Esta semana circular por algunas zonas de la ciudad, bendecidas por las obras preelectorales —en el centro, eso sí, lo de los barrios es otra historia— se convirtió casi en deporte: carrera de obstáculos. Vallas, cintas, alcorques rellenos de tierra, maquinaria, lucerío navideño... Nada fuera de lo normal, claro. Pero hasta las obras pueden tener una lectura metafórica. Y es que mientras cruzaba aceras, daba rodeos, escuchaba el ruido de las aplanadoras y el de la marcha atrás de las grúas , peleándome con la lluvia, no podía dejar de pensar que así está la ciudad y que así ha estado en los últimos años desde un punto de vista político y de gestión. Todo levantado, todo ruidoso, todo gris. Somos muchos los que, echando cálculos, creemos que la última década ha sido a nivel municipal como un agujero negro. Que en este tiempo la sucesión de alcaldes, salvo momentos excepcionales, no fueron capaces de hacer brillar esta ciudad en la que tanto nos gusta (¿nos gustaba?) vivir. Quizás por eso la noticia de que el PSOE recupera como candidato a la alcaldía Francisco Rodríguez, el exalcalde, «un ourensán coma ti» que decía su eslogan electoral, me pareció más saludable de lo que, a priori, debería ser que un partido no tenga recursos suficientemente válidos para afrontar una campaña hasta el punto de tener que recurrir al pasado (como el PP con Manuel Cabezas).
Ahora que hay dos candidatos rescatados de un tiempo que sí fue mejor, de tendencias políticas opuestas, parece que ya se puede decir en voz alta (porque no implica significarse por ninguna de ellas) que produce cierto alivio que exista una alternativa, aunque suponga mirar atrás. Porque quizás sea la manera de mirar hacia adelante y ver más allá del caos en el que está sumida la política municipal.