NOELIA SILVOSA
Verino llega solo a la cita en su fábrica de Ourense. Viste vaqueros y un jersey. Todo él desprende la sencillez de su firma. «No sé si dar la mano o el puño», dice con una cercanía que no abandonará en la próxima hora y media de entrevista. La atemporalidad de su moda en la era de Instagram es tan revolucionaria como él. Porque si hay algo que decir de Roberto Mariño es que siempre ha sido un visionario. A sus 76 años, la pasión lo desborda y lo define. Unos minutos con él bastan para comprender que lo que acaba de coger su hija Cristina, de 52, no es ningún relevo, sino el testigo de una parte de su imperio, la del negocio, la que más le estorba a su padre para hacer lo que mejor sabe sin distracciones: crear. Ella se incorpora encantadora al encuentro a los pocos minutos. La simbiosis entre ambos es total. Sencilla y discreta, está decidida a tomar las riendas del márketing. Otra mujer, Dora Casal, se encarga de la dirección ejecutiva. Verino está ilusionado con este tridente y seguro de que el tándem con su hija va a funcionar. Precisamente la seguridad es otra de las claves de su éxito. La tercera podría ser el inconformismo.