Un siglo de vida con trabajo, poca comida y evitando disputas

Maite Rodríguez Vázquez
maite rodríguez LOBIOS / LA VOZ

LOBIOS

Agostiño Iglesias

Segunda Portela cumple 100 años en su casa de Grou, donde arregló huesos y cuidó la huerta hasta los 95

19 dic 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

El 18 de diciembre de 1918 nacía en Ganceiros, Lobios, Segunda Portela Rodríguez, la segunda, como su nombre indica, de un parto gemelar. Fueron ocho hermanos y ella los cuidó. Tuvo poco tiempo para ir a la escuela, aunque como dice su vecina Lulú, es muy inteligente y con ver las cosas una vez se le quedaban. Viendo a su tío, aprendió a recolocar huesos rotos. «O meu marido dicía: hante levar presa», recordaba ayer, en su casa de A Lama, en la parroquia de Grou, acompañada de su hija María y su yerno Perfecto en el día de su centésimo aniversario. «Tiña que andar con xeito, eu facíao con boa vontade», apunta de su talento como arregladora de huesos.

Ayer cumplió los cien años, sin darle mucho mérito. La salud le sigue acompañando y tiene vivos los recuerdos, aunque no tanta movilidad. Por eso se queda más viendo la tele. Le gusta Telecinco, en particular «Pasapalabra» y «Sálvame». «El presentador Cristian es muy bueno y también el concursante Fran», comenta. Segunda se cayó hace un par de meses por la escalera exterior de la casa. «Contei nove escalóns», rememora. Salió ilesa, ante el susto de sus allegados. Tuvo disgustos, pero «había que pasalos». Se casó con 32 años y se fue a vivir la misma noche de la boda a la casa de A Lama, donde no había agua ni luz. Llegó y tuvo que atender a su cuñado, postrado por la mordedura de una víbora. «Paseino mal», menciona. Luego llegaron los hijos, tres, dos de ellos fallecidos. Queda María, a la que tuvo ya con 45 años y con la que vive ahora, después de que la hija regresara primero de Barcelona y, hace tres años, de Vigo. En las ciudades, donde estuvo viviendo temporalmente, Segunda se desorientaba, explica la hija.

Vivió tiempos duros. Mucho trabajo hasta que se jubiló con 65, aunque la huerta la siguió trabajando sola hasta hace poco. Hasta los 97, indica su hija, Segunda vivió sola en su casa y atendiendo la huerta. Lulú, destaca su «salud de hierro»; ambas recuerdan un percance por una subida de tensión, pero que Segunda se iba riendo en la ambulancia. Se levantaba de la cama con la columna doblada todos los días, pero se iba irguiendo por el pasillo diciéndose a sí misma «aquí mando yo». Así llegaba a la cocina con la espalda ya erguida. «La cabeza y el corazón son las máquinas», afirma.

No hay secretos en su longevidad, dice. Ahora no tiene apetito, pero no comió en general mucho, porque no había. «El alcohol ni olerlo», asegura, y rehuyó las disputas y discusiones, llevándose bien con todos los vecinos.