Aurora Otero, enfermera jubilada: «El hospital era nuestra casa y el compañerismo lo más importante»

María Doallo Freire
María Doallo OURENSE

OURENSE

Aurora, en el jardín del Posío, frente a la casa de sus padres
Aurora, en el jardín del Posío, frente a la casa de sus padres MIGUEL VILLAR

La ourensana repasa sus 47 años de carrera profesional en el CHUO

05 mar 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

Aurora Otero (Ourense, 1957) se describe a sí misma como una persona que siempre piensa en hacer el bien. «Fue lo que me inculcaron mis padres y lo intenté con toda mi alma. Y eso que soy un poco bestia y digo las cosas a veces sin pensar, pero luego lo siento muchísimo y me disculpo», confiesa. Es intensa y muy emocional. De su carácter extrovertido y amable y de su trato entregado y humano dan fe centenares de compañeros y pacientes. Quizá sean incluso miles las personas con las que ha trabajado y a las que ha atendido en sus 47 años de carrera como enfermera en el CHUO. Se jubiló en octubre y su marcha entristeció al equipo de la especialidad de Nefrología, servicio en el que estuvo los últimos 23 años.

Tras casi cinco décadas trabajando en el hospital, para Aurora el CHUO es algo así como su segunda casa. La primera es el barrio de O Posío. En la calle Galicia nació en 1957. Hija de padres lucenses, es la mediana de dos hermanos, a los que adora. «Siempre fuimos una familia muy unida. Mi infancia fue muy bonita. La recuerdo vinculada al jardín porque ese era nuestro refugio», afirma. Su madre era la Carmiña del Portal, conocida por su mercería, en la que vendían lanas. Un local que abrieron sus padres en los años sesenta en el bajo de un edificio que compraron. Para pagar la nueva adquisición, el progenitor de Aurora emigró a Alemania tres años y luego volvió y trabajó de panadero. «Estudié en el colegio Sueiro, que estaba en la Alameda, y luego en Concepción Arenal, pero en nuestra época los grupitos de amigas se hacían en el barrio, en la calle donde vivías, así que en el Jardín estaban las mías», explica.

Con 16 años Aurora sabía de sobra que acabaría trabajando en el hospital. «Desde mi casa se veían las obras de la residencia y un día le dije a mi madre que mi sueño era ser enfermera. Se quedó atónita porque yo era muy vaga, llegaba a suspender hasta seis asignaturas en la escuela», confiesa. Pero esta era su pasión y la persiguió. A los 17 ya estaba estudiando y recién cumplidos los 19 trabajaba en el turno de noche de Cirugía del Hospital de Ourense. Desde entonces hasta hoy: «Allí crecimos, sufrimos, nos peleamos y enamoramos, y convivimos como ya no se hace ahora. Antes no tenía nada que ver con lo que hay hoy. Éramos muy pocos, trabajábamos como locos y nos llevábamos de maravilla». Dice Aurora que ella vivió una de las épocas más bonitas de la sanidad. «El hospital era nuestra casa, no nos veíamos como competencia, si no como un equipo, y estábamos todo el día de una planta a otra, pidiéndonos ayuda y compartiendo momentos. El compañerismo era lo más importante. Hoy el mundo ha cambiado, a todos los niveles, y hay muchísimo trepa, es difícil fiarse de los demás», afirma.

La enfermería fue el amor de su vida hasta que conoció al que hoy en día es su marido, con el que lleva compartidos 33 años. «Yo era casi una vieja gloria, tenía más de treinta, y me lo pasaba de maravilla con mi vida, así que ya pasaba de parejas. De repente apareció él, que tiene seis años menos... Discutíamos muchísimo pero al final el roce hizo el cariño y nos enamoramos», afirma. Luego intentó ser madre pero no pudo. «Es algo que me dolerá siempre. No ser capaz de quedarme embarazada para mí fue una frustración muy grande y creo que es algo que no se supera. Daría mi vida por tener un hijo», afirma. Su marido fue quien la animó a dejar las noches en Cirugía para tener un horario mejor. Así entró en la especialidad a la que ha dedicado más años de su carrera, Nefrología. «Antes pasé por Farmacia, que no era lo mío porque yo necesito cuidar de los demás y allí solo trabajaba con pastillas», cuenta. «El día antes de entrar en Nefro lo pasé fatal y sin embargo fue la mejor decisión. Me recibieron con los brazos abiertos. Éramos todos uno», añade, entre lágrimas.

Al hacer balance de su vida y su carrera, Aurora dice, con sinceridad, que ha sido y es muy feliz. «Guardo momentos muy bonitos pero la verdad es que siempre he tenido que luchar mucho, que recomponerme y que salir adelante», confiesa. Pequeños y grandes baches que la hacen ser quien es, una mujer fuerte, valiente, humilde y muy cariñosa, que derrocha generosidad y empatía hacia los demás. «Son tropiezos, problemas, pero bueno, quiero pensar que la vida te educa, te pone en tu lugar, y me quedo con lo bueno», dice.

«Nuestro trabajo consiste en ponernos en el lugar del paciente»

Lo que más valora Aurora de su carrera son sus pacientes. Recuerda los nombres y las vidas de la mayoría de ellos. «La felicidad que sientes con su recuperación es algo indescriptible. Muchos vienen cagados y nuestro trabajo es muy sencillo, consiste en ponernos en su lugar para animarles, explicarles y cuidarles. Hoy en día hay tanta despersonalización que estamos perdiendo la empatía y la humanidad y no puede ser», dice. «Yo sigo siendo enfermera y lo seré siempre», afirma. Y admite que echa muchísimo de menos ir cada día a trabajar al hospital. «Allí juntos pasamos la pandemia del covid, pero también nos enfrentamos al VIH, a la enfermedad del aceite de colza o a la meningitis. Es un mundo aparte y yo crecí en él», cuenta. Para compensar la morriña pasa mucho tiempo con su marido, organiza viajes con sus amigas, cose y también va al gimnasio a diario. «Y me encanta comer», termina.

DNI:

QUIÉN ES: Aurora nació el 17 de octubre de 1957 en Ourense. Concretamente en el número 6 de la calle Galicia, en O Posío, un barrio en el que lleva viviendo toda su vida.

A QUÉ SE DEDICÓ: Hace pocos meses que se jubiló, dejando a sus espaldas 47 años de trabajo como enfermera en el CHUO, los últimos 23 en el servicio de Nefrología.

SU RINCÓN: Escoge el jardín del Posío, con la casa de sus padres al fondo, dónde creció. «Recuerdo jugar con mis hermanos por este parque, con mi padre sentado en un banco y mi madre llamándonos a comer desde la ventana. Este es mi rincón, el Ourense que reconozco, mi refugio, el jardín de mi vida», termina.