La Pizzería Montana de Celanova encara nueva etapa: «Quisiéramos que lo cogiera una familia, le diríamos todo, no sería una aventura de cero como la nuestra»

Maite Rodríguez Vázquez
Maite Rodríguez OURENSE / LA VOZ

CELANOVA

Adelia Feijoo, Benito Domínguez y Mila Lorenzo, en la Pizzería Montana de Celanova, en la que han trabajado desde 1990.
Adelia Feijoo, Benito Domínguez y Mila Lorenzo, en la Pizzería Montana de Celanova, en la que han trabajado desde 1990. Santi M. Amil

Las titulares del emblemático local de comida rápida de Celanova quieren jubilarse después de 33 años y buscan dar continuidad al negocio

05 jun 2023 . Actualizado a las 18:53 h.

La historia de la Pizzería Montana de Celanova comenzó el 15 de diciembre de 1990. Era una época en la que en la villa llegó a haber hasta cuatro discotecas funcionando y la oferta de grandes pizzas de masa esponjosa, hamburguesas y sándwiches, que no había en Celanova entonces, atrajo desde el principio a los jóvenes. Las cuñadas Mila Lorenzo y Adelia Feijoo, con la ayuda de sus maridos José María (fallecido) y Benito Domínguez, asumieron el reto de poner en marcha el restaurante en un local de la familia, a pesar de que no tenían experiencia en el sector. No fue fácil, pues ambas parejas tenían hijos pequeños y los horarios eran de siete de la mañana al cierre. No es como ahora, que ya solo abren para los servicios de comidas y cenas y cierran dos días por descanso del personal (cuatro empleadas, seis en verano).

Fueron probando y aprendiendo de cocina y hostelería, fijándose en lo que hacían en otros negocios y evolucionando. «Cuando íbamos a Estados Unidos traíamos alguna idea, como los palillos decorados o las patatas chips», comenta Mila. Ambas se criaron en Norteamérica. Así, se inspiraron, por ejemplo, para la presentación del jumbo de pollo, uno de los éxitos del Montana, del que sirven cinco o seis mil unidades cada año, apunta Benito.

El local original tenía ocho mesas, que en el año 2000 se doblaron a 17, al añadir un largo anexo que ha sido testigo de numerosas celebraciones familiares y de amigos durante estos 33 años. A ello se sumó, durante la pandemia, la terraza exterior. Desde hace un par de lustros hubo un bum de pedidos para llevar, por lo que tuvieron que incorporar un programa para grabar estos encargos, explica Benito. Con el local lleno, muchas noches tienen que atender a cien personas, más los pedidos externos. «Todo está hecho a mano, al momento, con mucha dedicación», puntualiza Adelia. Y todo es casero, incluidos los postres.

La clientela evolucionó, desde aquellos jóvenes del inicio a las familias actuales. «Después de 33 años aquí hemos visto los noviazgos y casamientos. Ahora estamos dando de comer a sus hijos o nietos, ves caras de niños que te recuerdan a algún familiar», comenta Adelia. Después de tres décadas de duro y satisfactorio trabajo, los titulares de la Pizzería Montana quieren cerrar su etapa laboral y jubilarse. Les gustaría que el Montana tuviese continuidad, traspasándolo o alquilándolo a alguna familia joven que desee asumir el negocio. «Además de los clientes y de que está todo montado, nosotros les diríamos como se hacen todos los platos, no será una aventura de cero como la nuestra», añade Adelia. En el Montana hay muchos recuerdos personales, de los dueños y de los clientes, pero les toca fin de etapa. «Hay que cuidar a los nietos», concluye Mila.