La puerta número 10

tareixa taboada OURENSE

OURENSE CIUDAD

Alex Carausan

Ehlaba y Riobó Prada en «Unha porta do Rial» en el Marcos Valcárcel

13 jul 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

crítica de arte

«Los magnos proyectos necesitan mentes libres. Si piensas poseer un elefante agranda tus puertas». Jodorowsky. Cuando el mar se deja atrás, las piedras mojadas del rural gallego aploman sobre la memoria, alternándose en simbiótica comunión su origen primigenio de tradiciones santas y ritos paganos y druídicos. El espacio reservado que oculta una puerta cerrada impulsa a la imaginación a dar un salto mortal sobre el lugar omitido expandiendo la percepción de lo reservado a lo posible e imposible. Ehlaba Carballo de Dios se introduce en la espiral de lo trascendente cerrando con el número 10 un círculo afectivo y familiar homenaje al pasado, desde su pintura metafísica y Antón Riobó Prada documenta en la fotografía el proyecto Unha porta do Rial que se plantea a través de cinco años de experimentación e investigación común y se presenta a través de dos lenguajes expresivos con intencionalidades diferentes cómo un discurso sobre el paso del tiempo como elemento cambiante y performático en los objetos que se mantienen estáticos, alterados por los ladrones del pasado, testigos de la memoria y sujetos a la evolución de los cambios culturales, antropológicos, conceptuales, del lenguaje, costumbres? como puente inalterable y físico de dos mundos, pasado y presente, lo real y lo desconocido, lo trascendente y lo humano.

Hablan de la persistencia en la memoria y lo olvidado. El mundo delante de la puerta que presenta Riobó enfrenta a una realidad tangible en la puerta como muro físico y barrera similar a las que invisibles nos autoimponemos y visibles y alienantes nos imponen.

Riobó contextualiza el espacio como entidad, símbolo y fragmento, explorando el detalle como recurso de fotografía abstracta. Con luz natural en tomas directas alterando la profundidad de campo y las distancias focales. Realzando los detalles a través de una fragmentación que magnifica la parte, como en la pintura de Ehlaba que, elimina el contexto en una cosmogonía expresiva de crecimiento vegetativo y como concretización de un contexto abstracto y emotivo. Cada parte contiene su porción de infinito, en la unión de las imágenes fragmentadas y en cada una de sus partes, con la información expuesta o reservada siendo parte de ese todo, «El Uno».

Muestran, a través de las cicatrices como ombligos con su mancha de metal como marcas de un pasado bucanero, en los nudos de la madera, en los herrajes oxidados y las grietas como arrugas o pliegues de la piel de un pretérito animal. Huecos que nos permiten intuir tesoros oxidados. Las luces que son sombras ensalzan texturas avivadas por el contraluz, perspectivas alteradas, picados y contrapicados que recrea Ehlaba en su visión trascendente como a través del ojo de la cerradura, presentando la parte sustraída como el eco vacío de lo que fue y con los círculos como masas móviles de energía en proceso de cambio. De evolución y reconciliación con su propia historia, cerrándolo un círculo de honor y respeto. Catártico y resolutivo. Los fragmentos distorsionados de realidad de Riobó, estáticos y atemporales presentan herrajes avejentados desgastados de óxido sedimentario y humedades. Pertenece a un nuevo documentalismo con la tensión subjetiva de lo insólito, manipulando los encuadres como Duarte Belo o manejando el desenfoque con valor expresivo como Correa Corredoira en las incertezas y perspectivas utópicas.

Ehlaba y Riobó interrogan sobre cómo se configuran signos culturales y símbolos de lo popular desde tres claves: Pintura y fotografía con resultado plástico o documental, acciones que generan momentos colectivos ante situaciones sociales y posicionamiento en la narración, buscando la intervención en la trama social, planteando las contradicciones del pasado y presente, la memoria y sus tragedias en el rural gallego que implica el intervalo afectivo/físico de la discontinuidad en la emigración y la ausencia. Las imágenes que exploran tienen su convergencia en revoluciones psico-subjetivas y sociales derivadas del rechazo a la imposición del triunfo de un capitalismo alienante y a la pertenencia solidaria a una identidad colectiva como Jeremy Deller en la crítica a través de la descripción de una «civilización de la mercancía» y con el ideal de la superación y la trascendencia, del poder del hombre para cambiar el mundo. «Hay cosas conocidas y cosas desconocidas. Y en el medio están las puertas», Jim Morrison.