Como una cabra en Pedraio

María Doallo Freire
María Doallo OURENSE

O PEREIRO DE AGUIAR

Susa mima a su cabra Luna, mientras Julio juega con Byron al fondo
Susa mima a su cabra Luna, mientras Julio juega con Byron al fondo Agostiño Iglesias

La chiva Luna y el bóxer Byron son las mascotas de una familia de Pereiro

28 jun 2020 . Actualizado a las 09:07 h.

Dicen que en las aldeas de Galicia es posible encontrar las mayores peculiaridades de esta tierra meiga. Un ejemplo de que esto se cumple, aunque no siempre, es la aldea de Pedraio, en Pereiro de Aguiar, que cuenta entre sus vecinos más queridos y conocidos con Luna, una chiva de poco más de un año de edad. Para sumarle humor al asunto, el amigo más fiel de esta cabrita es un cruce de bóxer que responde al nombre de Byron. La responsable de sumar al pueblo ourensano unos inquilinos tan especiales es Susa Iglesias, con el apoyo incondicional, aunque a regañadientes, de su marido, Julio Blanco. «A mí me encantan los animales y siempre había querido tener una cabra, me hacía muchísima ilusión porque son muy saltarinas y dan mucha vida», dice Susa. Y hace un año dieron el paso. «Nos pusimos a preguntar y encontramos a un hombre que tenía unas recién nacidas. Ese mismo día la trajimos para casa, era un bebecito precioso», recuerda.

A Luna le ha sobrado tiempo para hacerse con todos sus vecinos de la aldea. Aunque vive a sus anchas en la finca de la casa, Julio se encarga de sacarla a pasear a diario, y a veces les acompaña Susa. «La gente se queda pasmada. Todo el mundo la quiere tocar y darle un mimo», dice el ourensano. Vayan a donde vayan a caminar, los conocen por su cabra y por su perro. Luna disfruta muchísimo estando al sol, no soporta el agua y come todo lo que le pongan delante. Tanto es así que no sabe parar. «Tiene una barriga enorme, pero es que si le quieres quitar algo que esta comiendo embiste y todo», cuenta Susa, mientras se ríe sin parar, ya que la cabra no solo se enfrenta a ellos, también domina a la perfección a Byron -aunque el animal sea dos veces más grande que ella-. «Cada vez se quieren más, ahora ya duermen juntos y todo, pero es cierto que nuestra chiva manda y no hay más que hablar», añade Julio. Le pirra el pan mojado y que le rasquen la cabeza, pero sobre todo se muere por el matrimonio de Pedraio que la cuida cada día.

No es la primera vez que Susa cría y cuida en casa a animales más propios del campo. «Hace muchísimos años nos quedamos con un corderito que era de mi suegra. Una de sus ovejas había traído tres y ella no podía hacerse cargo de todos, así que lo iban a dejar morir. Ni me lo pensé, me lo llevé para casa y cada día le daba el biberón», recuerda Susa con muchísimo cariño. Blanquita, así se llamaba el cordero, compartía hogar con el caniche del matrimonio, Perla. «Los dos venían conmigo en el coche, se llevaban de maravilla, era muy gracioso verlos. De hecho cuando bajaba a hacer un recado en la ciudad los dejaba con la ventanilla un poquito abierta y Blanquita chillaba muchísimo para que volviese», cuenta. «No sé explicarlo. Genero muchísima empatía con los animales y me apetece protegerlos y darles cariño todo el rato», admite. Ya de niña, tuvo la suerte de crecer en una casa, a las afueras de la zona de As Lagoas, rodeada de ellos. «Mi madre tenía gallinas, conejos, cerdos... y por supuesto también teníamos perro y gato».

Julio y Susa están a punto de cumplir 50 años de casados. Se dieron el «sí, quiero» en 1971. Él tenía 20 y ella 18, aunque realmente el destino les juntó cuatro años antes. «Su hermano se había mudado a vivir en la planta baja de la casa de mis padres. Yo tenía solo 14 años, pero Julio le decía a mi padre, completamente en broma, que me cuidase porque se iba a casar conmigo», recuerda Susa. Como pasa a menudo, la broma se convirtió en realidad. Juntos han vivido en Cataluña o en Alemania y juntos han tenido que enfrentarse también a la pérdida de su único hijo en un accidente de moto. Ahora encaran los días con valentía y con paciencia pues Susa lucha contra un cáncer de riñón, una batalla en la que pelean de nuevo unidos, como el equipo que son. Pero entre la preocupación y el dolor, han aprendido a dibujar sonrisas, labor en la que les ayudan Luna y Byron, sin olvidarse ni por un momento de recordar todo lo vivido.