María Neira: «Aún con la tecnología, el lavado de manos sigue siendo de lo más efectivo»

Pablo Varela Varela
pablo varela OURENSE / LA VOZ

OURENSE

La directora de Salud Pública de la Organización Mundial de la Salud (OMS), la asturiana María Neira
La directora de Salud Pública de la Organización Mundial de la Salud (OMS), la asturiana María Neira

El premio Ourensanía recayó en la directora del departamento de Salud Pública de la OMS, con raíces familiares en Valdeorras

12 nov 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

María Neira (La Felguera, Asturias) creció en la comarca del Nalón, donde el agua del río, cuando ella era pequeña, llegaba al mar teñida de color negro. «Parecía casi una masa sólida. Por aquel entonces, en la cuenca minera, el aire estaba muy contaminado, cargado de hollín. Y eso que es una zona preciosa», cuenta. Este miércoles, Neira, directora del departamento de Salud Pública de la Organización Mundial de la Salud (OMS), iba a recibir de la Diputación de Ourense el premio Ourensanía 2020, por su trabajo de divulgación y concienciación durante la pandemia, pero ha sido precisamente la situación sanitaria lo que ha llevado a que, por ahora, se haya pospuesto su entrega.

-¿Por qué quiso ser médica?

-(Sonríe) Sería demasiado bonito decir que aquella imagen de mi infancia, por la contaminación, me llevó a serlo. Empecé desde muy niña a expresarlo, pero no recuerdo que hubiese nadie cercano a mí que lo fuese. Es verdad que iba a la biblioteca de La Felguera y había un libro que me encantaba, El siglo de los cirujanos, de Jürgen Thorwald. Me fascinó, pero menos mal que no fui cirujana, porque no me considero hábil. Aunque quizá algo viniese de ahí.

-Usted nació y se crio en una comarca con altos índices de asma y silicosis.

-Sí. Donde vivíamos nosotros era una zona en expansión, pero a costa de la salud de la gente que trabajaba en las fábricas, las minas o residía allí. Ahora, por ejemplo, lo que estoy viendo en la India, con cirujanos torácicos del país, son casos de pulmones de pacientes que apenas tienen 17 años y viven en Delhi, la capital. Y es como si estuvieses ante el pulmón de un gran fumador. Sin embargo, hablamos de gente que no lo es y tiene esos órganos así por la contaminación que hay en el aire. Me refiero a imágenes o radiografías que equivaldrían a personas que fuman cuatro paquetes de tabaco diarios. Es brutal.

-Cuando se detectó el primer Sars, en el año 2003, las medidas de la OMS fueron precisamente aislamiento, cuarentena y cierre de fronteras, igual que ahora. ¿Fórmulas que no envejecen?

-La ironía de todo esto es que entre las principales medidas de prevención está el lavado de manos. Y en el año 2020, con toda la tecnología punta que hay, el jabón sigue siendo de lo más efectivo. Y también hay otra ironía más: hay un porcentaje muy elevado de la población que no puede tomar ese tipo de medida porque no dispone de agua corriente. Eso te hace pensar, porque no tener acceso a agua potable o redes de saneamiento es inaceptable. Esa brecha debemos subsanarla.

-¿Se tiende a ver como ciencia ficción los mensajes de alerta sobre futuras pandemias?

-Hay un factor que debemos tener muy en cuenta, y es que esta es la primera pandemia que tiene lugar en los tiempos de las redes sociales. Por ejemplo, la contaminación del aire produce multitud de muertes cada año. Muchísimas. Imaginemos por un momento que se difundiese cada una de ellas por las redes... Y hablamos de muertes que no son para nada agradables. Hemos visto que, en ciudades con altos índices de contaminación del aire, al menos el 15 % de los que fallecen por covid-19 tienen un vínculo con ese factor. Tus pulmones, si vives en una urbe con problemas tan graves como este, son vulnerables.

-Inmersa ahora en la lucha contra la pandemia de coronavirus, ¿cómo sienta saber que se le homenajea con el premio Ourensanía por su trabajo?

-Es realmente agradable y me deja una sensación placentera. Aunque se haya pospuesto y viajar por motivos personales sea un lujo que ahora mismo casi no me puedo permitir, el premio tiene un componente de ternura porque creo que va más enfocado hacia la parte humana, y también me deja algo de nostalgia, por mi vínculo con Ourense.

-¿Qué recuerdos guarda de la provincia?

-Mi padre es de la comarca de Valdeorras, así que tengo raíces familiares allí. Y una de las imágenes que tengo guardadas es con la vendimia, en los meses de septiembre. Siempre me ha encantado ir.

«Me pasé años sin poder hablar de lo que viví mientras estuve trabajando en Ruanda»

«Estoy convencida de que saldremos de esta», dice Neira, esperanzada. Desde que comenzó la crisis sanitaria del covid-19, la doctora de la OMS, que reside en la ciudad suiza de Ginebra, apenas ha visto a sus padres en un par de ocasiones. En una de ellas, aprovechando el contexto de los Premios Princesa de Asturias el pasado mes de octubre. «Quise, aunque fuese breve, verles para darles ánimos con la que está cayendo», explica.

-Ahora tiene su punto de mira en el covid-19. Pero antes ya estuvo en Centroamérica o África, también por epidemias.

-Cuando llegué a Ruanda, a inicios de los años noventa, era uno de los países más estables del continente africano. La denominaban la «Suiza de África». Pero ya se iba notando en el ambiente una sensación extraña, una especie de runrún, y tiempos después fue cuando llegó el genocidio. Y a la vez, comenzábamos a tener problemas con gente que empezaba a dar positivo por virus como el sida.

-¿Y cómo ha conseguido que su cabeza no regrese permanentemente a episodios como aquellos?

-Porque, creo, tengo la virtud de que me suelo quedar con lo bueno. Me ayudó mucho mi marido, Salvatore, porque me pasé años sin poder hablar de lo que viví mientras estuve en Ruanda. De hecho, tarde muchísimo en ver la película Hotel Rwanda, pero al hacerlo creo que me liberé de bastantes cosas. Estando en el país asistí a situaciones como mujeres con ocho hijos, a las que se le moría su hermano de sida, y ellas se quedaban automáticamente a los niños del fallecido para cuidarlos, sin hacer preguntas. Ahí veías una parte humana que te da algo más de esperanza, una rabia positiva que te dice que, algún día, lo malo se tiene que acabar.