Fernanda Rodríguez: «Con 10 años, Iván Salgado buscaba siempre la raíz de todo»

mar gil OURENSE / LA VOZ

OURENSE CIUDAD

Santi M. Amil

El gran maestro gallego del ajedrez era un alumno inquieto y charlatán

26 nov 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

La fundición Malingre es historia casi remota, pero el sonido de su sirena ha quedado grabado en la memoria de Ervedelo. Durante años O Couto interiorizó el timbre obrero como su propio latir diario. En Fernanda Rodríguez (A Coruña, 1956) resuena todavía como memoria de un tiempo en el que las alumnas del Santo Ángel convivían con cerdos, vacas y una huerta al pie del mítico castillo que hoy es símbolo del populoso barrio ourensano. Desaparecidas aquella infancia y aquella sociedad, Fernanda pasó de alumna a profesora. En esa su casa que es el colegio Santo Ángel coincidió, inaugurando siglo, con un alumno que no tardaría en convertirse en maestro, en gran maestro, del ajedrez.

Con Iván Salgado (Ourense, 1991) compartió 4º de Primaria. Hoy se reencuentran en un vertiginoso paréntesis entre aviones, competiciones mundiales y partidas de exhibición. Entre Sofía, la capital búlgara donde reside, y su barrio natal de O Couto, Iván encadena con aparente frescura miles de kilómetros y de movimientos de piezas. Viste camisa blanca y americana oscura. Habla rápido, pero da la sensación de que su voz no alcanza, ni de lejos, la velocidad de sus ideas. Con un esfuerzo, uno puede adivinar en este joven serio y de gesto amable al pequeño e inquieto estudiante que describe Fernanda: «Iván era muy vivo. No era un niño que interrumpiese las clases, pero sí muy activo y charlatán. No era de los malos, pero tampoco era callado. ¡Era normal! Digamos que no era un santo, pero tampoco un demonio trastón. ¡Y lo compensaba todo con las notas! Con 10 años no se quedaba con un sí porque sí, buscaba siempre la raíz del problema».

La normalidad de aquellos 10 años se truncó enseguida. Poco antes había descubierto el ajedrez por influencia de su padre, su hermano y el ambiente de Barrocás, donde la familia residió un tiempo. En 4º competía ya para los Mundiales y fue subcampeón absoluto de Galicia.

Su éxito en el ajedrez lo obligaba a faltar a clases. «Pero era un fenómeno, siempre con buenas notas; supongo que detrás de su capacidad estaban su esfuerzo, su disciplina y su trabajo», apunta Fernanda para explicar su avance académico a pesar de las ausencias. Iván esgrime razones más generosas: «En Santo Ángel, y luego en Salesianos, lo que me salvó fue que me apoyaron mucho; me cambiaban los exámenes según las competiciones y, además, siempre he tenido un grupo de 5 o 6 amigos y uno de ellos, David López, quedaba conmigo después de los torneos para repasar sus apuntes. Si no fuese por él, no sé si hubiese terminado algún estudio».

Iván cursó Bachillerato Tecnológico, pero sus mejores notas fueron en Letras: «Me encanta leer; no bajo de 30 libros al año. Historia y Filosofía me encantaban». ¿Y las Matemáticas? «Yo tenía dos cosas muy buenas: el nivel de atención, que era mucho más alto que la media, y el reconocimiento de patrones. No tenía tanto lo que sería talento para las Matemáticas como esas dos cosas».

Tras el Bachillerato, empezó Psicología en la UNED: «Después de 3 años tuve una mal experiencia, me lo pusieron muy difícil. Intentas representar a tu país, hacer deporte y tener una formación, pero ves que no tienes ningún tipo de apoyo, así que te cansas y piensas no estudiar más. España, a nivel universitario, no está preparada para los deportistas».

Tras el mal trago, en 2013 decidió instalarse en Bulgaria. Dos años más tarde entró, cuenta, en una espléndida Universidad heredera de la antigua URSS. Hoy cursa dos titulaciones: entrenador deportivo en la especialidad de ajedrez y manager deportivo. Si pudiese volver a los 18, asegura que habría hecho menos ajedrez y más estudios: «Si en España hubiese la Universidad que hay en Bulgaria, habría hecho eso».

Ha publicado libros -«porque no sé hasta qué punto solo jugar me llena»- y aconseja que los niños aprendan ajedrez, aunque solo sea un poquito, porque «yo noté que empezaba a pensar más rápido». Rechaza la automatización y, sin duda, apuesta por el esfuerzo y el trabajo.

De tipo raro a Bananamán

En cuanto a las etiquetas, Iván se cuelga la de raro: «Yo faltaba al 40% de las clases y, aun así, sacaba unas notas razonables; me dedicaba al ajedrez, pero también me gustaban el baloncesto, el fútbol, o jugar a los tazos y los gogos… ¡Más raro que eso no hay nada!».

Reconoce que nunca le llamaron chapón, pero bien pudo quedarle el apodo de Rompearmarios: «Unos compañeros me encerraron en un armario cuando fui a colgar a la chaqueta; empujé la puerta con fuerza y la saqué de su sitio. Nos castigaron todo el día».

Más éxito tuvo la broma de Bananamán porque en los recreos se comía un plátano cada día. «Nunca azúcares ni bollería», resalta. El plátano sigue siendo su aliado en las larguísimas y agotadoras partidas de ajedrez: «Puedo comer tres plátanos en cada partida, en unos momentos concretos que establezco. Me aportan potasio y relajan el estómago».

Y es que Iván, ya lo dice Fernanda, siempre busca la raíz, y la razón, de todo.