Estoy tan sumamente cabreada que no tengo subtítulo para este diario

María Doallo
Desde el 2019 soy redactora en la sección de Sociedad y Cultura de La Voz de Galicia. Experta en dar noticias buenas (y bonitas). Cuento la historia de personas valientes que hacen cosas

Décimo día y ya no me muerdo la lengua más. Acabo de explotar. Escribo sentada frente a una cafetería de una céntrica plaza, que tiene las mesas a rebosar de gente claramente no conviviente. Escojo el verbo rebosar porque es literal. Os estoy hablando de que se han quedado sin sillas libres y hay personas arrimadas a las mesas de la terraza, de pie, caña en mano. Que yo sé que es la hora del vermú de un sábado con buen tiempo, eh, pero es que coincide que hoy sumamos otra vez más de cien nuevos contagios. Y que la putita restricción que limita nuestra vida a compartirla con las personas con las que convivamos es para todos. Ya está bien -a pesar de no usar mayúsculas, lo estoy gritando-. Familias al completo, unas mamás amigas con sus hijos, el grupito de colegotes cuarentones y, la mayoría, parejas (dos, tres, cuatro...) con sus niños. Muchos niños. Pasando absolutamente del bien común y de la responsabilidad individual, ¿con tus hijos involucrados en ello? ¿En serio? Pero qué valores les estáis inculcando, por favor. Que yo puedo entender todas esas trampillas de las que os he ido hablando estos últimos días, puedo comprender que una hija quiera salir a dar un paseo con su madre o que una pareja se encuentre «por casualidad» en el cine o en un restaurante. También sé que hay algunos totalmente en contra de las medidas adoptadas. Pero lo que estoy viendo ahora mismo es, ni más ni menos, que alevosía y sinvergüencería de campeonato. Y lo siento. Lo siento muchísimo porque, piense cada uno lo que piense, las restricciones están aquí con un único fin: impedir el avance de un virus que está matando a personas cada día y complicándole la vida sobremanera a otras. Sé que mi estilo es claramente contrario a esto, pero es que una pandemia mundial se merece un poco de seriedad y de respeto. Así que el día diez de mi diario es una absoluta porquería, porque en ello lo han convertido hosteleros y vecinos como estos. Hoy espero que sean ellos los que aprendan y nada más. Por suerte, yo sé que hay muchos haciendo cosas muy buenas. Y menos mal.