Quince días encerrados y te tengo que preguntar: ¿a qué tres años de tu vida renunciarías?

María Doallo
Desde el 2019 soy redactora en la sección de Sociedad y Cultura de La Voz de Galicia. Experta en dar noticias buenas (y bonitas). Cuento la historia de personas valientes que hacen cosas

Me preocupa mucho el futuro de los hijos que no tengo -y que espero tener-. Me preocupa porque los niños necesitan a sus abuelos y este virus los está poniendo en jaque. Parece que no nos queremos dar cuenta porque en este mundo hay una idea instaurada que dice que si pasas de... no sé... los 80 años, entonces ya poco te quedaba por vivir y por tanto que mueras es algo simplemente natural. Siendo lo mínimamente dramática posible, hoy he hecho una prueba. Escoger a qué tres años renunciaría de los 29+1 que tengo. Ni tan siquiera pude empezar a pensarlo. A ninguno. Los quiero todos porque todos son importantes. Son míos. De hecho, no renunciaría ni a un solo día de mi vida. Los ancianos a los que está matando el covid a diario en esta provincia, tampoco. ¿Por qué no somos capaces de darle a la situación la relevancia que merece? No lo sé. Francamente no tengo ni idea de a qué se debe. Supongo que tendemos a sacar de nuestra cabeza aquellas cosas que no nos gustan, pero, ¿es que nadie nos ha explicado que ignorar o huir de los problemas no conduce a ninguna solución? A mí concretamente esto me lo enseñó con creces mi tercera abuela -una bonita y fantasiosa historia-. La Bibí, también conocida como Elvira Sardi, siempre me demuestra que la única manera de vivir es echándole ovarios y mirando hacia adelante. También que es importante hacerlo siendo fiel a lo que creemos y sin renunciar a nuestra propia libertad. En el camino, la Bi me ha enseñado a hacer la mejor leche frita del mundo y mucha biología de gaviotas -a las dos nos encantan-.

Ya ha empezado a llover en la ciudad y es curioso como cada año por estas fechas se produce un fenómeno extraño. Las personas mayores desaparecen de la calle. Supongo que se trata de una forma de evitar el frío. Este año el covid tendrá algo que ver. O puede que nada de lo que diga sea correcto. Mi abuelo siempre llevaba gorra y con eso bastaba para repeler todos los males. Hablando con los abuelos de las personas que me rodean y con los mayores que me voy encontrando -lo hago todo el rato porque no hay nada como escuchar las historias contadas en primera persona- el mensaje más repetido es que no hemos de tenerle miedo al virus, sino que debemos acostumbrarnos a convivir con él. Hablan de prudencia pero también de vivir el día a día. Siempre nos equivocamos cuando queremos pensar por ellos y decirles cómo actuar. ¿Nos han traído hasta aquí, no? Saben bien cómo tienen que hacerlo. La realidad es que el covid es exhaustivo con las personas a partir de una edad y, de verdad, necesitamos a los abuelos. Porque son la voz de la experiencia, las broncas en pocas palabras y sin rechistar, las monedas a escondidas y la risa cómplice con cualquier travesura. Son los que dicen la verdad sin tapujos y también los que mienten sin pudor. Para protegernos, explican. Los abuelos cocinan con paciencia incluso en el amor, son la ausencia de prisas, el pasado que tenemos y, en la mayoría de los casos, nuestras raíces con el rural. Son un puñado de refranes, la voluntad infinita y los que siempre están disponibles. Diría que los abuelos son las primeras personas en querernos de forma incondicional y necesito que mis hijos tengan a los suyos por muchos años. Nadie quiere renunciar a vivir ni un solo día.