Benito Gómez, sacerdote: «Colaboré en la construcción del Seminario Mayor de Ourense cargando teja»

Fina Ulloa
fina Ulloa OURENSE / LA VOZ

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Benito Gómez, frente a la capilla de San Miguel en el monasterio de Celanova
Benito Gómez, frente a la capilla de San Miguel en el monasterio de Celanova Santi M. Amil

A sus 85 años, y con más de seis décadas de oficio, el sacerdote Benito Gómez sigue atendiendo parroquias

23 may 2022 . Actualizado a las 17:54 h.

Benito Gómez González tiene 85 años y está pensando en dejar de ejercer su profesión en septiembre. «Estoy mayor, ya el cuerpo no responde como antes y además creo que, después de 60 años ya me merezco descansar», argumenta. En realidad será su segunda jubilación. La primera, en 2002, fue inevitable, porque cumplía la edad legal y no podía seguir ejerciendo como capellán en el CHUO. «Yo estaba en el Santa María Nai y tenía contrato laboral por la Diputación y por tanto era obligatorio que lo dejase a los 65 años», explica. Él hubiera continuado. «Para mí fue una experiencia muy positiva, igual que cuando estuve con la delegación de Enseñanza y Catequesis. Trabajar con otros profesionales laicos, tanto los sanitarios como los de magisterio, fue enriquecedor. Es muy diferente al trabajo parroquial», confiesa.

Por desgracia para él, tuvo que regresar al centro sanitario años después como paciente. Un atropello lo llevó a estar más de un mes en coma y a pasar por varias intervenciones quirúrgicas y un largo y doloroso proceso de recuperación. «No daban un duro por mí. Los médicos, entre los que había gente a la que ya conocía de mi época de capellán, le decían a la familia que no salía. Y luego que si me quedaría en silla de ruedas. Y cuando me veían cómo quedó la rodilla y que yo andaba, me decían que era un milagro». Él, que reconoce que lo pasó realmente mal, rechaza de plano considerarse objeto de una intervención divina de tal magnitud. «Seguro que ayudó que mucha gente rezó por mí, y también lo mucho que trabajó el personal sanitario, pero hablar de milagro son palabras mayores», dice.

Este hombre tranquilo, que asegura que está agradecido a la vida porque recuerda más satisfacciones que disgustos, reconoce, no obstante, que en aquella larga época de convalecencia sintió por primera vez lo que es la frustración. «Es mucha verdad eso de que la enfermedad también educa. Ver que no podía hacer nada por mí mismo, ni levantarme, ni acostarme, ni ir al baño, ni ducharme, era para mí peor que los dolores. Sentir que no tenía capacidad para ser autónomo, independiente, fue difícil de asimilar», dice recordando con gratitud los esfuerzos de médicos y enfermeras para ayudarle.

Este veterano sacerdote es rotundamente sincero cuando se le pregunta si su llegada al seminario estaba motivada por la vocación. «No. Yo entonces tenía 12 años. Lo que pasa es que primero me llevaron a los Salesianos y yo le dije a mis padres que no me gustaba. Me parecía un mundo muy estricto», relata. Así fue cómo recaló en el Seminario Menor en un momento en el que los seminaristas mayores aún estaban en lo que hoy es el palacio episcopal. «El edificio actual estaba por aquel entonces sin terminar de construir. Yo recuerdo que nos llevaban para ayudar con las obras porque no había mucho presupuesto. Nos ponían en fila y nos íbamos pasando el material de uno a otro; así que puedo decir que yo ayudé a construir el Seminario Mayor cargando teja», relata. Un edificio que Benito Gómez recuerda a rebosar de aspirantes al sacerdocio. «Hasta en las torretas, arriba, llegó a haber seminaristas viviendo», cuenta.

Eligió seguir el camino de la Iglesia cuando llegó a la teología, «que era en los últimos cuatro años ya», pero dice que nunca se ha arrepentido. Eso sí, reconoce que siempre le atrajo el mundo sanitario y, de hecho, junto con tres compañeros curas intentó la aventura de ser enfermero. «El obispo, don Ángel Temiño, nos dijo que no nos podía prohibir ir a Santiago, pero que no estaba en el proyecto que un sacerdote pudiera ser enfermero. Así que lo dejé», recuerda.

Benito Gómez guarda especial cariño a su primer destino, la parroquia de San Juan de Paradela. «Quedaba a 14 kilómetros de Xinzo y estaba bastante cerca de mi casa, pero además tuve suerte. Tenía la ventaja de que podía utilizar el coche de línea para trasladarme incluso a Ourense. De aquella no teníamos vehículo propio. Había que andar a pie o, si tenías, en alguna caballería. Pero parroquias que pasara autobús por al lado, como la mía, había pocas». Su siguiente destino fue Nigueiroá (en Bande) donde estuvo más de dos décadas y ahora ejerce en Celanova, apoyado por sacerdotes que acuden a ayudarle tras la baja de su compañero César Iglesias.

Quién es

DNI. Benito Gómez González nació en la parroquia de San Salvador de Sanguñedo, en el municipio de Verea, en 1937. Es el mayor de tres hermanos y se ordenó sacerdote en 1962.

A qué se dedica. En la actualidad ejerce dentro de la Unidad de acción Parroquial de Celanova, en la que, junto a otros curas, atienden a ocho parroquias.

Su rincón. Aunque le encanta la naturaleza y especialmente el entorno de los cauces fluviales, asegura que la capilla de San Miguel le parece especialmente hermosa por su sencillez y la fortaleza que transmite.

«Es una pena ver cómo se han ido abandonando nuestros pueblos»

Benito Gómez fue a la escuela en Casal de Abad, en su misma parroquia de nacimiento. Ahora ya no quedan niños para mantener una infraestructura escolar. Ni ahí, ni en otras localidades de mayor envergadura. De cómo han ido desapareciendo las escuelas en el rural ourensano sabe bastante este cura al que, en 1988, el obispo José Diéguez Reboredo le encargó la delegación de Enseñanza Religiosa. «Fue una etapa muy bonita en la que conocí todos los colegios en todos los rincones de la diócesis porque tenía que hablar con los maestros que se encargaban de la asignatura», recuerda. Aunque ya en aquel momento habían desaparecido las antiguas unidades educativas como la que le acogió a él hasta los 12 años todavía había muchos colegios rurales. «Ahora es una pena ver cómo se han ido abandonando nuestros pueblos por falta de ese relevo generacional», dice.