El parricida asesinado en Ourense guardaba el dinero de la herencia para su vida fuera de prisión

M. rodríguez OURENSE / LA VOZ

AMOEIRO

Lou Mora

«Será la última vez que vaya a la granja», escribió la víctima antes de morir

11 may 2022 . Actualizado a las 22:06 h.

Fernando Iglesias Espiño, el parricida de Gran Canaria cuyo asesinato se está juzgando esta semana en la Audiencia de Ourense, tenía planes para su inmediata salida en libertad condicional, después de más de veinte años en prisión. Quería vivir tranquilo, alquilando una casita con terreno en la que poder tener un perro, y asumir la tutela de su hermano, ingresado en un centro de Amoeiro. O quizás comprar una caravana. Y para ello contaba con el dinero que su madre le había dejado como herencia y que cobró dos meses antes de morir.

Según contaron testigos que lo conocían, básicamente del ambiente carcelario, se privaba de comer o de pagar alojamiento para no gastar de ese dinero y solo se había permitido comprar un coche de segunda mano para desplazarse cuando disfrutaba los permisos de fin de semana. Se había gastado 1.500 euros en el automóvil y había pagado las deudas, que iba apuntando metódicamente, a la gente que le había prestado dinero. Al menos eso dijeron quienes le conocieron sobre el posible destino de tres mil euros retirados por la víctima.

Cuando escribió a su abogado para comunicarle que le habían dado el tercer grado, le dijo por Whatsapp que ese sería el último fin de semana que iría a la granja de Maside y que si se podían ver el sábado. Ese encuentro ya no se produjo y el lunes 13 de agosto el letrado recibió un mensaje que no le cuadraba con el estilo de Fernando. Ese mismo día, una prima de Silleda a la que visitaba el recluso recibió también un mensaje en el que Fernando, supuestamente, le anunciaba que iba a cambiar de teléfono.

«No se sentía bien tratado en la granja. La gente de la prisión se aprovechaba de Fernando, porque era servicial y bondadoso», declaró el abogado. Sin embargo, la exmujer del acusado Hermida negó este punto. «Se le trataba como a uno más de la familia, le dábamos comida, ropa de cama, para tabaco y recargar el teléfono». No le retribuían sus labores en la granja, que eran escasas, dijo, pero le habían hecho un contrato para que le sirviese ante el centro penitenciario. Además, señaló que la granja no tenía problemas económicos hasta que, en agosto de ese año, se les murieron doce mil pollos. Negó que Francisco, su ex, fuese violento e indicó que llevaba una pulsera de control de horarios y movimientos.

Los días que Fernando tenía permiso pasaba por la casa de un amigo a coger algo de ropa. A este le chocó que no fuese aquel segundo fin de semana de agosto. «Cuando me contaron que no había vuelto del permiso, me pareció imposible», afirmó. Llevaba 22 años de una condena que estaba deseando acabar y ya atisbaba la libertad condicional. Tampoco le cuadraban con las escasas habilidades de la víctima los métodos en los que se retiró el dinero de la herencia de su cuenta. «No pudo haber gastado 23.000 euros en trece días. Quería subsistir con ese dinero hasta los dos años que le quedaban para jubilarse. Era una persona muy limitada, socialmente y en su movilidad. Vivía en el centro penitenciario e iba a un sitio en Amoeiro. Si tenía que ir a otro sitio se perdía», relató. No le veía capaz de usar aplicaciones como Hal Cash para hacer transferencias.

Que la víctima había recibido dinero de una herencia era conocido en la prisión. De hecho, fue el propio centro penitenciario quien se lo comunicó al recluso.

Otro asunto que intentó aclararse en la tercera sesión de este juicio con jurado fue un incidente violento ocurrido en el mes de julio del 2018. Alguna persona —varios testigos apuntaron, según lo que les había dicho Fernando, que fue el acusado Óscar González— golpeó al parricida con una barra de hierro en la cabeza y en un brazo. Óscar se le excusó diciendo que lo había confundido con un ladrón.

En agosto, con la víctima ya enterrada en una finca de difícil acceso en Piñor, Óscar fue generoso con los amigos a los que invitó en las fiestas de Mesego, Maside o la Istoria. En una noche pudo gastarse mil euros, en otra 600. «Cuando tenía dinero era para todos, siempre fue así», dijo una amiga de la infancia.

El testigo de una empresa que suministraba pollos a la granja de Hermida no aclaró nada sobre la cinta de embalar que apareció con el cuerpo. Puede que hoy los forenses aporten algo de luz.