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edith filgueira OURENSE / LA VOZ

OURENSE CIUDAD

Santi M. Amil

Tras 41 años de entrega y dedicación, se jubila del cuerpo el 25 de octubre

03 sep 2017 . Actualizado a las 13:00 h.

Mientras el fotógrafo lo retrata, su compañera de guardia -que lleva solo tres meses trabajando en los Xulgados de Ourense- se sincera. «Es uno de los mejores policías con los que me he cruzado. Hace tres meses que llegué y me fue explicando todo poco a poco. Me alegro de que se le reconozca el trabajo porque además, no tiene malicia ninguna», cuenta. Y es que Ángel Rodríguez está a punto de jubilarse del Cuerpo Nacional de Policía tras 41 años de dedicación. Su primer día de servicio fue el 1 de septiembre de 1976 y desde entonces ha pasado por todas las secciones -incluso por algunas que ya no existen- excepto por dos: la policía científica e informes. «Ingresei na academia de Badaxoz, estiven tres meses, e logo pasei por Oviedo, Vigo e Lalín, ata que cheguei a Ourense a finais de 1979», enumera.

Antes de entrar en la Policía Nacional trabajaba en una fábrica de muebles como encargado, pero un primo suyo le recomendó indagar en el cuerpo porque creía que le podía gustar. «A verdade é que ata o de agora todo foron satisfaccións e alegrías no traballo», cuenta mientras controla los movimientos del interior de las dependencias judiciales a través del reflejo de los cristales. Porque pese a que en el trato es afable y muy risueño, está en alerta continuamente. Como si pretendiera ver más allá de lo visible.

«Non pensei en ascender porque cando era máis novo había que marchar para o País Vasco, e aqueles anos ETA pegaba moi duro, ademais de que significaba entrar de novo no bucle dos traslados por tempadas», se sincera. Emplea palabras tan claras y concisas como sus ojos azules. Palabras asequibles para que todo el que quiera entender, lo haga sin esfuerzo. Tiene la mirada limpia y la conciencia tranquila. Y aunque varios de sus compañeros lo describen como una persona a la que la ciudad y el cuerpo le deben mucho, también destacan que nunca se le ha otorgado la cruz al mérito policial con distintivo blanco.

Detrás de su historia está la de un grupo de ocho profesionales que formaron el grupo Sherry a mediados de los ochenta. «Cando nos encargaron desempeñar ese traballo a verdade é que a primeira impresión foi forte. Tiñamos que loitar contra o tráfico de drogas mentres algúns se pinchaban na rúa», cuenta. El área de actuación se ubicaba en el casco viejo de la ciudad y tenían un furgón por centro operativo. «O primeiro que facía era disuadilos. Dicíalles que se non deixaban de consumir droga tería que rexistralos. E diferenciabamos aos consumidores dos vendedores porque aos segundos non lles permitiamos nada xa que facían negocio a costa da saúde dos que se enganchaban», puntualiza.

La experiencia no ha mermado su confianza en la gente, algo que, por otro lado, es bastante inusual en el gremio tras tantos años de profesión. No se disfraza de pesimismo ni se atrinchera en pensamientos indiferentes. «Hai moitas historias que me gusta lembrar, pero unha por riba de todas. Había un mozo ao que eu sempre lle dicía que si seguía consumindo ía acabar mal. El restáballe importancia ao asunto e o final rematou no cárcere de Pereiro por roubar nunha escola para mercar. Anos máis tarde topeime con el e a súa nai e díxolle: ‘mira mamá, este era o que sempre me dicía que o deixara’. E ela agradeceumo», se reconforta tras confesar que al final el hombre se desenganchó.

En algunas ocasiones los soplos llegaban de las prostitutas que se movían por la zona. «Tanto elas como outros que eran clientes fixos, ás veces soltaban prenda, pero case sempre a cambio de cartos -añade- e hoxe en día se me atopan pola rúa me piden algo para comer». Sin embargo, subraya que la delincuencia en Ourense tiene un cariz distinto al de ciudades de costa, como por ejemplo puede ser Vigo. «Cando estaba destinado alí pasabamos medo cando algúns nos recoñecían ao entrar nunha cafetería porque os delincuentes son de moita máis raza cos de aquí», compara.

Después llegaron otros grupos de trabajo de los que guarda buenos momentos y, hace 14 años, una operación de menisco que lo hizo ubicarse en una sección más tranquila. Hasta octubre seguirá vigilando que todo esté bajo control en las dependencias judiciales. «Cando marche botarei de menos o servizo. Eu non son de estar quieto. Lerei os xornais e pasearei», se plantea con los ojos inundados de recuerdos.

«As veces semella que hai que deter xente todo o tempo para que pareza que traballas»

El uniforme no es una mera prenda de trabajo para él. Cuando se lo enfunda los sentidos se despiertan. «Cando levo o uniforme éntrame moita máis responsabilidade, como é lóxico, e entro en estado de alerta», confiesa.

Lamenta con pesar que el trabajo de acción esté más valorado o tenga más recursos humanos y económicos que el de atención a los ciudadanos. Y defiende, por encima de todo, la profesionalización y los buenos modos.

Otro de los sectores en los que estuvo integrado como agente fue la Policía 2000. «Estaba pensada como algo moi humano pero creouse sen contar cos suficientes efectivos, Ao mover aos axentes doutras áreas a esta, que estaba enfocada aos cidadáns, os medios eran insuficientes para todo o traballo que había que facer», lamenta. «É unha parte do servizo que non se valora o suficiente. As veces semella que hai que deter delincuentes todo o tempo para que pareza que traballas. Pero é reconfortante arranxar pequenos problemas á xente da rúa. E moito máis estar en contacto con ela», finaliza.