Separados por un siglo

Fina Ulloa
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Crónica | El día de cumpleaños de una centenaria y un bebé que, además, son vecinos Ella nació un 6 de abril de 1905 en Verea. Él vino al mundo en Ourense el 6 de abril del 2005. Ayer se vieron por primera vez las caras y La Voz fue testigo del encuentro

06 abr 2006 . Actualizado a las 07:00 h.

?o merecía la pena ni esperar por el ascensor. Para que Concha Rodríguez Quintas conociese a Mateo Cruz Núñez sólo hubo que subir un tramo de escalera, el que separa los pisos quinto y sexto de un edificio de la calle doctor Fleming en la capital ourensana. Poco esfuerzo para tener el privilegio de ver reunidos por primera vez a dos vecinos separados ni más ni menos que por todo un siglo de vida. Porque ayer era una jornada muy especial para Concha y Mateo. Era la fecha de su cumpleaños. Ambos nacieron un 6 de abril y, siguiendo con esas paradojas que tiene la vida, ninguno parecía darle demasiada importancia a este hecho. Posiblemente porque ninguno de los dos era consciente de ello y para ambos lo especial estaba precisamente en verse por primera vez. Y lo cierto es que, pese a las dudas de ambas familias sobre si la idea del encuentro había sido acertada, el flechazo entre ambos fue inmediato. A Concha se le iluminaron los ojos y no dejó de sonreír y hacer carantoñas al niño durante la hora que compartieron. Su propia hija se asombraba: «no pensé yo que iba a reaccionar tan bien, porque aunque está bastante bien, cuando se encierra en su mundo le da igual lo que pase alrededor, incluso a veces no hace caso a las visitas, aunque sean conocidas». Y al pequeño Mateo pronto se le borró la seriedad provocada por la sorpresa de enfrentarse con el rostro desconocido de la anciana. Compartió miradas y sonrisas con ella, primero desde los brazos protectores de su padre. Pero pocos minutos después no le importó compartir el sofá y hasta se sentó en las rodillas de Concha. Una pregunta El encuentro fue fruto también de una de esas casualidades que demuestra que, a veces, la acelerada vida urbanita conjugada en grandes edificios con muchos vecinos -en este caso ocho plantas a cuatro puertas por piso-, nos priva del placer de la proximidad real. Aunque Pili y Carlos -los padres de Mateo- conocían a su vecina Concha y sabían de la existencia de su madre «pensamos que ya no estaba viviendo aquí», explica Pilar. Y es que la anciana hace algún tiempo que no se anima a salir de casa. Hace algunas semanas, una tarde en la que Concha coincidió en la calle con la madre paseando al pequeño «estábamos hablando y me preguntó qué tiempo tenía, le dije que cumpliría un año el seis de abril» recuerda Pilar. Y fue entonces cuando Concha respondió «anda, como mi madre!, pero ella ciento uno». Así se gestó el encuentro que ayer reunió a dos vecinos separados por, exactamente cien años. Ni un día más ni un día menos. Tanto la familia de la anciana como la del niño se despidieron con la promesa de repetir el encuentro más a menudo, en vista de la buena sintonía mostrada por ambos, y convencidos de que a una y al otro les vendría bien ese contacto. Quizás el espíritu de una luchadora con salud de hierro se traslade al niño. Quizás la inocente alegría infantil contagie de optimismo y ganas de vivir, al menos otros cien años, a Concha.