Carlos Batallas: «Si puedes salvar a una sola persona de las salvajadas de la guerra ya merece la pena»
OURENSE
Estuvo casi tres décadas trabajando en misiones en zonas en conflicto con la Cruz Roja Internacional
05 nov 2025 . Actualizado a las 05:00 h.Si Carlos Batallas (Madrid, 1964) se pusiese a escribir sus memorias posiblemente tendría que dividirlas en varios volúmenes. En las últimas tres décadas ha estado en casi todas las zonas calientes del planeta trabajando para el Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR). Lideró equipos de personas enviadas a zonas en conflicto como Bosnia, la República Democrática del Congo, Kirguistán, Yemen, Irak o Colombia (en la época dura de la guerrillas de las FARC), entre una docena de países de todo el mundo. Aunque ya está retirado de esas tareas, este experto en cooperación internacional, derechos humanos y gestión de crisis sigue vinculado a la entidad como voluntario en el Centro de Derecho Internacional Humanitario de Cruz Roja.
—¿Recuerda su primera misión?
—Mi primer destino con la Cruz Roja Internacional fue Ruanda, en 1996, dos años después del gran genocidio. La primera gran sorpresa que te llevas es el shock de la gente. Ves la confusión y la incomprensión de lo que está pasando por parte de personas que, de repente, se ven metidas en un conflicto en el que no tienen ni arte ni parte, ni saben cómo controlar. Pasan de una vida relativamente normal a que todo esté patas arriba. Normalmente hablamos mucho de comida o de medicinas, pero lo primero que se pierde en un conflicto es la dignidad y eso es algo que también hay que ayudar a recuperar.
—¿Hay forma de prepararse?
—Yo estudié Ciencias Jurídicas y Relaciones Internacionales, saqué el doctorado y trabajé cinco años con el Movimiento por la Paz, en la antigua Yugoslavia, pero el choque es absoluto. Cuando llegas del primer mundo, donde hay reglas, donde el Estado existe, tienes carreteras y las cosas más o menos funcionan y, de pronto, aterrizas en un lugar en el que el Estado como tal no existe, donde no hay servicios públicos y la gente se muere porque no existen médicos ni hospitales, es un golpe de realidad. En Zaire, cuando aún existía como tal, después de estar dando vueltas tres días llegamos a un lugar completamente aislado donde te decían que hacía veinte o treinta años que no veían a nadie de fuera y que ni tan siquiera sabían que había una guerra.
—¿Qué es lo más difícil de afrontar en una zona de conflicto?
—Relacionarte con personas completamente cínicas que no responden más que a sí mismos. Repartir comida o montar un hospital es fácil, entre comillas claro, porque es cuestión también de dinero y de medios. Lo difícil es negociar con un señor de la guerra que tiene en su mano, y en sentido literal, la vida o la muerte de la gente que está viviendo en la zona que él controla. Me pasó en Colombia, con las FARC, cuando se dedicaban a secuestrar a gente. Una de las cosas que hace Cruz Roja Internacional es visitar a las personas retenidas, confirmar que están bien y facilitar que puedan escribir y comunicarse con su familia. Cuando hablabas con la guerrilla y les decías que tenías que hacer eso te miraban como diciendo que no estabas bien de la cabeza. Su razonamiento es que para conseguir que les pagasen los rescates, lo que tenían que decir a la familia era que el retenido se estaba muriendo, no mandarles fotos de que estaba bien.
—¿Temió por su propia vida?
—Sí, varias veces. En este trabajo siempre estás al límite, porque la Cruz Roja Internacional, además, solo trabaja en lugares donde hay conflicto activo. Y de hecho todos los años hay alguien que muere. De todos modos, no nos exponemos inútilmente. Si vas a hacer una cosa y la situación se vuelve muy peligrosa al final no la haces, porque una cosa es ser un trabajador humanitario y otra ser idiota. Te vas acostumbrando al nivel de riesgo y ahí es donde está el peligro. En esta profesión te das cuenta pronto que es imposible salvar al mundo, que es la idea cono la que empezamos todos; así que te conformas con las pequeñas victorias: Si puedes salvar a una sola persona de las salvajadas de la guerra, ya merece la pena.