La máxima que aborda la dificultad de ejercer como profeta en casa tiene un origen bíblico, puesto que es en el libro sagrado donde se atribuye la frase -adaptada al refranero popular con el paso de los años- al mismísimo Jesús de Nazareth.
El caso es que, siglos después, le seguimos dando vueltas a esa idea de desarraigo muchas veces forzado. Así lo marcan las oleadas migratorias, de las cuales en Galicia tenemos alguna experiencia. Pero incluso va más allá la historia de Iván Salgado, aquel niño prodigio al que sus propios profesores fueron aconsejando para que se buscara otros retos más ambiciosos, hasta llegar al máximo escalafón del ajedrez mundial, el de gran maestro. Aún se sorprende mucha gente de que este ourensano de pura cepa se hubiera instalado en una capital como la búlgara Sofía, pero a Iván siempre le ha parecido lo más natural del mundo, porque le permitió crecer en su formación deportiva y también en la académica.
Con esa misma naturalidad, Salgado López ha mantenido el contacto con su gente, con su ciudad. Por eso fue posible que el Club Xadrez Ourense y su presidente Elías González -uno de los entrenadores que trabajó con él en sus inicios-, embarcaran al gran maestro en la idea de ayudarlos a disputar el campeonato nacional. Porque Iván siempre se brindó a ayudar en lo que ha podido, entre largos viajes por medio mundo y complicados retos personales. El campeón de España individual ya le cambió la cara a su equipo y aún perdiendo su primera partida, su grandeza lideró a sus compañeros, los de casa.