Una mujer ucraniana que pasará la Navidad en Galicia: «Mi deseo para el nuevo año es reencontrarme con mi marido»

María Doallo, Aixa R. Carballo OURENSE

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Las familias ucranianas decoraron el portal de su casa con un «Feliz Navidad» también en su idioma natal
Las familias ucranianas decoraron el portal de su casa con un «Feliz Navidad» también en su idioma natal Santi M. Amil

Las familias que se fueron de Ucrania por la guerra y recalaron en Ourense cuentan cómo van a pasar estas fechas

29 dic 2022 . Actualizado a las 10:00 h.

En Ucrania no comen doce uvas en Fin de Año. Allí tienen una tradición diferente que se cumple sin excepción en todos los hogares. «Apuntamos nuestros deseos en un papelito y los quemamos. Luego vertimos las cenizas en una copa con champán que nos bebemos rápidamente mientras suenan los cuartos. Si conseguimos acabárnosla significa que se cumplirán», explica Svitlana Borysova. Ella es una de las miles de mujeres que huyeron de Ucrania cuando estayó la guerra. Ahora vive en una casa en Celanova, junto a otras cinco y a diez niños. Este año tiene más claro que nunca lo que va a pedir y deseo compartido con el resto de sus compatriotas. «Mi sueño es poder reencontrarme con mi marido y de hecho mis hijos no paran de decirme que quieren ver a su padre. Lo extrañan y preguntan por él cada día», afirma. Ese deseo no se cumplirá por Navidad porque él está luchando en el frente para defender a su país. «Solo pasaría si yo regresase a Ucrania y eso es imposible. Por mi seguridad y la de nuestros niños», admite esta madre de 37 años. Tiene dos, Yaroslava, de 9, y Roman, de 4, que llegaron a la provincia de Ourense junto a su abuela, Nadiia Borysova, en uno de los autobuses de la expedición que organizó SOS Ternópil Galitzia. Vinieron en marzo y estuvieron en el Seminario Menor junto a otros cincuenta refugiados hasta junio, cuando se mudaron a una casa en Celanova. Un mes después, en julio, se reencontraron con Svitlana, que estuvo un tiempo trabajando haciendo arreglos florales en Madrid al llegar a España y luego vino a Galicia a reunirse por fin con los suyos.

Esta familia se enfrenta, con esperanza y toda la entereza de la que es capaz, a la Navidad más dura de sus vidas. Estarán a más de 3.800 kilómetros de los hombres a los que aman. Nadiia, la abuela de esta historia, tiene 65 años y muy claros los tres deseos que escribirá en su papel antes de las campanadas de Fin de Año. «Recuperar la paz, que los míos tengan salud y poder volver a casa», susurra en el hilo de voz que le permite el llanto. Le es imposible ahogar las lágrimas cuando piensa en su situación. Al ratito, mira a sus nietos corretear y divertirse con todos los juguetes que les hacen llegar a diario los vecinos de Celanova, se recompone, sonríe y dice: «Pero vamos a hacer que estas sean también unas fiestas especiales». Y lo van a ser. En su caso celebrarán la Nochevieja en casa de unos amigos que han hecho en el pueblo, una familia de venezolanos. «Nos entendimos mucho desde el principio porque ellos también emigraron y, al final, hay muchos aspectos comunes. Les cogimos mucho cariño y creo que va a ser una noche especial», afirma Svitlana. Ella cocinará y llevará un plato típico de Ucrania que se come por estas fechas. Se llama arenque bajo el abrigo y es una especie de ensalada en la que el pescado que le da nombre va marinado y cubierto por otros muchos ingredientes troceados como cebolla, patata, zanahoria o remolacha, terminado con una capa de mayonesa.

En Ucrania es típico limpiar en profundidad los hogares y tirar todo lo que no se necesita en esta época para entrar con energía purificada en el Año Nuevo. Por eso en esta casa de Celanova ya han empezado a organizarse para que todo esté reluciente el día 31. Eso es más tradicional en su país que Papá Noel. Aquí han conocido a los Reyes Magos. «Nos sorprendió muchísimo O Apalpador. A los niños les causó curiosidad que entre un señor en casa y les rasque la barriguita por las noches», dice Svitlana. Sí que se reúnen para celebrar el nacimiento de Jesús. Algunos, los cristianos católicos, festejan este día el 25 de diciembre, sin embargo los ortodoxos, religión mayoritaria en Ucrania, lo hacen el 7 de enero, debido a que se rigen por el calendario juliano. Elena Lavnykovich ha decidido honrar a los que tiene lejos este domingo. Lo hará junto a sus hijos, Sasha, de 7, y Ksenia, de 3, y junto a amigas ucranianas que ha hecho en Celanova como Yulia Polenko y sus hijos, Dmytro, de 12 y Sasha, de 9. «Les echamos de menos cada día pero no podemos ponernos tristes porque están luchando una guerra y lo hacen por nosotras. Debemos ser fuertes», dice Elena. Cocinarán comidas clásicas como la ensaladilla olivie, que es, más o menos, lo que en España se conoce como rusa; y harán videoconferencia con sus maridos. «Cada uno tenemos que librar nuestra batalla. Nosotras estamos cuidando de nuestros hijos y, algunas, de nuestras madres. Ellos están defendiendo nuestro país. Al menos tenemos un techo, comida y amigas con las que hablar», termina Yulia.

Los niños ucranianos que viven en esta casa de Celanova montaron hace semanas un árbol de Navidad en el bajo del edificio. A los pies del abeto han dejado sus cartas, que van dirigidas a Ded Moroz, el personaje típico de estas fechas en Ucrania, que traducido significa el abuelo de las heladas. «En nuestro país también es típico que tengan regalos y por supuesto este año nos encargaremos de que aquí sea igual», dice Yulia Palenko, una de las mamás que vive allí con sus hijos. Esos juguetes serán comprados por los miembros de la organización SOS Ternópil Galitzia. Coren, por su parte, se encarga de ayudar aportando gran parte de la comida.

En Maceda vive Katia, otra ucraniana que llegó a Ourense huyendo de su país cuando estalló la guerra. Vino acompañada de su cuñada y otros familiares, pero ahora se ha quedado sola. Varios días a la semanas, cuando los cortes de luz lo permiten, habla con su marido y su hermana. Lo que más desea es volver a verlos. Por eso, esta Navidad, la primera alejada de sus seres queridos, será muy difícil para ella: «Es muy triste esta situación, estoy sola aquí, toda mi familia está en otro país sin calefacción ni agua». No se puede creer que hace un año estuviese feliz celebrando reuniones familiares y decorando cada rincón de su casa y ahora viva a casi 4.000 kilómetros de distancia sabiendo que su ciudad natal se destruye por completo. Para distraerse y olvidar estas fechas ha decidido trabajar como cocinera. «Me gusta mucho mi trabajo, me alegra mucho venir aquí».

Carlos Parra, chef en el Castillo de Maceda, fue el encargado de hacerle un hueco en su cocina desde que llegó. «Me gusta solidarizarme con la gente, ayudar a todas las personas que pueda. Ella está aquí conmigo casi todos los días y como en estas fechas yo siempre trabajo, estará acompañada y no pensará en nada». También ejerció de anfitrión con otros veintinueve ucranianos que llegaron en el pasado mes de marzo. «De los treinta ucranianos que llegaron, ya solo queda Katia y otras seis personas más, el resto han seguido otros caminos o han vuelto a su país».

Las otras dos familias que continúan en el pueblo se juntarán los días 6 y 7 de enero, no porque tengan ganas de celebraciones, sino por mantener felices a sus hijos mientras están alejados de sus padres y abuelos.Todas las personas que aparecen en este artículo han contado esta situación con mucho esfuerzo. Otras no han tenido fuerzas para dar su testimonio.