«O barallete tiña e ten algo de picardía, pero, sobre todo, de manter o noso»

Pablo Varela Varela
pablo varela OURENSE / LA VOZ

CASTRO CALDELAS

Pablo Varela

Miguel Pato, joyero de Ourense, aprendió la jerga en las ferias de su juventud

27 nov 2022 . Actualizado a las 11:03 h.

Miguel Pato, ourensano de Velle de 75 años, tenía apenas 12 cuando comenzó a acompañar a su padre y sus hermanos en las ferias de la provincia. Eran, y son, joyeros. Ahora, las sortijas y el oro están tras los expositores en un establecimiento familiar que resiste en las galerías comerciales de Santo Domingo, pero antaño se vendían sin cristal de por medio. Y ahí, la jerga del barallete, tradicionalmente vinculada a los afiladores, era algo más que un aliado. «Había xente que facía que che estaba comprando algo, mentres outros compañeiros seus viñan por detrás tentaban roubar. Isto é verídico, eh!», explica Miguel.

Robar, o lapetar, según se mire. Porque un lapetas, para quienes hablan el barallete, es un ladrón. Y esa era la señal que usaban los comerciantes para advertirse entre ellos cuando se olían que algún cliente rondaba las cercanías de los puestos con malas intenciones. El abuelo de Miguel pertenecía al gremio de los joyeros, su padre también, y él siguió la estela de ambos. Eran otros tiempos. «Iamos por toda a provincia. A Castro Caldelas, a Celanova. Incluso en tempos de colexio. Había días nos que coincidían dúas feiras e tiñamos que dividirnos cos meus irmáns para acudir a todas», recuerda.

Poco a poco, fue aprendiendo la jerga a base de hacer calle. De convivir con quien ya llevaba mucha recorrida. «O barallete naceu cos afiadores. E o meu pai aínda traballou algo coa parauguería, así que nos xuntábamos moitos. Rematabas aprendendo a base de contacto, porque vendías xoias e tamén as comprabas. Eu era moi neno, así que ía collendo as palabras que escoitaba», explica Miguel. Porque al final, esos diálogos eran su código particular de supervivencia. Una vía para que, quien estuviese enfrente, no pudiese saber a ciencia cierta de qué estaban hablando o, en todo, caso, no tuviese posibilidades de hacerles el lío. «Sempre foi falado entre os feirantes. Tiña e ten algo de picardía, pero, sobre todo, de manter o noso. Se falábamos entre nós, aí quedaba a conversación, porque había quen non se decataba de nada», agrega sonriendo.

Si alguien decía que era la hora de tizar, entonces es que tocaba irse a comer. Y si en la comida se pedía mouga, es que apetecía vino. O también oreta, porque sobre la mesa no venía mal un poco de agua. Tras el postre, sería el momento de esgrilar. O lo que es lo mismo, marcharse. «Eran palabras que xa tiñas integradas na conversación familiar», dice. Alguna de ellas ha ido llegando a sus hijos, pero con cada generación la tendencia parece ir encaminada a perderlas en lo oral, quizá porque el barallete surgió precisamente en un entorno de competencia en las calles, ya no tanto en las tiendas.

De las ferias al establecimiento

De aquellos años, a Miguel le queda la nostalgia. «Pasabas de todo. Había días de frío e de calor, pero levábao no sangue e sacábase un diñeiro que logo traías para casa», razona.

Su hijo, que también se llama Miguel, sospecha que posiblemente él fuese uno de los últimos feriantes de joyas de Galicia. Ahora, María, una de las hijas de este veterano trotamundos ourensano, trabaja tras el mostrador en la Joyería Suyza, en el centro de la ciudad. El nombre no viene de la emigración, sino del aprecio que la familia tenía a los relojes que venían del país helvético. Llegaron a tener dos tiendas, una de ellas en la calle de los Vinos, de Ourense. E incluso así, Miguel echaba de menos los tiempos de recorrer los pueblos, por el contacto directo y constante con la gente.

Sabe de la existencia de un diccionario sobre el barallete, pero no le consta que haya demasiadas personas vivas que lo hablen. No al menos de manera fluida. «Isto vai en descenso, porque os que sabían disto foron morrendo. Agora, no caso dos fillos, van sabendo catro cousas que lles falo eu», explica. Por el interior de la joyería corretea una de sus nietas. «Ela de momento non», dice Miguel, al que se le intuye una sonrisa por detrás de su mascarilla. Y como algunas décadas atrás, se despedía a lo pillo, intentando dejar en blanco a quien estuviese enfrente: «Para a próxima vez que veñas pola xoiería, imos a por un cafurrio». Es decir, a tomar un café.