiento.

Cabe destacar, en la huella del artista, su originalidad y frescura.

En la colección que presenta en Visol de una veintena de cuadros, el plástico madrileño aborda, desde su particular estilo, escenas urbanas o campestres con el paisaje como telón de fondo, imágenes públicas o privadas en interiores que despiertan la parafilia del voyeur en el espectador.

Imágenes creadas, tomadas del subconsciente, bajo la apariencia de lo real y la suma de experiencias vitales.

Bañistas, el mar y sus reflejos en una descomposición de ejes ortogonales, lineales y geométricos y, sin embargo, son enérgicas y emotivas las disposiciones. Armonía de líneas que se transforman en rotundas composiciones de sublime equilibrio, intimismo e introspección de los personajes ensimismados, sus audaces escorzos, la interacción de los personajes con el mundo animal y el medio natural.

Javier Ortas desplaza la unicidad del tema para plantear distintos puntos de vista. Proteico, simbólico, hedonista, suscita una autorreflexión entre las funciones y tensiones que el individuo genera con su presencia en la realidad. Su volumen corpóreo, una fisicidad construida y articulada en el engranaje narrativo y la identidad emocional en la relación con otros. Humanismo utópico y sinestesia sensorial sin referentes contextuales.