Mi hijo es mi jefe

Cándida Andaluz, Tania Taboada, Beatriz Antón y Patricia García

O CARBALLIÑO

MIGUEL VILLAR

LA PROFESIÓN QUEDA EN CASA... ¡Y tan contentos!, que una buena relación padre-hijo se trabaja día a día. Con sudor, alegría y complicidad no hay empresa familiar mal empleada

23 abr 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

No. No nos referimos a los hijos pequeños que se han convertido, ya no en los jefes de nuestro tiempo, sino en reyes de la casa. Hablamos de empresas familiares constituidas como tales. Con un hijo (mayor de edad) al frente y su madre o su padre detrás, ¡o al lado...! Pero en lugar de diciéndole qué tiene que hacer, llamándole «jefe».

Así a priori, ¿quién no trabajaría para un hijo por dinero, cuando a menudo lo hacemos tan ricamente por amor? Sin embargo, nos puede la fuerza de la duda... ¿Es fácil emplearse con éxito cuando la primera autoridad vital se ajusta a contrato? Imposible olvidar esa pintada que ha corrido de muro en muro de Facebook advirtiendo: «contra toda autoridad... ¡excepto mi mamá!».

Entremos en un café de O Carballiño, a ver cómo se guisa la suerte de ser el jefe de papá. Guillermo González Gómez montó allí en julio del 2012 la Cafetería Coctelería Moon 93. Desde un principio tuvo claro que quería a su padre al lado. «Él tuvo su propio negocio. Trabajaba en la cocina de un restaurante. El bajón de la construcción -muchos de los clientes eran trabajadores de este sector- hizo que bajase el negocio y se quedara sin trabajo. Nunca habría montado la cafetería si él no me hubiese acompañado», explica el hijo. Por eso, a Guillermo le pareció que era el momento de emprender una nueva aventura en la villa. Tras cuatro años codo con codo, el hijo afirma: «Mi padre es la columna vertebral del negocio. Somos como un gran equipo. Y él tiene claro el rol que ambos tenemos», dice Guillermo. Lo más importante es la confianza: «A veces discutimos, pero lo importante es que siempre terminamos hablando las cosas». El padre, José Antonio, afirma que el secreto del éxito de la relación que establecen padre e hijo en el trabajo es la amistad: «Primero tiene que haber una buena relación en casa. De confianza y de saber contarse las cosas. Una relación de amistad dentro de la familia».

El padre asegura que ve a su hijo como el jefe y sobre el trabajo comenta: «Tenemos que saber perder los dos. La verdad es que yo nunca supe lo que es el orgullo y eso es positivo». Qué pequeña gran lección. Tanto Guillermo como José Antonio aseguran estar muy contentos con la decisión tomada y creen que con el paso del tiempo todo ha ido a mejor. «Yo sé que él siempre está ahí y eso me da tranquilidad», dice el hijo. La relación con el resto de los trabajadores de esta cafetería es buena, asegura, y no hay suspicacias. «Hay que responder lo mejor posible y en el trabajo ser uno más», revela el padre. José Antonio lo dice con el saber que le dan sus 57 años. Cree que, al ser «joven», le resulta más fácil entender a su hijo. «De momento pienso retirarme y jubilarme aquí».

A PRUEBA DE GENERACIONES

OSCAR CELA

De la mano de Bautista Besteiro Fórneas nació Maderas Besteiro, una empresa familiar a prueba de generaciones (ya va por la tercera) en el municipio lucense de Castroverde. Este emprendedor decidió poner en marcha en 1930 un negocio relacionado con productos construidos a partir de la madera. «Construimos tablones de madera y vigas, suelos, frisos, molduras, puertas, armarios de cocina. Creamos piezas de madera al gusto, corte, canteado de tableros y fabricamos escaleras», explica uno de los cuatro gerentes de la empresa. Aunque el fundador inició su proyecto en su municipio natal, fue abriendo fronteras, viajando por Lugo ciudad hasta asentarse en una finca ubicada en la carretera que une Lugo con el municipio de Friol. Aquí se encuentra hoy. En la década de 1960 se incorporó a la dirección de la empresa la segunda generación de la familia Besteiro, es decir, los hijos del fundador: Ramón, Bautista y Manuel.

Tres hermanos que cumplieron el deseo de su progenitor. «É unha aspiración que tivemos. Foi un orgullo para nós seguir coa empresa que puxo en marcha o noso pai, ao igual que agora o é que os nosos fillos estén ao tanto dela», manifiestan Bautista y Ramón. Sus hijos son hoy sus jefes. La tercera generación de la familia es la que está al frente de esta empresa con 50.000 metros cuadrados de instalaciones y una plantilla que ronda los cien empleados. «Están os nosos fillos ao mando», cuentan los hermanos Bautista y Ramón.

Santiago, Mari Cruz, Paula y María son los cuatro primos e hijos de hermanos que se encargan desde el año 2005 de gestionar la empresa. «Decidimos continuar con el negocio que fundó nuestro abuelo, con el que continuaron nuestros padres. Ya conocíamos el método de trabajo y jugábamos con ventaja porque no tuvimos que añadir nada nuevo. Todo estaba en marcha y funcionando bien», dice una de las gerentes. «Tenemos una gran relación», asegura otra. Todos coinciden en que la situación es muy llevadera «porque sus padres les traspasaron el negocio y ahora no se meten en su trabajo», dicen. Les mueve un triple objetivo: mantener el esfuerzo, la confianza y la tradición. «Son los valores que heredamos», concluye otro de los socios. Los que les unen al abuelo que comenzó la aventura.

«HAY QUE CAMBIAR EL CHIP»

Va a cumplir 66 años, pero no quiere ni oír hablar de la jubilación. «No me gustaría nada estar en casa sin hacer nada, me moriría de aburrimiento», dice Mercedes Rodríguez Ardao. Esta vecina de Neda trabaja en la tienda de reparación de calzado y cerrajería Miguel, que comanda su hijo en la ferrolana calle María desde el año 2000. Llevan trabajando juntos ya dieciocho años (antes de abrir la tienda de Ferrol tuvieron otra en Neda), pero ni los roces del día a día ni el exceso de confianza parecen haber hecho mella en su relación laboral. «Si no nos llevásemos bien, cada uno ya habría tirado por su lado», asegura Mercedes. Y Miguel Pérez, su hijo y su jefe, corrobora sus palabras: «Mi madre tiene mucho carácter, pero enseguida se le pasan los enfados. Si por la mañana se cabrea por algo, por la tarde ya se le ha olvidado».

ANGEL MANSO

Tanto Miguel como Mercedes saben separar la vida laboral de la familiar y eso -advierten ambos- es uno de los trucos para que no salten chispas con demasiada frecuencia.

«Cuando salimos de aquí cambiamos totalmente el chip: dejamos de ser jefe y empleada para convertirnos en madre e hijo», advierte Mercedes. ¿Y qué le parece a ella que él le diga lo que tiene y lo que no tiene que hacer? «Pues la verdad es que lo llevo estupendamente, porque él no es nada mandón y siempre nos hemos entendido muy bien», dice sonriente la madre de Miguel. De ella, él admira sobre todo su buen hacer «de cara al público» y que es muy «perfeccionista», mientras que Mercedes echa flores a su hijo porque siempre se muestra muy «concienzudo» en el trabajo.

¿Hasta cuándo durará la relación laboral? Pues, según comenta la empleada de Miguel, nada menos que su madre, hasta que su hijo y jefe lo desee, porque ella está dispuesta a resistir mientras el cuerpo aguante. «Aquí me siento a gusto, de maravilla, pero no quiero ser un estorbo. Estoy en la tienda para echar una mano, pero ahora bien, si algún día me pide que me vaya, me iré», dice Mercedes rotunda. De momento, no parece que vaya a ocurrir. «A mi madre la idea de estar en casa no le gusta y, además, la echaría mucho de menos si se fuese», dice Miguel. Decir esto a una madre nunca está de más.

Imagínate ahora que tu hijo de 24 años echa a andar como emprendedor y decide abrir dos talleres de mantenimiento y reparación de coches. Y que ese mismo hijo te contrata como administrativa para trabajar con él en el proyecto. Este es el caso de Ana Fernández, una vecina de 48 años de la localidad coruñesa de Miño, madre y empleada de su primogénito, Bruno Lago.

«ES UN BUEN JEFE»

«Es un buen jefe, aunque a veces también discutimos», confiesa con una sonrisa. Palabra de madre. Orgullosa de Bruno, a Ana le gusta trabajar con su hijo. «Puede que choquemos, pero me apoyo mucho en él. Es un chico muy maduro para la edad que tiene y también un ejemplo para su hermano pequeño. Siento mucha responsabilidad porque quiero que le vaya bien en el trabajo. Es inevitable. Soy su madre», reconoce Ana.

PACO RODRÍGUEZ

«Siempre quise emprender y mi familia me apoyó en todo momento», cuenta Bruno, el jefe de todo esto. Abrió el primer taller en Miño y hace cuatro meses le surgió la oportunidad de montar un segundo negocio, un poco más grande, en O Burgo (Culleredo). Con su madre se lleva bien, aunque, como en todas las casas, a veces «chocamos». Pero las discusiones madre e hijo, digo... empleado y jefe «siempre llegan a buen puerto». Para Bruno y Ana es casi inevitable llevarse el trabajo a casa. «Ahora ya no vivo con mi madre, pero cuando voy a comer con mi padre y con ella no sé cómo nos las arreglamos: siempre siempre siempre acabamos hablando de trabajo. ¡Y mira que intento no hacerlo! No hay comida en la que no toquemos el tema». Al final, todo queda en casa. ¿Y qué mejor? Que te paguen por ello.