Los felos que ahuyentaban lobos

María Doallo Freire
María Doallo OURENSE

ESGOS

Miguel Villar

Casi un centenar de personas mantienen en Esgos cada entroido la tradición de los felos y las madamas de Rocas

04 mar 2020 . Actualizado a las 17:42 h.

La finalidad de los felos que corrían por las montañas de Rocas, en el municipio de Esgos, en las primeras décadas del siglo XX, no era otra que la de ahuyentar a los lobos. Con un montón de cencerros -denominados esquilós- rodeando sus cinturas, el sonido que desprendían al correr les asustaba. Este origen es común a la mayoría de felos de la provincia pero en el caso de los de Esgos la necesidad era mayor: «A tradición naceu nas nosas montañas, os núcleos onde vivía a xente estaban en medio do monte. Eu recordo ir con tan só uns meses de vida, nos brazos do meu avó, que xa saía nos entroidos», dice Manuel Fariñas Blanco. Él es el presidente de la asociación de felos de Esgos que un grupo de vecinos constituyó en el 2009 con la finalidad de poner en valor la que se diría que es una de sus más arraigadas tradiciones. Fariñas, tal y como le llaman en su localidad, Melón, es además el felo de mayor antigüedad de la zona. Acaba de cumplir 77 años y puede presumir de que su memoria está intacta. «De rapaces xa nos vestíamos e íamos de pobo en pobo correndo polo monte. Era como máis desfrutabamos», explica.

El traje consiste en una falda con una camisa sometida y medias, todo de color blanco, a las que se cosen un montón de lazos de colores. Por la parte de atrás llevan, también cosido, un enorme y colorido pañuelo, y en la cintura, una ristra de esquilós. Los felos de Rocas se cubren la cara con máscaras alargadas en las que llevan pintados animales con los que se ven representados y bien agarrado en sus manos sostienen el bastón, que ellos llaman caiada, con el que enganchan a todo aquel que no disfruta a su paso.

Hay dos cosas que han cambiado significativamente en la confección del traje: la sustitución de las botas de agua por zapatos con polainas y, la más importante, que ahora dentro del traje también van mujeres. «Como os felos só podían ser homes, as mulleres vestiámonos de señoronas para acompañalos nas carreiras», explica Marina Díaz. Habla de las madamas. Ella fue una de las primeras en vestirse como tal y, al igual que la de Fariñas, su memoria da para largo. «Ao principio faciamos como podiamos. Colliamos telas, as saias das avoas, sombreiros de festa, e todas as contas que atopábamos pola casa, e saiamos así. O resultado era máis ou menos como imos agora só que as enaguas había que deixalas intactas para poñer nas ocasións especiais», recuerda. Lo mismo ocurría en el caso de los felos: «Cosíamos con moítisimo coidado porque as camisas que levaban eran as únicas que había, así que unha vez rematado o entroido tocaba descoselo todo».

El desplazamiento es uno de los aspectos que más se ha transformado. Los felos de Esgos siguen corriendo, indudablemente, pero es cierto que lo hacen en pequeños tramos y para llegar hasta las distintas aldeas contratan autobuses que les llevan y les traen de vuelta a sus casas. «Esto é porque agora somos o tripo de xente que cando comezou a tradición de entroido, na asociación estamos 72, pero temos chegado a participar máis de oitenta persoas», afirma Fariñas. «E tamén porque a xente hoxe en día non quere correr tantos quilómetros por diversión. Antigamente era moito máis bonito porque se poñía en valor a nosa terra ao ter que recorrela a pé», añade su mujer, Esperanza Rodríguez.

MIGUEL VILLAR

Esa cifra de participantes, mucho más elevada que en su origen, es un indicativo de que todavía quedan personas que valoran las costumbres como parte fundamental de la identidad de un pueblo. A ello se suma la labor de visibilidad y motivación que llevan a cabo desde la asociación de felos de Esgos. Y, además, tiene un peso especial la participación de los más pequeños. Xurxo, Raúl, Gabriel, Brais y Uxía son algunos de los niños que corren cada año, acompañados por sus padres, tíos y abuelos en muchos de los casos. Dicen que lo que más les gusta es hacer espectáculo con tanto color y sonido encima y, sobre todo, juntarse para robar de los gallineros. Sí, esa es la misión de los felos más jóvenes. «Teñen que meterse nos galiñeiros a coller chourizos, ovos ou o que pillen de comida. As madamas gardamos o botín nunhas cestas que levamos e ao rematar o entroido facemos unha cea para todos», explica Marina. La comida desde luego nunca falta. «O domingo, que é cando saímos polos pobos, en cada localidade agárdannos con alegría e con mesas cheas de comida para que repoñamos forzas. Son uns días de leria e estar xuntos que é o que máis nos gusta», añade esta vecina, a quien todos los demás le dan la razón emocionados. Este año será el día 23 y el remate final, en la madrugada del miércoles con la cuaresma. «Esa noite non se durme, dende as doce ata as sete da mañá hai que vixiar. Uns cantos saen cun boneco que coñecemos como cuaresma para deixalo na aldea que poidan. E é unha vergoña que quede na túa porque significa que non vixiaches ben», cuenta Fariñas, que sigue quedándose despierto después de todos estos años.

Los felos de Esgos llaman la atención de más gente cada entroido. Tanto es así que ya cuentan con participantes asiduos que vienen desde lugares como Maceda o Maside, zonas en las que tienen sus propios felos, y entre sus filas corren compostelanos o madrileños. «Trasladeime a Melón Alto fai uns anos porque o meu marido é de aquí. A min encántanme as tradicións coma esta, paréceme que é moi importante mantelas e animarse a vivilas dende dentro», explica Alex Abucide, natural de Santiago. Él ya es uno más en la asociación. Será porque tiene entusiasmo, ganas de disfrutar y también de transmitir valores tan arraigados en el rural como este. Tienen todo listo, solo falta ponerse a correr y llenar esas montañas de ruido y color.

Desde las primeras décadas del siglo XX

La tradición de los felos corriendo por las montañas de Rocas, en el municipio de Esgos, comenzó en el siglo XX. En la imagen vecinos de distintas aldeas de la zona, preparados para salir a correr a finales de los años sesenta.