Alfonso Graña, el gallego que fue rey de la tribu huambisa del Amazonas

Carlos Portolés / B. P. REDACCIÓN / LA VOZ

AVIÓN

Alfonso Graña -con pipa- se hizo esta foto con el que podría ser su hijo -al fondo, con camiseta-
Alfonso Graña -con pipa- se hizo esta foto con el que podría ser su hijo -al fondo, con camiseta-

El aventurero, natural de la localidad ourensana de Amiudal, vivió 12 años en la selva

16 ago 2021 . Actualizado a las 09:31 h.

La historia comienza en una pequeña aldea de la provincia de Ourense. Amiudal, perteneciente al ayuntamiento de Avión, no llega a los doscientos habitantes. Un paseo por sus pequeñas calles no presenta indicio alguno de que se está pisando el lugar de nacimiento de un rey. Uno que exhaló sus últimos suspiros hace casi noventa años, entre las plantas silvestres y los ríos arremolinados del Amazonas. Por nombre, Alfonso Graña. Alto y desgarbado. Un chico analfabeto de pueblo que lucía unas gafas que le conferían un falso aire de poeta vanguardista. Entre gallinas y labranzas se crió un soñador, un explorador nato. Como todo aspirante a descubrir el mundo, Alfonso abandonó con prontitud las cuatro paredes que contuvieron su niñez.

Fue uno de los muchos de su generación errante que se embarcó rumbo a las Américas. Primero posó pies en Brasil, para más adelante cruzar la frontera hacia Perú. Llegó a la ciudad de Iquitos con la idea hacerse un hueco en la industria cauchera. Pero una profunda crisis del sector frustró sus expectativas mercantiles. Con poco que ganar, y aún menos que perder, Graña se adentró en las fauces gorjeantes del Amazonas acompañado de un amigo y compatriota suyo. Esperando encontrar oro en pepita, acabó cruzando temerariamente el territorio de los huambisas, tribu indígena perteneciente al pueblo de los jíbaros.

Reinado improbable

A pesar de que hay versiones divergentes de la historia, la más verosímil y aceptada es la presentada por el escritor Maximino Fernández Sendín en su libro Alfonso I de la Amazonia. Sendín expone que, en aquel primer encuentro entre Alfonso y las tribus amazónicas, hubo un enfrentamiento en el que el compañero de Graña fue asesinado.

Sin embargo, la vida del de Amiudal fue perdonada, pues, según se cuenta, la hija del jefe de la tribu se encariñó de él y quiso desposarlo en matrimonio. Las oportunas nupcias que fueron la salvación del gallego, también fueron su vehículo hacia la aristocracia indígena.

Fallecido el monarca de los nativos, fue Alfonso, como marido de su hija, el que heredó la destacada posición de gobernante. Así fue como, con la inestimable mediación del azar, un muchacho ourensano se convirtió, de facto, en líder de la milenaria tribu de los huambisas. Vivió entre ellos hasta su muerte en 1934. Fue pionero en establecer una ruta comercial desde las profundidades de la jungla hasta Iquitos a través del río Marañón. Con balsas construidas por él mismo, remontaba las aguas hasta la urbe cargado de jugosas mercancías selváticas y las vendía obteniendo pingüe beneficio. También fue docto (y autodidacta) en la extracción de sal. Aprovechando el caudal de un río salino cercano, construyó una rudimentaria pero eficiente planta desalinizadora capaz de extraer hasta 50 kilogramos al día, lo que multiplicaba por cinco la capacidad de producción de los indígenas.

Con el tiempo, Graña acabó siendo respetado no solo por los huambisas, sino también por varias tribus colindantes como los aguarunas, lo que le permitió mediar en varios conflictos y minimizar el número de enfrentamientos armados en la zona.

Su influencia se extendía por un vasto territorio con una superficie equivalente a (en palabras del célebre Víctor de la Serna) «Andalucía, Extremadura y Castilla la Nueva, juntas». Su autoridad fue reconocida por varios organismos internacionales, y cuando alguna empresa extranjera quería hacer misiones de reconocimiento en aquel extremo del Amazonas, negociaba directamente con Alfonso su paso por aquellas tierras.

Una vida de muchas vidas. El muchacho de pueblo, el astuto comerciante y el justo monarca convivieron bajo un solo rostro, por nombre Alfonso Graña.

Cesáreo Mosquera, escudero y escribiente

Cesáreo Mosquera ha sido a menudo descrito como un personaje excéntrico y peculiar. Otro emigrante gallego en tierras peruanas. Regentaba la célebre librería Amigos del País, que durante años fue un lugar de encuentro para los extranjeros que habitaban la ciudad de Iquitos. Conoció a Alfonso en una de sus muchas misiones comerciales. Desde que sus caminos se cruzaron, Mosquera se interesó hondamente por las peripecias vernianas de su compatriota, y dado que Graña llegó a América siendo analfabeto, se ofreció a dejar por escrito su historia. Gracias a esta meticulosa labor de escriba, existen documentos y transcripciones que permiten reconstuir con aceptable precisión la peripecia del aventurero de Amiudal.

La sombra del explorador, 90 años después

El surco de la canoa de Alfonso Graña sigue reverberando en las bravas aguas del río Marañón. Décadas después de su muerte, su recuerdo sobrevuela los verdosos horizontes del Amazonas. Envueltos en un halo de misterio, los mayores cuentan historias remotas de un gallego que un día fue rey de la selva. Los huambisas y los aguarunas, las dos tribus con las que Graña trabó sincera amistad, siguen habitando la zona oriental de la Amazonia peruana. Llevan años elevando la voz contra la explotación y la deforestación de sus tierras, y en los últimos tiempos han sido tristemente notorios por los continuos enfrentamientos en la zona, a cuenta de las protestas derivadas del conflicto. Hace apenas una década, otro gallego de maleta fácil fue agraciado con el cariño y el respeto de los pueblos originarios. Se llama Antonio Abreu, y a principios de este siglo realizó hasta siete viajes al Perú para tratar de encontrar a los descendientes perdidos de Alfonso Graña.

En sus numerosas expediciones, pudo descubrir una cultura que le abrió los ojos y la mente a una forma de vivir en peligro de extinción. Desde entonces, hizo suya la causa de la defensa del entorno natural y de los derechos de los pueblos indígenas. Su hijo, quien le acompañó en la última travesía amazónica, cuenta con emoción cómo su padre se ganó el afecto de todos cuantos se cruzaron en su camino durante sus apasionantes viajes y aventuras. Desde su infancia, jugando con sus amigos entre los matorrales del parque Castrelos de Vigo, Antonio ya soñaba con caminar algún día las verdes sendas del Amazonas. Nueve décadas después de la muerte de Graña, hay dos pisadas gallegas en el corazón de la selva.