El centenario de Allariz que iba para maestro y acabó siendo capitán de la marina mercante

Marta Vázquez Fernández
marta vázquez OURENSE / LA VOZ

ALLARIZ

Antonio Seara, en una foto de 1954 a bordo de un barco de la compañía Transmediterránea
Antonio Seara, en una foto de 1954 a bordo de un barco de la compañía Transmediterránea CEDIDA

Antonio Seara Fernández estuvo catorce años en el mar con la Transmediterránea y luego se metió a promotor

21 may 2023 . Actualizado a las 17:30 h.

La historia de Antonio Seara Fernández es la de un hombre hecho a sí mismo. Hijo de un sastre, la guerra civil española lo pilló con trece años. Luego vendría el conflicto bélico mundial y una España bajo el mando de Franco en la que este intrépido joven supo hacerse un hueco. Tras un intento fallido por ser maestro y otro de hacerse policía, acabó sacándose el título de capitán de la marina mercante y durante catorce años estuvo más tiempo en el agua que en tierra. Luego pidió una excedencia para probar suerte en Ourense y acabó echando el ancla, sin dejar de trabajar. «Brujuleando», como a él le gusta decir, acabó metido a promotor de viviendas. El pasado 11 de noviembre cumplió cien años, un buen momento para echar la vista atrás y recordar, gracias a su memoria privilegiada, algunos de los momentos más importantes de su apasionante vida, repleta de anécdotas con las que se podrían llenar páginas.

«Nací en Allariz, en una familia humilde. Mi padre emigró a Brasil y a la vuelta, tras casarse con mi madre, montó una pequeña sastrería en Paderne», rememora Antonio. Al inicio de la contienda española su progenitor lo envió primero a los Salesianos y luego con un hermano suyo. Estuvo en el internado Rivera y tras el Bachillerato le tocó elegir estudios. «En casa me dijeron que me hiciera maestro y yo contesté que no, que se pasaba muy mal; los maestros de entonces se morían de hambre», recuerda el protagonista, que aún así acabó yendo a las oposiciones. Suspendió. Estando en la milicia, que entonces duraba dos años, se decidió que su compañía se desplazara a Cataluña. «Querían que vigiláramos que los maquis no actuaran de noche», señala el protagonista, a quien una amiga recomenzó hacerse policía. «Pedí el permiso para presentarme a los exámenes y me lo dieron, pero suspendí en el último ejercicio», reconoce.

No se vino abajo. Después de varias «odiseas simpáticas» lo licenciaron y pensó en hacerse marino de guerra. «No sabía si me iba a marear, pero lo cierto es que me gustaban los barcos», asegura. Tuvo que escribir al Ministerio de la Marina para que le enviaran el temario, que le llegó al ayuntamiento de Allariz. «Había álgebra, trigonometría, aquello me parecía demasiado complicado así que me fui a la marina civil», cuenta. Poco después estaba en Vigo recibiendo clases de un almirante retirado y, enseguida, en la academia de Cádiz. Superó los exámenes, pero antes de acabar había que hacer prácticas. Y se subió a un barco. «Al principio me mareaba y la verdad es que pensé que ya era mala suerte que me pasara eso, pero luego la profesión me encantó», recuerda entre risas.

Antonio Seara Fernández en su casa de la rúa do Paseo de Ourense, rodeado de recuerdos familiares y el piano que tocaba su esposa
Antonio Seara Fernández en su casa de la rúa do Paseo de Ourense, rodeado de recuerdos familiares y el piano que tocaba su esposa MIGUEL VILLAR

Trabajó para la Compañía Transmediterránea haciendo la ruta norte, que discurría por Bilbao, Santander, Gijón, Vilagarcía, Vigo y Canarias. Ya con su título en la mano pidió empleo a esa misma empresa y se lo dieron. «Fui ascendiendo y navegué durante catorce años», recuerda. Repasar esos momentos supone rememorar algunos acontecimientos históricos del siglo XX, como la guerra de Biafra, en Nigeria, o el conflicto en el Sáhara en 1957. En ambos momentos estuvo algún barco de Antonio Seara, que también viajó a Guinea, donde mandó el Escolano, un buque «maravilloso» que en los años veinte había cubierto la ruta entre España y Nueva York. Durante esa etapa como capitán también cubrió la ruta entre Barcelona y Mallorca, llevando ya entonces a muchos turistas que preferían dormir en la cubierta que pagar un camarote. «Eran muy ahorradores», cuenta.

Pero la familia tiraba mucho. «Salir a navegar una tarde de Nochebuena era muy triste», admite este hombre, que decidió pedir una excedencia de un año para ver qué tal se manejaría en tierra firme. No le fue mal. Por esas cosas del destino se metió con otro socio a construir una promoción de viviendas en Allariz y aquello fue tan bien que continuó en ese sector.

Ha tenido una vida feliz con su mujer Pilar, ya fallecida, y sus cuatro hijos, que ahora son los que se ocupan de él. «Me devuelven todo el cariño que su madre y yo les dimos, pero aumentado», dice orgulloso.

«En casa se discute de política; me llaman pesimista, pero yo soy realista»

Aunque la lectura siempre fue una de sus grandes pasiones, por sus problemas de visión Antonio ha hecho ahora de la radio su gran compañera. También le encanta la música, una afición que le transmitió su esposa. Está siempre pendiente de la actualidad. «Escucho muchas emisoras, hasta las más radicales», cuenta. Y reconoce que en casa se habla mucho de política porque cada uno tiene su propia ideología. «Discuto con mis hijas y ellas me dicen que soy pesimista, pero yo les digo que soy realista. Creo que la gente no entiende bien este concepto, pero es que yo veo la realidad con los ojos de la Guerra Civil, de la mundial y de todos los conflictos posteriores, incluido el de Ucrania; tengo un bagaje que no tienen mis hijos», defiende. «Antes había la riqueza de lo palpable; en la posguerra la gente se divertía en las fiestas de los pueblos, hoy la vida es muy distinta, más superficial y me cuesta bastante aceptarlo», admite.

El DNI

Antonio Seara nació el 11 de noviembre de 1922 en Allariz.Fue capitán de la marina mercante y luego, tras pedir una excedencia para poder pasar más tiempo con su familia, se dedicó a la promoción de viviendas.

Su rincón es su casa, en la calle del Paseo de Ourense. Tras haber soplado cien velas y en parte por sus problemas de visión, Antonio sale poco de casa. Vive rodeado de fotos y recuerdos de su esposa, hijos y nietos. «Esta vivienda es como un museo» cuenta entre risas.