Parece que la prolongación de la AG-31 hasta la frontera con Portugal se está convirtiendo en un tema de estado, del estado de la provincia que diría Baltar. Lo que comenzó como una reclamación vía plataforma —estos días se ha visto lo que se puede conseguir con este mecanismo popular o populista aunque el poder oficial lo rechace— para pedir mejores infraestructuras para las comarcas de Celanova y Baixa Limia va sumando apoyos políticos. Por ahora, aparte de visitas o proclamas, lo que está sobre la mesa es un proyecto de ampliación de la actual OU-540. No vamos a negar que los conductores de la zona hemos ganado en seguridad con la autovía respecto al único trazado que teníamos antes. Otro tema, ya debatido, es el coste de este tipo de infraestructuras dado el tráfico diario existente en la vía. O su sostenibilidad, cuando se supone que tenemos que apostar por el medio ambiente. Xunta y PSOE han coincidido, al menos superficialmente, en que es necesario que Portugal mejore sus infraestructuras de conexión con el suroeste ourensano. De poco serviría una autovía que siguiese desembocando en el actual trazado sinuoso de la carretera lusa de Lindoso tras la frontera de A Madalena, en Lobios. Incluso es apreciable el contraste actual con la OU-540 que, sin estar mejorada, es más cómoda que los mareantes kilómetros en la zona portuguesa hasta Ponte da Barca. Me da que Pedro Sánchez y Antonio Costa no hablaron de esta isla peninsular en su última cumbre. Igual pretenden que la salvemos con una tirolina gigante.