«A los que ganamos poco y pagamos un piso, no nos llega»

Cándida Andaluz Corujo
Cándida andaluz OURENSE / LA VOZ

OURENSE CIUDAD

Alex Carausan

La residencia Santa Marina no es un comedor social, pero lo que se cocina y sobra, se comparte

26 jun 2018 . Actualizado a las 13:27 h.

Seguramente se los ha cruzado en alguna ocasión. Sobre todo si usted es un habitual de las calles Santo Domingo y Cardenal Quiroga a mediodía, de lunes a viernes. Se sientan, normalmente en las escaleras de un portal, frente a la residencia universitaria Santa Marina, mientras esperan. Desde hace más de cinco años, de las cocinas de esta institución sale la comida que se llevarán a su casa o degustarán en la calle. No es un comedor social, pero las monjas que gestionan esta residencia para estudiantes no están por la labor de desperdiciar ningún alimento si hay alguien que lo necesite. Por eso lo comparte, por ejemplo, con Guillermo. Hace tres años que acudió por primera vez a la residencia para pedir comida. «No vengo todos los días, solo cuando lo necesito. Es que a los que ganamos poco y pagamos un piso, no nos llega para todo», dice. Conoció la residencia cuando un día se fijó en que otro hombre recibía un bol con comida a su entrada. «Les pregunté y enseguida me dijeron que no era un comedor social. Que solo dan lo que les sobra a ellas», explica.

Lleva en paro cuatro años, aunque de vez en cuando le sale alguna «chapuza» que le ayuda a sobrevivir. «Trabajaba en un bar y se me terminó el contrato. Las cosas no iban bien y hubo que reducir plantilla. Cobré el paro y cuando se acabó pues empecé a hacer trabajos esporádicos», explica. Tiene 38 años y afirma que patea la ciudad a diario para buscar algún empleo. «Ahora vivo solo y no tengo familia, por eso lo llevo mejor. Mi madre murió y cada uno de mis hermanos se buscó la vida», explica. No tiene pensado, todavía, dejar Ourense. «Lo que cobro me sirve para ir pagando la hipoteca. No tengo un trabajo fijo. Gracias a Dios todavía puedo pagar esas cosas, pero para comer me veo apretado», afirma. Aunque coincide con otras personas frente a la residencia, cada uno tiene una vida independiente. «Nos conocemos pero no nos tratamos», subraya. Hoy come sentado en las escaleras exteriores de un portal. Está lloviendo y lo prefiere a desplazarse hasta otra zona de la ciudad. Así, cuando termina, devuelve el recipiente a la residencia. No es el único. Mientras come, llega otro ourensano que prefiere no hablar, aunque asiente a todo lo que dice Guillermo. Relata que hay otro chico, cubano, que todos los días se lleva comida. Hace tiempo que en la residencia comparten lo que sobra de la comida que sirven a las internas con aquellos que lo necesitan. «Les damos lo mismo que comemos nosotras. Se lo calentamos y vienen a cogerlo cuando pueden», explican las monjas. Aquí no hay para todos. «Es muy importante que venga el que verdaderamente tiene una necesidad», afirman preocupadas.