Héroes del silencio

Isaac Pedrouzo ESTO NO ES OREGÓN

OURENSE CIUDAD

CESAR QUIAN

23 feb 2018 . Actualizado a las 22:34 h.

Vivo justo en mitad de dos generaciones.

Demasiado mayor para algunas cosas, muy joven para otras tantas, descartando opciones y decisiones ente los X y los millennials, disfrutando de la partida de Tetris, disfrutando también de Call of Duty y compartiendo mitos eróticos imposibles con unos y otros: Xuxa, Marlene Morreau, Katy Perry o Dulceida incluso.

Vivo con un ADN sin firma generacional. Único, raro

Es por eso que decidí confiar en la veracidad sin comprobar de todas y cada una de las leyendas que unos y otros me cuentan a diario. Al fin y al cabo la mayor parte de la cultura popular se mantiene sólida a base de mitos e historias que nadie quiere constatar.

Miedo a la verdad. Y es muy cierto. Que si uno dice las cosas con la autoridad suficiente suele conseguir lo que quiera. Incluso convertir la mentira en realidad.

Fue en 1991 y yo no estaba allí. En 1991 yo no estaba en ningún otro sitio que no fuese un campo de fútbol improvisado, un par de árboles como porterías y las líneas de cal inventadas según el interés de la jugada. La mayor parte de las veces ni existían. No hay fueras.

La gira Senda´91 de Héroes del Silencio llegaba a Ourense un 25 de Junio. Dicen que el primer golpe de guitarra de Entre dos tierras en A Saínza provocó un temblor en todos los séptimos pisos del barrio. Pero yo no lo sé, yo no estaba allí.

Imagino a fans descontrolados, poseídos por aquel éxito que la radio desgastó hasta dejar moribundo. Imagino también como todos esos tipos ya mayores que meneaban la cabeza en los 70 se acercaban envidiosos, asustados tratando de retrasar otro relevo generacional.

Como tú lo hiciste, como es probable que yo también lo haga.

Aquel martes terminó como lo hace cada martes: irremediable. La calle cerró, la ciudad cerró, pero era martes y los integrantes del grupo -ya mediático- no podían renunciar al ritual antológico del rock and roll, a celebrar el triunfo entre brindis épicos, rodeados de aduladores sin cargo ni horario. El tercer tiempo. La vuelta de honor.

En la calle Lepanto ya solo quedaba un bar abierto, ese bar sin nombre que alguien, sin motivo lógico aparente, llamó un día El Tonto, ese bar donde el paso del tiempo está prohibido y los vasos anchos son un invento del demonio.

Allí entró la banda entre serrín esparcido y olor a oreja y verdura.

El dueño, viejo cascarrabias desde joven, ya recogiendo y sin levantar la cabeza del suelo exclamó en voz alta que estaba cerrado, que se fueran de allí. Uno de los músicos todavía aturdido por el éxito de otra noche más replicó convencido: «pero somos los Héroes».

Levantó la mirada entonces aquel señor. Apoyó la mano derecha con la que sostenía el último vaso de tubo en la barra y les contestó: «¿Héroes de qué? ¿De la guerra del Golfo? ¡Todos fuera!».

Se hizo el silencio, el silencio ruidoso que exaspera, el heroico.

Quizás todo fue una cuestión de autoridad, pero yo no lo sé, era 1991 y yo no estaba allí.