«Siempre fui un jugador muy duro, en la cancha y conmigo mismo»

María Doallo Freire
María Doallo OURENSE

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Miguel Villar

Fran Crujeiras jugó nueve temporadas en la máxima categoría del baloncesto nacional

13 dic 2020 . Actualizado a las 16:11 h.

En poco más de una hora de conversación con Fran Crujeiras es increíble la cantidad de nombres de estrellas del baloncesto que salen a relucir. Él solo está mencionando a grandes amigos o a compañeros de profesión, personas a las que admira y con las que ha pasado momentos buenos y malos a lo largo de su carrera. Así trata a Carlos Rodríguez, a Darrell Armstrong, a Chandler Thompson o a Joe Arlauckas; a Carlos Oro o a Randy Noll. Con ellos compartió derrotas y victorias durante sus nueve temporadas en la máxima categoría del baloncesto nacional, siete siendo parte del Caixa Ourense. Pero hubo mucho esfuerzo y sacrificio hasta llegar ahí.

Crujeiras nació en Ribeira, en A Coruña, el 13 de febrero de 1964. Con 16 años ya se acercaba a los 2,04 metros que mide y fue precisamente a esa edad cuando jugó su primer partido de baloncesto. «Me interesé muy tarde por este deporte porque estaba harto de que todo el mundo me ligase a él por mi altura. Yo jugaba a fútbol pero me acababan de sancionar, así que decidí acudir a un entrenamiento de baloncesto al que me habían invitado. Me rompieron la nariz en la cancha ese mismo día y entonces pensé en volver al siguiente para devolvérsela. Así me enganché», recuerda. De esta forma tan casual surgió su vinculación al baloncesto. Comenzó en equipos de colegios y un año después, con 17, ya le había fichado el Peleteiro de Santiago. Aquí es donde adquiere especial protagonismo un nombre, el de Todor Lazic, uno de sus mayores referentes: «Ese año hice la pretemporada con el Obradoiro. Lazic me entrenó ese mes y medio y fue suficiente para dejarme huella. Era durísimo, exhaustivo en su metodología. Recuerdo que una vez me hizo entrenar mientras me sangraba la nariz por un golpe. Me enseñó que siempre existe la posibilidad de esforzarse más aún y que las cosas se consiguen peleando muchísimo, a pesar de lo que diga el cuerpo o la mente». Lazic también fue la persona que miró a los ojos a Crujeiras, en un momento de frustración y rabia tras una derrota -«Siempre tuve muy mal perder»-, y le aseguró que llegaría a Primera División. Puede que fuese ahí, en ese instante, sin haber cumplido siquiera la mayoría de edad, cuando Crujeiras contempló su futuro por primera vez. Lo consiguió y no fue casualidad. Tuvo que pelear más de lo que había previsto: «Nunca fui un jugador con especiales virtudes técnicas, sin embargo era muy duro, en la cancha y conmigo mismo. No me frenaba nada ni nadie, es más, creo que en las situaciones de máxima tensión es cuando mejor jugaba».

A Ourense llegó con 20 años y salvo por un par de temporadas fuera, no se ha movido de aquí desde entonces: «Soy un ourensano de pro, además». Empezó en el Bosco de Salesianos, donde pasaba sus horas libres entrenando con uno de los curas del centro, don Gonzalo. «No descansaba ni en verano. Los entrenamientos diarios eran sagrados, por eso digo siempre que las cosas se consiguen solo con trabajo, implicación y constancia». De ahí se fue al Caixa Ourense, lo que hoy es el COB, y con su ascenso, el 27 de mayo de 1989, logró su objetivo de jugar en Primera División -nombre que recibió la máxima competición nacional antes de llamarse ACB- en un reñidísimo partido contra el Cajamadrid. «Ese fue uno de los partidos más significativo de mi carrera, además de convertirse en historia de Ourense. Al llegar de Madrid había miles de ourensanos esperándonos. Pero el deporte profesional tiene esto, momentos de subidón de adrenalina que no pueden compararse con nada». Con 35 años una displasia arritmogénica, una dolencia cardíaca, le retiró del baloncesto. «Sufrí un síncope vasovagal en un partido, que es la enfermedad de la que falleció Puerta. No me mató pero limitó mi juego porque tenía miedo de llevar mi cuerpo al extremo y yo no concibo el baloncesto si no es al 100 %», afirma. Lo apartó de la cancha, pero no de su deporte rey, al que siempre ha seguido vinculado profesionalmente de una manera o de otra.

Dice que es quien es gracias al deporte y que este le ha ayudado incluso a superar sus varias intervenciones cardíacas. «El baloncesto me ha enseñado a afrontar la vida con mucha fortaleza y a ser egoísta cuando toca para poder luchar por uno mismo. A la persona que más quería en el mundo era a mí, hasta que llegaron mis hijos y ocuparon al instante ese puesto», termina.

«Hay que poner pasión y parte de lo que somos en todo lo que hacemos»

Crujeiras solo concibe el buen juego si está ligado a la pasión. «Creo que es lo más importante y no solo en la cancha, sino en la vida. Hay que poner emoción y parte de lo que somos en todo lo que hacemos», admite. Eso es lo que intenta transmitirle cada día a sus dos hijos, Manu y Martina, de 15 y 12 años respectivamente: «Son lo mejor que tengo y el gran amor de mi vida». Hoy sigue vinculado al baloncesto a través de los pasos de su hijo, que ya apunta maneras. «Lo único que le he pedido es que se divierta en la cancha», afirma. Aunque Crujeiras admite que no le gustaría que Manu se dedicase al deporte profesional: «Se sufre mucho. Aunque él toma y tomará siempre sus propias decisiones y aquí me tendrá para apoyarle en todo».

DNI:

Quién es. Francisco Manuel Crujeiras Romero nació en Ribeira (A Coruña) en 1964 pero lleva en Ourense desde que cumplió los veinte años.

Profesión. Fue jugador de baloncesto profesional, llegando a jugar en la élite nacional durante nueve temporadas, siete de ellas con el Caixa Ourense.

Su rincón. Escoge el pabellón viejo de Salesianos porque en el Bosco comenzó su carrera en el baloncesto de Ourense. «Cuando llegué aquí me prometí que jugaría en Primera División. Recuerdo los entrenamientos con el cura Gonzalo, con quien ahora comento los partidos de mi hijo. Aquí empecé mi pelea y hoy sigo luchando por las ilusiones de los críos. Y de mi hijo, entre ellos», dice Crujeiras.