La esencia de la Universidad

Claudio Cerdeiriña FIRMA INVITADA

OURENSE

Vista del campus de Ourense
Vista del campus de Ourense Santi M. Amil

10 feb 2021 . Actualizado a las 11:09 h.

Este 2021 ha arrancado con una discusión sobre la forma en la que deberían haberse desarrollado los exámenes del primer cuatrimestre en la universidad pública española. El movimiento estudiantil reclamaba un formato telemático ante el empeoramiento de la pandemia, mientras que los rectorados han mantenido hasta el final el carácter presencial de las pruebas. Finalizado el período de exámenes en la mayor parte del territorio nacional, no consta que la presencialidad haya ocasionado problemas sanitarios. Sin embargo, el ministro de Universidades Manuel Castells se ha posicionado a favor de la demanda estudiantil, una acción que no comparto en absoluto por los motivos que expongo a continuación.

Desde hace muchos años se viene haciendo evidente que la universidad pública española dista cada vez más de estar a la altura de los retos que nos plantea este mundo globalizado de siglo XXI en el que vivimos. Los problemas son tan profundos que llegan a afectar a los valores más elementales y hay que lamentar profundamente situaciones como la de una nefasta gestión universitaria prolongada durante décadas que lleva años ya contribuyendo a empujar a nuestros jóvenes a labrar su futuro en el extranjero. Estos son problemas de verdad, a diferencia de una superficial discusión sobre la presencialidad de los exámenes que en realidad esconde un fondo preocupantemente perverso. Analicemos con más detalle.

A la vuelta de las vacaciones navideñas, con el período de exámenes ya iniciado, el movimiento estudiantil puso sobre la mesa la exigencia de cambiar de la noche para la mañana unos protocolos programados con más de seis meses de antelación y revisados varias veces por mor de la pandemia con el objetivo de planificar el curso académico completo. Al hilo de esto, es bueno retrotraerse a la convocatoria de junio de 2020, para la que el movimiento estudiantil reivindicó públicamente aprobado general más examen para quien desease subir nota. Se solicitó eso tras provocar un colapso que ponía en evidencia la debilidad del improvisado sistema de teledocencia de las tres universidades (presenciales) gallegas, el mismo sistema que con tanta insistencia se ha venido reclamando ahora para enero a pesar de que en junio se tradujo en una dramática disminución de la calidad y exigencia de la evaluación.

Toda esta estrategia estudiantil es tan errática, deshonesta y de una pobreza espiritual de tal magnitud que resulta comparable al burdo intento en Cataluña de aprovechar el grave empeoramiento de la pandemia para decretar la suspensión de unas elecciones autonómicas, cuando el único motivo real era un interés partidista provocado por temor a los resultados de esas elecciones. Se ha llegado a una analogía tan triste como esta porque la apelación estudiantil al empeoramiento de la pandemia no hace más que poner de manifiesto el poco respeto por los valores universitarios más genuinos que llevan tiempo exhibiendo quienes aseguran actuar en representación de todo el alumnado por temor a las calificaciones. Y uno esperaría que nuestro ministro de Universidades saliese al paso para atajar la situación, pero a la vista de la actitud que ha mostrado parece empeñado en obviarla.

Castells ha trabajado mucho tiempo en Berkeley y yo, que he trabajado en centros universitarios con el mismo nivel de excelencia, sé que es perfectamente consciente del amplio y profundo significado de la palabra «Universidad». Mientras este ministro no coge el toro por los cuernos, aprovecho para recordar que la Universidad nació en Bolonia allá por el siglo XI a iniciativa de un grupo de jóvenes, los universitas, deseosos de entrar en la órbita de un conocimiento humano de vanguardia cuyo acceso estaba por entonces reservado a círculos muy restringidos. El sindicato que crearon para tal fin ejercía el control de la organización contratando a los profesores y, aunque rápidamente ese control fue tomado por el profesorado, es más que justo reconocer que la idea de los universitas de Bolonia quedará para siempre como una de las más grandes de la Historia. Efectivamente, la esencia de la universidad reside en el espíritu de los más jóvenes por aprender de quien sabe (y sabe enseñar) para así prepararse para contribuir de la manera más efectiva posible a cambiar nuestro mundo para mejor. La próxima convocatoria de exámenes de junio de 2021 asoma pues ya en el horizonte como una fecha señalada para saber si en España estamos todos realmente de acuerdo o no en que no debemos alentar a los que aseguran ser la voz de todos nuestros universitas para que continúen profanando la esencia de una institución que durante sus casi mil años de existencia ha venido propiciando el progreso de la Humanidad.

Claudio Cerdeiriña es profesor de la Escuela de Ingeniería Aeronáutica y del Espacio y portavoz de la Plataforma Pro Campus de Ourense