En Ourense somos gente conservadora. Tradicional. Lo de toda la vida, oiga. Es lo que nos gusta y lo que se nos da bien. Así nos va, claro. Que cualquier día nos llega el aviso de la orden de demolición. Porque estamos en riesgo de derrumbe. Nos caeremos y no pasará nada. Estaremos todos en las terrazas porque ya es primavera. Y no nos pillarán los cascotes.
Decía que somos conservadores, tradicionales. Clásicos populares. Gente de costumbres. Si vamos de unos, seguimos yendo pase lo que pase. Si vamos de los otros, también, dónde va a parar. Si vamos de aquellos, poco importa lo que hagan, ahí seguimos. Y si no vamos de nadie entonces sí que somos ourensanos de verdad.
Si se nos da tan bien hacer mal las cosas, para qué vamos a cambiar. A veces nos venimos arriba, nos liamos la manta a la cabeza y decidimos que hay que romper. Que ya está bien, por favor. Y entonces es como si subiera la marea y cambiase el paisaje de la playa. Durante unas horas las olas nos mojan los pies. Y cualquier tiempo pasado fue peor. Pero claro, baja la marea, volvemos a tener los pies secos... y no hay nada que hacer.
Y a todo esto Ourense en común, la «marea» ciudadana que aspiraba a cambiarlo todo, acabó demostrando que no podemos renunciar a ese gen de lascosascomotodalavida. ¿Quien dijo que había que votar para elegir un candidato? Home vai. Aquí, hasta para carretar votos, tenemos que hacerlo como siempre. Si no, no nos sale.