Vivir en el centro

Isaac Pedrouzo ESTO NO ES OREGÓN

OURENSE CIUDAD

04 nov 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Hace poco tiempo que me he mudado de barrio, poco depende para quien, supongo. Cuatro años no duran lo mismo en todas las casas. Vivo en un pequeño piso en el centro de Ourense, aunque como ya he dicho alguna vez nadie tiene claro eso del centro en esta ciudad, pero supongamos durante un rato que sí, que esa franja imaginaria entre la Avenida de La Habana y Bedoya lo es.

Mi edificio está rodeado por todo lo que una persona que ronda la treintena puede necesitar. Un supermercado en el portal contiguo donde ?todavía? trabaja esa cajera que me cobra el perdón de haberme olvidado de ella una noche con cada pitido de cada código de barras. Con cada mirada fulminante. Deshace mis rendiciones con la misma fuerza que utiliza para romper por la mitad y «sin querer» la baguette que compro los viernes.

Calle abajo, a la distancia justa para apenas sentirlo, está el Azabache o Sabor Latino. El after del after, el que nunca duerme. Abre cuando los demás cierran y cierra cuando los demás abren, tratando de convivir en armonía con la panadería de enfrente, el bufete de abogados de al lado y el Palacio de Justicia.

Mi vecina, la del pelo raro del sexto, siempre asoma la cabeza a la calle antes de que el resto del cuerpo salga, como alerta, por si ha de cerrar el portal de golpe. ¿Pero sabes? al final nunca pasa nada. En mitad de todo esto, vigilando, se levanta el hotel San Martín desde el año 68, toda la ciudad está por debajo de él. Es el edificio más alto que tenemos por aquí pero pasaría desapercibido como un viejo hotel más en cualquier otra ciudad. En cualquier película de terror antigua. La Torre de Ourense.

Un poco más arriba, cerca de esa tienda de colchones que lleva en período de liquidación al menos estos cuatro años, existía, según rumores muertos de otra época imposibles de probar, algún negocio extinto donde se podía pagar en metálico, con tarjeta o en la trastienda. Leyenda o no, lo cierto es que a una trastienda sabes cuando entras, pero jamás cuando ni como sales.

Las franquicias hosteleras, a las que todos juran no ir jamás, se pelean entre ellas en un tramo de calle que en realidad solo sirve para ir a la zona vieja, mientras los pequeños kioscos y estancos empotrados en portales antiguos tratan de vender un periódico, una cajetilla. Miran de reojo al local que cada tres meses cambia de nombre, de aspecto y de vida suspirando por aguantar una semana más, un mes más, un año más.

Mi nuevo barrio en Ourense tiene de todo, incluso Adolfo Domínguez luce victorioso escaparates justo enfrente del semáforo más aburrido de toda la ciudad, el que todos cruzan en rojo sin mirar esquivando malabaristas, cucas y pititas.

Y así llevo aquí cuatro años, en este barrio del centro. Viviendo entre peluquerías, escuelas de ballet, casetas de la ONCE y concesionarios de coches demasiado caros.