Una mirada hacia la muerte del fotoperiodista Ricardo Maldonado
14 nov 2022 . Actualizado a las 13:54 h.«Hacia tantos años que no alzaba la cara, que me olvidé del cielo». Juan Rulfo.
La muerte como acción democrática radical que iguala en su solitud a todos los hombres, es el concepto sobre el que el fotoperiodista Ricardo Maldonado Garduña reflexiona a través de la exposición Una mirada hacia la muerte, Altares, ofrendas y Catrinas, que presenta en la Sala Valente de la ciudad por medio de una colección de imágenes que retratan la representación tradicional de este tránsito natural desde la mirada cultural y antropológica del folclore mexicano, tradición internacionalmente conocida que tiene su origen en la época prehispánica, siendo el culto a la muerte uno de los pilares de su cultura. Cuando alguien moría era enterrado envuelto en un petate y sus familiares organizaban una fiesta con el fin de guiarlo en su recorrido al Mictlán donde los muertos se encontrarían con el dios Mictlantecuhtli y con la diosa Mictecacíhuatl e incluían ofrendas como comida y flores para hacer más llevadero su viaje.
El Día de Muertos en la visión indígena implica el retorno transitorio de las ánimas de los difuntos que regresan a la tierra para convivir con sus familiares, compartiendo la comida que se ofrece en los altares alzados en su honor. Como en otras culturas, la muerte es símbolo de su antítesis, la vida eterna, y es recuerdo de la presencia viva del difunto, materializándose en la ofrenda realizada en su altar. Centra la exposición de Maldonado una intervención espacial que simboliza un altar de muertos que con una suerte de exótico mestizaje festivo, celebra y revisa a través de sus flores de cempasúchil, incienso, calaveritas de azúcar, pan de muerto, mole y algún plato preferido del finado, papel picado multicolor y ofrendas, los símbolos fascinantes de una cultura que aúna fatalismo y alegría, las tradiciones paganas y los ritos cristianos con una veracidad tan humana como trascendente.
Ambiente festivo
Las fotografías se sitúan a lo largo de todo el espacio expositivo, atendiendo a las distintas series: Catrinas y las imágenes de los cementerios de Mixquic, en la alcaldía de Tláhuac, Ciudad de México, donde el día 2 se celebra La Alumbrada, cuando miles de velas iluminan las sepulturas, Tlayacapan y Atlathahuacan. La celebración del Día de Muertos los días 1 y 2 de noviembre porque, en consonancia con el calendario católico, el 1 de noviembre, correspondiente a la festividad de Todos los Santos, se dedica en México a los «muertos chiquitos» —los niños—, y el día 2 de noviembre, Fieles Difuntos, a los adultos. Maldonado registra, a través del vítreo ojo de la cámara, el ambiente festivo que se traslada a los cementerios, captando ese vitalismo efervescente que contrasta con las leyendas de las tumbas, decoradas con una explosión de color. Traslada, además, en sus imágenes una sinestesia producida por la cantidad de estímulos que excita el visionado de sus fotografías, la música del mariachi, el ahumado de las velas, el rumor de una multitud emocionada y embebida de tequila y lágrimas, el fulgor de una fiesta en la que vivos y muertos participan a partes iguales. El recuerdo triunfante ante la muerte. Cabe destacar la imagen de dos tumbas infantiles en el cementerio de Tlayacapan cuyo epitafio recuerda la fecha en que se produjo el fallecimiento de los infantes y que contrasta el concepto europeo existencial y trágico de la muerte con el bullicio tumultuoso del cementerio mexicano en la celebración del recuerdo de los que no están.
Un cráneo decorado con flores nos alerta de la fugacidad de la vida, enfrentando en un mismo plano la exuberancia del elemento vivo con la mirada desdentada y hueca de la calavera.
La obra de Maldonado está presentada y acompañada por los lúcidos y didácticos textos del historiador Adrián Gerardo Rodríguez Sánchez y su comisaria en Galicia, Julia Acevedo Oceguera, y está patrocinada por la Asociación Mexicanos en Andalucía (OLIN) y la Embajada de México.
Pero si algo ejerce sobre nosotros una atracción inexplicable son las catrinas. Ese desfile de máscaras de la muerte que remite en nuestro imaginario a la obra del extraordinario grabador José Guadalupe Posada, que incluyera como personaje en sus murales Diego Rivera y que es una tradición de la prensa crítica del XIX iniciada por Manuel Manilla como señala Rodríguez Sánchez.
La Catrina de Maldonado es una revisión del horror en la versión más festiva de su humanidad. Entre la morbosa pasión del desafío, la muerte se pasea individual o en comparsas por las calles exuberante y soberana con su terrible verdad.