«Cada cinco años arde. Mi vida está marcada de recuerdos de incendios»

María Doallo Freire
María Doallo OURENSE

O BARCO DE VALDEORRAS

Josefa, vecina de Viloira
Josefa, vecina de Viloira Alejandro Camba

Así vivieron las horas fuera de casa los vecinos desalojados por el fuego en varios núcleos de O Barco

24 jul 2022 . Actualizado a las 13:58 h.

La desgracia en O Barco de Valdeorras es de color negro y huele todavía a quemado. Desde el centro del municipio puede verse a lo lejos, pero también más cerca de lo que había estado nunca. Por suerte ya no hay llamas, aunque quedan todavía los restos de los incendios: hectareas de árboles completamente chamuscados y naturaleza convertida en ceniza negra como la noche. En el centro de control de mando instalado en la Casa Grande de Viloira, uno de los jefes de las brigadas informa de que la situación sigue siendo complicada. Hay focos activos en Os Campos, en Carballeda de Valdeorras, y en Vilar de Xeos, en Rubiá. Existen todavía varios puntos calientes distribuidos por la zona, lugares en los que hubo fuego y en los que podrían reavivarse las llamas. Para impedirlo, los equipos de emergencia refrescan esos puntos cada pocas horas. Hace menos de una semana la situación era muy diferente. Candeda, Domiz, Coedo, Millarouso o Viloira son algunas de las parroquias de O Barco de Valdeorras que hubo que desalojar por la proximidad del incendio. Uno de los lugares que más sufrió es también uno de los más altos en la montaña, la aldea de Alixo, en donde varias viviendas acabaron reducidas a escombros. Por suerte no fue el caso de Laudeline Carvas y Manuel Rei, el matrimonio portugués que vive en la primera casa de este pueblo. El lunes fueron desalojados y trasladados a O Barco, donde durmieron en el piso de unos amigos.

Manuel y Line, vecinos de Alixo
Manuel y Line, vecinos de Alixo Alejandro Camba

Llevan 27 años viviendo en la comarca. Primero en Casaio, luego en la capital de Valdeorras y ahora en Alixo. «Gústanos máis vivir na aldea, rodeados de monte», admite Manuel. Este hombre, hoy jubilado, dedicó toda su vida al pastoreo y dice que no es la primera vez que arde tan cerca de su casa. Su mujer, Line, discrepa: «Eu nunca vira nada igual. Asusteime moitísimo porque o lume chegounos practicamente á porta de casa». Sin embargo, están de acuerdo en que ninguno de los dos quería abandonar la vivienda. «Tiñamos medo de perder todo, a nosa vida esta aquí. Marchamos porque nos obrigaron pero o bo foi regresar ao día seguinte e ver que seguía en pé», dice Line. También se salvó la casa de Gloria Moral, de Millarouso, desalojada junto al resto de los vecinos. «Cogí unas fotos y un sobre con dinero, que justo había sacado del banco ese mismo día para comprar el carbón de cara al invierno, y nos fuimos», afirma. En su aldea viven poco más de una treintena de personas. Unidas decidieron que no iban a pasar la noche fuera de sus casas, así que una vez que atardeció regresaron y se pusieron manos a la obra. «Si me vuelve a pasar algo parecido, no me voy. Vinimos en cuanto pudimos y si no llegamos a estar aquí, hubiese ardido el pueblo entero. Fuimos los vecinos quienes apagamos el fuego como pudimos», recuerda. ¿Cómo lo consiguieron? Con ingenio, entrega y mucha coordinación. «Tenemos un vecino que es bombero y él nos guiaba. Llamó a su hermano y entre todos nos pusimos a ello. Unos tirábamos carretillas de agua y otros usaban las cisternas de los tractores para conectar las mangueras y sofocar las llamas», relata Gloria. El humo y el calor han pasado, pero todavía queda el miedo. «Es algo que se te mete dentro y que creo que tardará en pasar», termina. 

Josefa Miranda es una vecina de Viloira a la que obligaron a dejar su casa. Fruto del caos y del estrés que ha vivido estos días, no sabe con exactitud si pasó en O Barco la noche del lunes o del martes. Cogió a su nieto, un bebé de pocos meses, y se fue al piso de su hijo sin dudarlo. «Era lo prioritario, que a él no le pasase nada», afirma. En su casa, donde ya han vivido situaciones similares en numerosas ocasiones, se quedaron su marido, su hija y su yerno. «Cada cinco años arde y siempre es igual. Empieza el fuego, no se le hace caso y de repente el viento lo aviva y ya llega el caos, y los profesionales que deberían protegernos parecen pollos sin cabeza», explica. «Mi vida está marcada por los recuerdos relacionados con los incendios», concluye.