«Es fundamental no hacer daño al paciente y generar su confianza»

María Doallo Freire
María Doallo OURENSE

CELANOVA

Santi M. Amil

Al odontólogo ourensano Santiago Sousa le encanta viajar, Julio Iglesias y el deporte, tanto que estuvo en un equipo de triatlón

14 feb 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Dice Santiago Sousa (Celanova, 1961) que de su padre heredó el buen fondo. De su madre se quedó con la pasión por la odontología. «De ella aprendí muchísimo. Sobre todo de su trato con el paciente. Era afable, muy amable y sabía perfectamente como decir las cosas», recuerda el dentista ourensano. Sigue poniendo en práctica sus consejos, especialmente el de no hacer daño: «En esta profesión este punto es fundamental. También el de generar confianza con el paciente y nunca hablarle de forma técnica, sino para que te entienda».

Pasó hasta los 10 años en Celanova y a partir de ahí en Ourense. Estudió en el colegio Padre Feijoo-Zorelle de la capital y cuenta que esas paredes atesoran sus mejores recuerdos. «Todo era bueno. De hecho, algunos compañeros nos juntamos cada año para cenar y rememoramos los mismos buenos momentos», afirma. Después del colegio, llegó la universidad. «Tuve siempre muy claro lo que quería estudiar», dice. Primero se sacó Medicina en Santiago y luego la especialidad en Santo Domingo, capital de la República Dominicana. «Cuando yo estudié, la odontología todavía era una especialidad así que tuve que hacer ese puente y decidí cruzar el charco. Fue una experiencia inolvidable, me lo pasé de maravilla y me abrió mucho los ojos», admite. Allí descubrió todo lo bueno que tiene empaparse de otra cultura, tanto que viajar lejos sigue siendo una de sus grandes aficiones. «Me encanta irme con mi familia. Me ayuda a desconectar y a recargar las pilas, y vuelvo nuevo y relajado», explica. Ha estado en Jamaica, Guatemala, Cuba, Estados Unidos o Marruecos, entre otros países.

Abrió su propia clínica en cuanto regresó de Santo Domingo a Ourense. Fue en 1987, en un pequeño piso situado en la calle Concello. Cinco años más tarde se trasladó a la consulta desde la que todavía trabaja hoy, en la calle Santo Domingo, un lugar el doble de grande que el primero. Por ella han pasado centenares de pacientes llegados de muy distintos puntos de la provincia. «Tratamos a familias enteras. Primero venía el abuelo y ahora recibimos a los nietos», dice.

Su eterno buen humor y la capacidad innata de tranquilizar al paciente -muchos llegan lidiando con el miedo al dentista-, han conseguido que Santiago Sousa tenga un gran reconocimiento en Ourense. ¿Cómo lo ha conseguido? «Trabajando. Dedicándole a mi profesión horas y horas, y más horas. Sobre todo al principio, podía estar aquí desde las ocho de la mañana hasta la una de la madrugada, incluidos sábados y domingos», admite, poniendo humildemente en duda eso de que sea reconocido. Para demostrárselo, no hace falta más que salir a la calle con él. Todo son saludos, toquecitos de codo y muchas sonrisas -ahora ocultas tras mascarillas- que él mismo ha arreglado. «Es una de las cosas que más me gustan de Ourense, además de nuestras termas, claro. La cercanía y el cariño con la gente, eso de que todos nos conozcamos. Me parece que crea comunidad y hace que nos ayudemos los unos a los otros», dice.

Sabe que la boca es mucho más que una sonrisa. «Claro que la dentadura influye en la autoestima de la gente, pero es mucho más. Hemos llegado a localizar diabetes, hepatitis, trastornos de alimentación, colon irritable y otras muchas dolencias», explica. En sus cerca de cuarenta años de profesión ha visto de todo y no es para menos si se tiene en cuenta que por su consulta pasan un promedio de veinte personas al día. Sin contar a la decena de pacientes que Santiago atiende a mayores, por urgencias. «Tenemos un millón de anécdotas. Desde pacientes que ven el cartel de estomatólogo y vienen a contarme sus problemas gástricos hasta otros a los que dejas solos un segundo en la sala y cuando vuelves están en el sillón dados la vuelta por toquetear nuestros aparatos, tal cual lo que le ocurría a Mr. Bean», bromea.

Puede que lo más anecdótico de su consulta lo provoque él mismo y es la música de Julio Iglesias que suele sonar constantemente a través del hilo musical. «Es el secreto peor guardado. Julio Iglesias es una clave. Dependiendo de la canción que esté sonando yo sé cuánta gente hay esperando a que les atienda y me apuro más o menos. Me encanta hablar con mis pacientes», admite.

Fuera de la consulta, lo que más le gusta es el deporte. Corre a diario y monta en bicicleta, llegó a estar en un equipo de triatlón. Mejor compartido con su mujer y sus tres hijos: «Son lo primero. Mi forma favorita de disfrutar de cualquier momento es a su lado».

Conoció a su mujer gracias a un incendio en el edificio en el que ambos vivían

Muy por encima de su amor por la odontología, está el que Santiago Sousa siente por su familia. Conoció a su mujer, Clara Martín, en un incendio en el edificio en el que ambos vivían en la calle Bedoya, en 1997. «La conocía porque era mi paciente pero no teníamos ni idea de que ella vivía en el tercero y yo en el sexto. Llegaba de hacer deporte y me encontré la situación. A ella la hicieron salir tan rápido de casa que bajó descalza, le presté unos calcetines limpios que llevaba en la mochila y hasta hoy. Una forma mágica de encontrar el amor y este es de verdad». Juntos tienen tres hijos. Fabiola, la mayor, sigue los pasos de su padre y estudia para ser dentista. Le sigue Beltrán, que optó por el periodismo. Y Coral, la pequeña, todavía en el colegio. «No voy a ningún lado si no es con mis hijos. Me fascina hablar con ellos, descubrir cómo piensan y actúan y compartir momentos a su lado», termina.

QUIÉN ES.

DNI. Santiago Sousa nació en el 61 en Celanova. Cuando tenía 10 años se trasladó con su familia a Ourense y con unos cuantos más ya sabía que quería ser odontólogo, como su madre. Lleva trabajando en su propia clínica desde 1987. A punto de cumplir los 60, sigue encantado con su profesión y no se plantea retirarse.

Su rincón. Se queda con el local donde durante medio siglo estuvo situada La Ibense, en la esquina de la calle del Paseo. «Mi padre nos llevaba muchísimo a mis hermanos y a mí. En verano nos compraba helados y en invierno tomábamos chocolate con churros. Todos los recuerdos que tengo allí son buenos», admite.